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Alfredo Rangel                                       

El poder es adictivo y fácilmente conduce a la soberbia; más grave aún, a la negación de la realidad.

En tremendo dilema se debaten hoy los demócratas en Estados Unidos, de cara a las elecciones presidenciales del próximo mes de noviembre. Biden se derrumba como candidato viable, pero el tiempo no les da para reemplazarlo por otro candidato. Según casi todas las encuestas, Biden perdería las elecciones, pero los demócratas no podrían alcanzar a convertir en ganador a su eventual sustituto. Es decir, con Biden perderían, pero con su relevo no ganarían. O sea, perderían con cara y con sello también.

Muchos analistas amigos de los demócratas advirtieron tempranamente que Biden debería ser presidente de un solo mandato y ser una especie de puente de transición hacia el relevo generacional dentro de su partido, puesto que como candidato a un segundo mandato no sería viable dada su edad, pero, por sobre todo, habida cuenta de su deterioro físico y mental. De hecho, Trump tiene solo tres años menos, pero se muestra mucho más vital que su contendor. El votante raso también hace cálculos: si tan decaído está Biden ahora, cómo será dentro de cinco años cuando termine su segundo hipotético gobierno, a los 86 años. Y esto desmoviliza a los electores y desmotiva a los donantes, que en Estados Unidos son un elemento muy clave en cualquier campaña electoral.

Pero el poder es adictivo y fácilmente conduce a la soberbia; más grave aún, a la negación de la realidad. Biden y su círculo más cercano de campaña se han negado a aceptar que es hora de hacerse a un lado, para bien de su propio partido. Sobredimensionan sus posibilidades electorales, al mismo tiempo que se subestiman las de su contrincante. Desdeñan los resultados de las encuestas y se aferran a la ilusión de que a medida que se acerque la hora definitiva los vientos volubles de la opinión los favorecerán.

Biden sigue convencido de que la gente detesta a Trump y tiene muy mal recuerdo de su gobierno, razón por la cual su propia candidatura sería la ganadora de manera ineluctable con el paso de los días.

Para la mayoría de los analistas, incluso de sectores demócratas, el desempeño de Biden en el debate presidencial contra Trump fue francamente lamentable. Algunos lo calificaron como “horrible”, otros como “catastrófico”, y no faltó quien confesara que lo hizo llorar de tristeza, o quien lo señalara como la peor actuación de candidato alguno desde que en Estados Unidos se inauguraron los debates presidenciales televisados, con Nixon y Kennedy, hace la friolera de 64 años. Pero ciegos ante la realidad y pensando con el deseo, quienes dirigen la campaña demócrata le restan importancia al hecho y lo califican simplemente como una “mala noche”, un mal momento que puede tenerlo cualquiera.

Editorialistas, académicos, columnistas de centroizquierda, así como excongresistas demócratas han divulgado decenas de argumentos sobre la inviabilidad de la candidatura de Biden, y sobre la necesidad y urgencia de su retiro. En contraste, candidatos al Congreso que se juegan su curul en las próximas elecciones, donantes que ya han invertido mucho dinero en la actual campaña, expresidentes y gobernadores demócratas, dirigentes y activistas de la maquinaria electoral de Biden, no están muy convencidos ni de la necesidad ni de la conveniencia de hacer un relevo. En teoría, Biden no es todavía formalmente candidato, sino hasta que lo proclame la convención demócrata de Chicago en el próximo mes de agosto. Pero los convencionistas ya tienen un compromiso de elegirlo y no pueden renunciar a ello; solamente podrían apoyar a otro candidato si Biden renuncia a su candidatura.

Pero, hasta ahora, Biden no parece dispuesto a hacerlo, a pesar del consejo de algunos de sus más cercanos amigos formadores de opinión de los grandes medios de comunicación. Biden sigue convencido de que la gente detesta a Trump y tiene muy mal recuerdo de su gobierno, razón por la cual su propia candidatura sería la ganadora de manera ineluctable con el paso de los días. Además, seguramente cuenta con que, si se cuestiona su candidatura, el miedo a la división dentro del partido hace inviable cualquier intento de sustituirlo, y esa inercia lo va a mantener como la única opción demócrata real.

En la encuesta que divulgó el New York Times el miércoles pasado, Trump aumentó a seis puntos su ventaja sobre Biden, 49 % a 43 %. Los demócratas se encuentran ante los cuernos de un dilema, donde ninguna opción parece buena. Pero en política nada es definitivo, y todavía no han cruzado el Rubicón. En agosto lo harán. ¿O antes? De pronto, quién sabe…

04 de julio 2024.

Publicado en Columnistas Nacionales

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