Yo espero que González triunfe, mejor dicho, que la mafia que gobierna a nuestro país hermano le reconozca el triunfo, porque si fueran unas elecciones medianamente limpias, el abogado, criminólogo, doctorado en educación y empresario, arrasaría a Maduro.
Pero tengo mis dudas. El régimen, desacreditado internacionalmente y odiado por sus propios ciudadanos, con un país en quiebra luego de haberlo robado sin misericordia y acorralado por el bloqueo a la venta de hidrocarburos, una industria que ya había sido saqueada y casi destruida, intenta ganar algo de legitimidad y superar definitivamente las sanciones internacionales.
En efecto, hizo lo imposible para evitar que María Corina Machado, la líder más importante, de lejos, del sufrido pueblo venezolano, mujer valiente, resiliente y brillante estratega política, fuera la candidata, porque el madurismo sabía que perdería inevitablemente; y lo mismo hizo con otros otros nombres de la oposición, que tenían peso electoral, hasta que le fue imposible continuar con los vetos y permitió la inscripción de González, con el respaldo total de la carismática dirigente, que jugó magistralmente esa carta, dejando descolocado al madurismo.
El gobierno convirtió, entonces, la campaña de la oposición en una alambrada de obstáculos para impedir que su candidato y María Corina como jefe de debate tuvieran contacto con el pueblo; no hubo traba o abuso que no cometiera. Además, dificultó al máximo que la diáspora pudiese votar hasta reducir su peso electoral casi que a cero. Ha impedido la asignación de jurados y testigos electorales de la Plataforma Unitaria en las mesas de votación e impidió que los testigos electorales internacionales imparciales o cercanos a la oposición pudiesen vigilar el transcurrir de las elecciones y el conteo de los votos. Un punto no menor es que el régimen controla las máquinas que hacen el cómputo de los sufragios; y, como si fuera poco, amenazó con un baño de sangre si perdía.
La gente que cree que Maduro respetará el triunfo de la oposición, piensa que la comunidad internacional no admitiría un fraude como el que ha considerado el tirano; que la ciudadanía venezolana saldría masivamente a reclamar el triunfo y que el fraude y la represión violenta sólo conduciría a mayores sanciones internacionales por parte de Estados Unidos y la Unión Europea, incluidas las consideradas en la justicia internacional, lo que haría insostenible la permanencia de la camarilla en el poder.
No estoy seguro de eso, porque Maduro y su camarilla se sienten acorralados e intentarán hacer lo que tengan que hacer para mantenerse en el poder. También hay que tener en cuenta que Estados Unidos está en un proceso electoral y es difícil anticipar qué ocurrirá ahora, más allá del incremento de las sanciones económicas y, después, de cuál será la actitud de Trump o Harris; piénsese, por otra parte, que la Unión Europea, en medio de la guerra provocada por Rusia Ucrania, cada vez tiene menos voz y menos voto. Maduro calcula cuánto tiempo puede comprar si hace el fraude y sabe, por experiencia, que, si su proyección le es favorable, después siempre habrá una oportunidad para “negociar” de nuevo, según se vayan presentando las cosas en el escenario internacional.
Es indicativo que nadie piense que el fraude precipite una eventual explosión de la protesta popular termine en un levantamiento popular armado y resistencia armada prolongados; el pueblo venezolano, no está preparado para ese escenario. Pero sería de esperar que la gente se volcase masivamente en las calles durante días, pero Maduro ya ha tenido esa situación, que terminó en un marchitamiento del movimiento popular luego de semanas. Claro que actualmente hay una realidad distinta, internamente: el pueblo ha pasado por la represión y el hambre, ha sufrido una diáspora inmensa, la mayoría de la oposición está unida; y externamente, hay mayor presión internacional. Y hay quienes piensan que ante un escenario de represión violenta por parte del madurismo, las fuerzas armadas del régimen se decidirán por aceptar el triunfo de la oposición y obligarían a Maduro y su gente a renunciar, no obstante, que el general Padrino salió a defender al régimen estos días, pero concedo que en los mandos medios puede haber cierta apertura al respeto de los resultados electorales, si bien, no se puede olvidar a las milicias maduristas que -igual que la Primera línea aquí- pueden ser el martillo con el que se golpee cualquier expresión de resistencia.
Debemos considerar, también, que sus aliados internacionales tratarán, en la medida de sus intereses, capacidades y posibilidades- el oxígeno que necesite para mantenerlo a flote. Que sea un apoyo más retórico que real depende de la posición en que se encuentren sus aliados: Rusia está medido en la guerra de Ucrania y poco, más allá de declaraciones altisonantes, puede hacer; Irán está centrado en el desenvolvimiento de la guerra Israel – Hamás; Cuba, está en la peor crisis económica y social en décadas y sólo podrá seguir asesorando a Maduro en el campo de la inteligencia militar y de control social; China le seguirá dando soporte político, algo muy importante para la Venezuela bolivariana, pero no definitivo, aunque el apoyo económico depende de la situación de la economía venezolana y de la evaluación en ese campo que haga el gigante asiático de lo que puede brindarle, a día de hoy nuestro país vecino. Petro, seguramente defenderá al régimen si este declara su triunfo y ese es un soporte muy importante, junto con el que puede darle el ELN que tiene fuerte presencia en la frontera venezolana; y falta ver lo que hagan Brasil y Chile, aunque sus presidentes exigieron unas elecciones transparentes y que Maduro entrega el poder si pierde.
Y hay que considerar, finalmente que, en caso de que gane González, sólo asumirá el poder el 10 de enero del año entrante. Es un margen gigantesco en el que Maduro, en teoría, podrá hacer cualquier cosa, como desestabilizar el país para impedir que el presidente elegido asuma el poder. ¿De qué dependerá que lo haga o no? De la correlación de fuerzas y sobre todo de la posición de los militares, que como ya dije, es incierta, aunque la cúpula apoya a Maduro, como dije más arriba; y de la comunidad internacional de los países democráticos con USA a la cabeza, que ya dijimos, es incierta en su efectividad.
No obstante, les deseo el mejor de los éxitos a Edmundo González y a la gran María Corina Machado y, por supuesto, al pueblo venezolano que se merece el retorno a la democracia después de casi 25 años de Chávez y Maduro. También Colombia ganaría con esa victoria porque los grupos al margen de la ley que se guarecen en Venezuela perderán su santuario y Petro perdería el apoyo de Maduro, lo que facilitaría el ejercicio razonable de nuestra democracia sin esa grave interferencia, pues unas elecciones razonablemente libres serían más fáciles de realizar.
Y una lección para nosotros: los políticos venezolanos de la oposición -y no todos, aunque los que no lo hicieron son una ínfima minoría- se gastaron todo ese tiempo para poder unirse. Sólo hasta ahora pudieron superar sus ambiciones personales, las que pusieron por encima de los intereses de su país y del dolor de millones y millones de venezolanos, sometidos a la opresión, la miseria y el exilio masivo. Que no nos ocurra lo mismo a nosotros. Estamos a tiempo de unirnos para derrotar a Petro que, a propósito, esta semana dio una muestra de hasta donde llega para conservar el poder: sacrificó a su carnal del M-19, Carlos Ramón González, director de la Dirección de Inteligencia Colombiana, a quien usó y luego tiró sin escrúpulo alguno, en un intento por negar lo innegable: que fue él, Petro, quien orquestó el desvío de dineros de la UNGRD para comprar políticos en el congreso, porque es imposible que no supiera; también, por la puerta de atrás, defenestró a Luis Frenando Velasco, exministro del interior. En capilla está el ministro de hacienda Ricardo Bonilla, el secretario de Transparencia de la presidencia de la república - ¿qué tal la paradoja? - Andrés Idárraga, y todo aquel que necesite para salvar -eso piensa él- su pellejo.
Petro no tiene cómo ocultar esta y otras tramas que ya vienen asomando, las cuales, junto con las que vienen de atrás, nos dejan claro que el concierto para delinquir viene desde la cabeza del estado. No más Petro o el país se sumirá en décadas de dictadura y corrupción, como en Venezuela. Las instituciones a cumplir con su deber, los políticos no corruptos a no pasar de agache, los ciudadanos a exigir que haya justicia. O los jóvenes de hoy estarán intentando, dentro de 25 años o más, unas elecciones para salvar a Colombia y recatar la democracia.