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César Salas Pérez   

A nuestra Policía Nacional de Colombia, sea la gloria y el honor por su deber constitucional y legal de garantizar el mantenimiento de la convivencia para el ejercicio de los derechos y las libertades públicas y la paz de todos.

Desde entonces, sabemos que el cuerpo uniformado está encargado de proteger la vida, la integridad física y la seguridad de las personas, preservar el orden público, prevenir la comisión de delitos, velar por el respeto de los bienes nacionales, sociales y particulares, y por supuesto, brindar apoyo que requiera la ejecución de las leyes y las providencias judiciales y administrativas.

Pero detrás de esta ardua misión, existen hombres y mujeres comprometidos con la institucionalidad, el honor policial, el respeto por el uniforme, las insignias y el mando. De tal suerte que, sus cualidades humanas, técnicas y profesionales hacen de nuestra amada institución, un tesoro invaluable para el respeto a la democracia, la libertad, el orden y la convivencia entre los asociados.

Dios y Patria ha sido su lema durante 130 años, donde la confesionalidad es la primera causa de la existencia, amor perfecto, la solidaridad absoluta y justicia plena, y el concepto de patria se traduce en la tierra de nuestros ancestros, la tierra de la heredad y arraigo familiar y de comunidad, que al final de cuentas, es la razón de ser policía.

Mientras que su escudo se compone de dos circunferencias concéntricas que en su interior va una estrella de cinco puntas, destacándose como elemento principal de la composición total el logosímbolo, ratificando el valor de la Policía para la nación.

Esta institución representa orgullo, y cada ser humano que la integra está en constante exposición de sus vidas por defender a la ciudadanía de la delincuencia común, actuando en contra de grupos armados ilegales o bandas criminales transnacionales que atentan contra nuestro territorio.

A diario, se realizan operaciones de alto riesgo para la Policía pero de gran valor para la patria, en búsqueda de un mejor país, una mejor calidad de vida ciudadana y una interminable procura del interés general que no admite duda en nuestros policiales.

A nuestros uniformados desde las escuelas de formación, se les inculcan cantidad de valores, conocimientos, disciplina, honor, respeto, gallardía y entereza sublime por la Patria y el ciudadano, a tal punto de ser ejemplo a nivel mundial como cuerpo armado de naturaleza civil que está dotado y apto para enfrentar los desafíos del presente que se tienen que asegurar y los desafíos del porvenir que se tienen que conquistar.

Sábiamente nuestros abuelos nos enseñaron que desde que exista en un pueblo un Alcalde, un cura párroco, un juez de la república, un profesor, un médico y un Policía, definitivamente, hay Democracia y libertad.

Y no es para menos, la presencia de la autoridad es la que garantiza el bienestar y la convivencia de una comunidad.

No entendemos cómo en estos tiempos de deliberadas imposiciones progresistas e ideológicas, se pretende a toda costa acabar con la Policía Nacional. Aquellos políticos de izquierda, frívolos e hipócritas que condenan la política y la autoridad, mientras hacen política y requieren de autoridad, son los autores intelectuales del plan desestabilizador. El narcotráfico y la “primera línea”, sus ejecutores.

Tiempos en que las víctimas valen muy poco que sus verdugos, en que ser trabajador, honesto y respetuoso de las normas, es pura casualidad, mientras que, si se infringe la Ley y se le hace daño al prójimo, es un acto de rebeldía que debe ser acolitado por toda la sociedad y premiado con impunidad y curules gratis en el legislativo.

Tiempos míseros en que la vida vale poco y el que la quita, es héroe nacional.

Izquierda desgarradora y cruel que está en la política, en la economía, en la academia, en los gremios, en el cine, en las redes sociales, en el poder, en todo, incluso, en la misma Policía nacional. Altos mandos rendidos a los pies de sus enemigos, esperando que la reivindicación personalista les llegue cuanto antes, mientras la institucionalidad se hunde por defecto, más no por el cumplimiento de sus deberes.

La consigna actual es que los vándalos y pilluelos terroristas son buenos y la Policía es mala. Como si la sociedad fuera siempre culpable y el delincuente el inocente perseguido al que le toca acudir a la revolución comunista salvaje para salvarse y condenar a los demás.

La moderación, la ecuanimidad, el espíritu constructivo y los análisis, en estos momentos de turbiedad político social, deben pasar a un segundo plano porque ya no hay tiempo para los “tibios”. Es el momento de sacar la casta, de defender a muerte lo que, por historia, afecto, amor y tradición, siempre nos ha pertenecido. La Policía Nacional es de los colombianos, la democracia y las instituciones están a su servicio, y nadie puede siquiera insinuar venir a acabar con el Estado de Derecho.

Colombia, el país del “Sagrado y corazón” y de la Bienaventurada Virgen de Chiquinquirá como su matrona espiritual, no puede ni debe caer en las garras del comunismo arrollador y beligerante que se propone en mente un ex guerrillero disfrazado de candidato presidencial.  Si la política, el dinero y el poder son un dilema para la Democracia de las Américas, el socialismo es su cáncer. Enfermedad terminal que acabará con todo en el país, incluida la gloriosa Policía Nacional que hace parte de nuestras vidas. A reivindicarnos con un ¡Dios y Patria, por siempre!

Publicado en Columnistas Regionales

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