Por otro lado, de manera inédita en el planeta, se televisó un consejo de ministros en el cual el país presenció un vergonzoso y ridículo programa de telerrealidad, donde el equipo de gobierno colombiano quedó de manera ilícita convertido en el hazmerreír del mundo, pues el presidente y todos los ministros se fueron locos e infringieron la ley de manera totalmente dolosa y descarada.
Ayer se presentó el “reality show” de la degeneración progresista. Se transmitió anoche por televisión un espectáculo totalmente grotesco, donde se dio cuenta del grado de degeneración y autodestrucción al que ha llegado la política colombiana.
Protagonizaron: el trío Petro, Sarabia y Benedetti con todo su elenco. Fue una representación ridícula y espuria de lo que no debe ser un “Consejo de Ministros” como cuerpo consultivo del poder ejecutivo y presidencial, que consistió en una orgía ideológica progre y mamerta televisada.
Ayer cometió el Presidente con complicidad de todos sus ministros y servidores de manera flagrante, un acto doloso e ilegal pues como lo explicó Víctor Muñoz: “El Consejo de Ministros que fue presenciado por los colombianos viola la Ley 63 de 1923. Artículo 9. Las sesiones del consejo de ministros como cuerpo consultivo son absolutamente reservadas, y no podrá revelarse ni el nombre del ministro a cuyo estudio haya pasado cada asunto materia de consulta. No es chistoso ni es una casa estudio, es simplemente ilegal”.
Colombia es hoy un circo de tres pistas convertido en un “reality show” con un libreto propio de las macabras y violentas narconovelas de Gustavo Bolívar, donde todo el país vio una orgía ideológica encubridora y hasta confesa de todo tipo de abusos, ilegalidades y crímenes que vienen ocurriendo con complicidad del gobierno y de todos los poderes del Estado a lo largo y ancho de la nación.
En una pista, la de los animales y las fieras, opera el ejecutivo delinquiendo y siendo cómplice de organizaciones criminales narcoterroristas, criollas, colombo-cubanas, colombo-venezolanas, mexicanas e islámicas. Un ámbito donde el presentador habla de reconciliación y paz mientas promueve el odio de clases, y a la vez es el promotor y cómplice de un sangriento ajuste de cuentas que nace en la sistemática toma narcoguerrillera y narcoterrorista disfrazada de socialismo del siglo XXI de los territorios, ciudades e instituciones del país, que viene ocurriendo desde el sitio de Santiago de Cali en el 2021.
En la segunda pista, la de los trapecistas, opera una justicia mentirosa, parcializada y pendenciera, que protege su propio negocio haciendo todo tipo de maromas protegida por tres redes o mayas de impunidad: los órganos de control; justica cómplice de la corrupta degeneración ideológica que vivimos al ver como su dignidad permitió que le instalaran dentro de su elenco una justicia paralela, la tal JEP, vengativa y basada en la espuria memoria histórica garante de la impunidad total para los criminales de lesa humanidad que hoy posan de congresistas y gestores de paz, y que a final de cuentas es un órgano inquisidor modelo siglo XXI, diseñado para encubrir el obrar de la sangrienta y pedófila mente de asesinos, violadores, secuestradores y narcoterroristas, y para neutralizar militares, patriotas como el gran colombiano e industrias productivas que generan empleos, bajo la trama injuriosa de la calificación de “paracos” en la cual fundamentan todo tipo de calumnias mediante un mensaje de terror inquisidor como si aún viviésemos en la Edad Media.
La tercer pista es el Congreso, la de los cínicos payasos parlamentarios. Donde la mofa a la ignorancia sobrepasa los límites del descaro, y su única gracia se remite a cuán corruptas sean sus actuaciones y sus componendas enmarcadas en el resultado nulo de las censuras embusteras de control político y el bazar del clientelismo más pestilente que parlamento alguno pueda imaginar en toda la historia de nuestra civilización occidental.
Y finalmente, en las graderías del circo estamos nosotros los espectadores, los ciudadanos que gritan “Fuera Petro” al inicio de cada función. Somos un público de todas las edades y condiciones socioeconómicas obligado a asistir al espectáculo mal representados por la institucionalidad civil o privada de unos gremios encamados en buena parte con la prudencia que les demanda su cobardía y su mamerta ascendencia Petro-Santista, y una atomización de movimientos y partidos políticos cómplices y decadentes.
Somos unos espectadores obligados a votar por desespero e ignorancia, y estamos condenados a ver la pantomima en la que se representa el colmo de la degeneración estatal de lo que fuese una democracia estable fundamentada en la libertad y el orden.
Somos una nación espectadora que sabe que al final de la función se incendiará la carpa y con ella todo el vecindario, y no tendrá casa, ni familia, ni unidad de nación a donde poder retornar, como ya le pasó al deambulante y trashumante pueblo venezolano que se quedó sin propiedad, sin bienes, sin seguridad, sin salud, sin ahorros, sin honra, sin dignidad y sin siquiera un país soberano e independiente donde vivir.
Aquí Santos y Petro, inspirados en las ideas revolucionarias esclavistas cubanas y siguiendo la moda política populista de negociar con el crimen para otorgarle total impunidad en lugar de aplicarle la ley, convirtieron todo lo que fue constitucionalmente ilegal en legal, y el resultado es que estamos como nación divididos en tres:
Un gobierno sin ley en manos de delincuentes desequilibrados y enajenados; una población minoritaria de mejor derecho representada por criminales impunes de toda índole; y una ciudadanía de menor derecho, totalmente indefensa, amordazada y amedrentada por el ejercicio del terrorismo de Estado en asociación con una gran multiplicidad de organizaciones criminales disfrazadas de falsa ideología revolucionaria y progresista.