Pero se le ve distinto: ha dejado esos espantosos zapatos crocs y porta un rústico bastón de madera por culpa -creo yo- de algún potro indómito de esos que le gusta desafiar.
Se le ve más relajado y tranquilo, más afectuoso y querendón, empeñado en que su partido recobre y retome su mano firme y corazón grande. Y lo está haciendo con prisa y sin pausa, recorriendo los caminos de la patria que no le son ajenos y reencontrándose con el elector primario diciéndole “aquí estoy yo”.
Lo estamos viendo en las universidades, por ejemplo, en donde quisieron satanizarle, dialogando con la juventud sin ningún filtro al igual que en las calles y hasta en las plazas de mercado, escuchando y dando sus opiniones dentro de un clima de respeto hacia sus contrincantes, en una actitud francamente ejemplar.
Este nuevo Uribe se advierte menos belicoso, más pausado y tranquilo, sin contraatacar a quienes le atacan, muy orgulloso de sus 144 años -porque ha vivido 72 de día y 72 de noche-, de su abuelazgo y se muestra muy conciliador, pero sin ceder un ápice a sus principios.
Y es que, a pesar de su edad ya venerable, prosigue con esos interminables trotes que ningún otro político colombiano resistiría, fiel a sus incancelables principios que le dieron la más alta popularidad y aceptación no superada por presidente alguno en toda nuestra historia republicana.
Incluso llegó a decir en tono jocoso que hasta podría llegar a ponerse jeans sin correa ante el aplauso de centenares de seguidores que no podían creer lo que estaban oyendo.
Lo cierto es que hay Uribe para rato, siempre enterado y avizor del devenir político de nuestro país, listo para integrar un gran movimiento polipartidista, que es lo que se necesita para las elecciones del 2026.
30 de agosto de 2024