Así las cosas, los vallecaucanos estamos siendo rodeados lentamente por un saldo de violencia que nos recuerda nefastos viejos tiempos que creímos superados. Paralelo a ello, han reaparecido los secuestros, los robos, las incineraciones de vehículos, las extorsiones y, según dicen, hasta los retenes ilegales.
Se está gestando un pánico colectivo, un “no sabemos qué hacer” entre los pequeños finqueros, que ya no se sienten seguros y advierten cómo crece la cantidad de “gente rara” que está merodeando los pequeños corregimientos y las veredas. ¿Quiénes son y a qué vienen? Es la pregunta que no tiene respuesta.
Si bien el ejército está tratando de hacer presencia y ha encendido las alarmas, desplazando personal de inteligencia y contingentes especializados, el factor sorpresa de nuevo es la clave para el éxito de las operaciones delincuenciales y no se da abasto.
Es urgente, por tanto, que el Gobierno central haga los mayores esfuerzos para contener esta arremetida contra el orden público e imponga la ley, y que a esta cruzada se sumen las otras fuerzas del Estado. La población civil debe denunciar, pues a veces peca por un silencio que a la postre resulta cómplice.
Si a lo anterior le sumamos el negocio del narcotráfico y la minería ilegal, que tienen invadida a Buenaventura y sus alrededores, he ahí la tormenta perfecta en la que terminan pagando justos por pecadores, pues se viene al suelo la productividad y la economía se colapsa indefectiblemente.
Que sea este un llamado vehemente y para nada alarmista de lo que se nos vino encima. No parará con pañitos de agua tibia ni con los ya desprestigiados Consejos de Seguridad, que terminan en mucho bla, bla, bla, mucha prensa, y el enano sigue creciendo.
https://www.elespectador.com/, Bogotá, 28 de enero de 2022.