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Gonzalo Mejía Córdoba

El socialismo del Siglo XXI tiene cansado a jóvenes y ancianos en los países que tiene subyugados. Esto nos lo dio a entender meses atrás el pueblo cubano, cuando desde las calles lanzó el grito rebelde para América y el mundo de: ¡Viva Cuba libre! Y que todos escuchamos sorprendidos, porque ya estábamos acostumbrados al silencio sesentón como producto de la sumisión, pero que hoy se convierte en el sonido de la trompeta que nos anuncia un nuevo amanecer para Cuba, Venezuela Nicaragua y por qué no decirlo, también para Colombia y América en general, por ese huracán destructor, que sin duda enfrentaremos unidos con energía y decisión para no permitir que nos arrebate nuestro amor por la patria.

Miguel Díaz Cannel presidente cubano, fiel a su papel de marioneta de los Castro y del continuismo opresor, después de que el pueblo se tomó las calles y a Camagüey, donde arrestó al comandante de la policía, desató con furia la esperada represión y los encarcelamientos. Sin embargo, no pudo apagar el eco de la protesta, porque nuestros hermanos cubanos se apersonaron de ella en Colombia, en España, en los Estados Unidos y en otros países del mundo. Y con este estruendoso grito y esta sonora escaramuza, el pueblo cubano ha quedado prevenido “imitando al mar que mueve sus aguas ondulantes con suave murmullo, esperando el día en que pueda desatar la tormenta que le permita liberarse de los obstáculos con los que pretenden contener su paso”.

¡Días vendrán, amanecerá y veremos!, dicen los refranes populares. Y uno más, para el caso: “La paciencia vence lo que la dicha no alcanza”. De ahí que, sabremos esperar. Dictaduras como la de Cuba, Venezuela y Nicaragua, cabezas del socialismo del siglo XXI que, ante este estruendoso acontecimiento les cambió el color de sus rostros, sienten que la debilidad las acorrala: son tres faros que iluminan el odio, el hambre, la miseria, la desolación, la opresión, la represión y la tristeza para los gobernados; y ojo con el Perú, que avanza hacia el hoyo de la social anarquía. Y también a los que gobiernan, igual que a muchos de sus seguidores de manera especial en Colombia donde varios de ellos hoy son alcaldes, gobernadores, asesores, senadores, que gozan de serenidad, de tranquilidad, de satisfacción, por disfrutar el salto que han dado al pasar de “proletarios” a propietarios.

Colombia en sí, está amenazada, gracias a la traición en La Habana, con nombre de acuerdo que Santos firmó con su mano izquierda, simbolizando que era para entregarle el país a la narco izquierda el cual le dio vida al esperpento llamado JEP, que fue creado para ponerle corona de reina a la farsa y convertir la mentira en verdad, todo bajo el falso manto blanco de la “paz”. Y para desgracia, hay muchos buenos ciudadanos que aún no han entendido la gravedad de esta trampa orquestada por el “nobel de paz”. ¿Qué queremos ser, águilas o gallinas? No dejemos pasar por desapercibido el recién asalto al poder por los Talibanes en Afganistán. Ya se está hablando de coaliciones por parte de los que, aun siendo minoría, quieren adueñarse de Colombia: el “pacto social” que ahora nos propone el abanderado del odio, la soberbia y la destrucción, Gustavo Petro. La alianza entre “los alternativos”, “los dignos”, “los de la esperanza” y las otras cosas que se inventan para capturar ingenuos que no comprenden aquello de la “combinación de todas las formas de lucha”.

¿Con qué vamos a salir las mayorías que estamos para defenderla? La mano electoral ya está tendida. Tenemos que unirnos todos en torno a un candidato rígido para enfrentar la corrupción y que actúe en concordancia con los mandatos de la Constitución, para cerrarle el paso a los que desde uno u otro ángulo se proponen atrapar a Colombia para doblegarla, ponerla al servicio del crimen, sin instituciones, sin autoridades, sin fuerzas militares y de policía; es decir,  para convertirla en un desierto amplio para la miseria, el hambre, la desolación, la tristeza para las mayorías, y en plácido paraíso para esas minorías que se abastecen de todo y se llenan de plata para poner a aguantar hambre a los demás. Y a los que la práctica les demostrará, ojalá muy pronto, que es mucho más duro ser arruinados de alma que de bolsillo.

Publicado en Columnistas Regionales

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