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César Salas Pérez

Bastante lamentable resulta comprender que por obra y gracia del actual gobierno, Colombia es oficialmente, un Estado insurgente y peor aún, un Estado fallido, debido, precisamente, a su claudicación ante la insurgencia de la cual el presidente Petro nunca se desligó, a su vez, al avance sin precedentes en la desinstitucionalización en procura de formar el caos social, la desconfianza ciudadana y el miedo de la gente a caer en una guerra civil premeditada por Petro y auspiciada por su patrón, el dictador Maduro.

Para darme la razón, este desgobierno ha sido todo un experto en el accionar totalitario de sus imposiciones, típico de las dictaduras y totalmente ajeno a nuestra nutrida historia democrática del consenso, la libertad y del diálogo. Tristemente, la penosa enfermedad socialista fue su victoria en 2022, aún con el espejo y el ejemplo del país vecino, el engatusador y timador Gustavo Francisco hizo realidad la mitad de su sueño de juventud guerrillera y violenta, llegar al poder, la otra mitad la construye a pasos agigantados, la destrucción de todo un pais y la aniquilación de sus instituciones y su democracia.

Basta con ver el fortalecimiento militar, político y económico de sus íntimos amigos del grupo terrorista ELN, quienes juegan a dialogar mientras avanzan en centenares de municipios para gobernar y retroalimentar la utopía subversiva; ni hablar de las Farc cuyos líderes longevos fueron jubilados por Santos en Cuba y beneficiados con poder político, pero los sanguinarios que venían atrás del viejo mando ahora dirigen las estructuras y son los que hoy abrazan y arropan a su camarada Petro.

Otro frente comunista que trabaja sincronizadamente para fortalecer el Estado insurgente y fallido es la élite política progresista con sus trillados eslogans “el cambio” y “la paz total”, quienes son los encargados de lavar cerebros, reclutar incautos, promover sus líderes y que se vote por ellos en cada elección popular. A este ámplio segmento de burocracias ideologizadas hay que sumarle el apoyo de la izquierda iberoamericana para quienes los atropellos, las marchas vandálicas, las mingas, el desarme de las fuerzas militares y la Policía Nacional y el ejercicio autoritario del poder como lo demuestra el emperadorcito de Colombia, les resulta políticamente correctos, ya que son de alguna manera, esfuerzos antiimperialistas y antiderecha.

En pocas palabras, el Estado insurgente y fallido de Petro es incapaz, fanatizado y radicalizado porque el que no esté alineado a sus menesteres, es de derecha. Es esta la razón por la cual el señor caza peleas con todo aquel que le replique o contradiga sus verdades absolutas, pelea con los medios, con la oposición, siente pasos de animal feroz cuando escucha a German Vargas Lleras, ordena desesperadamente a sus ministros dar altas dosis de mermelada a los congresistas que le hundirán su proyecto de reforma a la salud, justifica su desprecio al empresariado,  detesta a Antioquia y a media Colombia que no le traga entero, y llama a su sequito a rodear su “ primera línea”.

Como están las cosas, este histérico comunista va rumbo a aplicar lo que alguna vez dijo Maduro “lo que no se pudo con los votos lo haríamos con las armas”. Por ser un Estado insurgente y fallido es probable que Petro acuda a la fuerza pública para dar el gran golpe y atornillarse en el poder. En el fondo sabe que no tiene mayorías en el legislativo para que pasen sus nefastas reformas y que el apoyo ciudadano reciente que le dio la victoria es cosa del pasado. No le queda alternativa distinta que echarle mano a su amada insurgencia genocida y al “ pacto de la Picota” para cristalizar su Estado insurgente y fallido en procura de solicitar la reinstauración del marxista modelo político, económico y social en una convocatoria de una Asamblea Nacional Constituyente, hecho que por supuesto, también le sirve como factor distractor ante la opinión pública por tantos hechos de corrupción que salpican casi que a diario su mediocre gobierno, también para distraer el carcelazo de su hijo por confeso delincuente y la asfixia económica al sistema de salud que justifique su reforma.

Lo terriblemente peligroso de sus dos Estados es que inexorablemente, tienen el mismo objetivo, infundir en las calles y en la institucionalidad, el caos y la guerra civil típica de una situación perturbadora que propicia que el gobierno y sus guerrillas, primera línea y milicias avancen en represión y desmantelamiento del Estado de derecho.

Desde esta tribuna le recordamos a Petro que la guerra entre el Estado y la insurgencia no ha llegado a su fin, más bien se ha transformado en una especie de alianza con ideales comunes y un fin predeterminado, claudicar nuestra libertad y democracia por una dictadura Bolivariana socialista, aniquilando los derechos humanos y protectora de la barbarie y la persecución a sus opositores. Se silencian los fusiles legítimamente autorizados y se da la bienvenida a los disparos provenientes de la ilegalidad. Así o peor está el panorama del país con un gobierno sátrapa y miserable que premia con creces la llamada insurgencia eterna y la cobija desde la casa de Nariño.

El remedio a esta grave crisis está en manos de la oposición, de la gente sensata que supo que sucedería y de los insensatos que ya vieron y creyeron, vencer en las urnas y con amplio margen de votos a esta plaga socialista cancerígena a través de una coalición de país, sin odios ni liderazgos estériles, con el objetivo de ganar la presidencia y lograr las mayorías en el congreso en el 2026.

 
Publicado en Columnistas Nacionales

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