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Luis Guillermo Vélez 

El verdadero académico es modesto y alejado de la ostentación y jamás se sometería al grotesco espectáculo que ofrecen sin pudor algunos de los actuales aspirantes.

La imagen más antigua que tengo de un rector de la Universidad de Antioquia es la del doctor Lucrecio Jaramillo Vélez, quien lo fue a mediados de los años sesenta del siglo pasado, cuando yo era estudiante de bachillerato del Liceo Antioqueño.

Probablemente porque el Liceo era dependencia universitaria, con rango de Facultad, el doctor Jaramillo Vélez lo visitaba con frecuencia y en un período de dos semanas, que impactaron mi vida en varios aspectos, lo hizo todos los días. No sé por qué extraña Minerva, al ilustre rector se le ocurrió dictar a la muchachada liceísta un seminario libre sobre La Comedia llamada Divina, como le gustaba decir.

Después del almuerzo, una hora cada día, en la biblioteca, el doctor Jaramillo Vélez disertaba eruditamente de la obra de Dante ante un grupo de muchachos que, con más fascinación que real entendimiento, escuchábamos la lectura de su propia traducción que comparaba con otras versiones, a su juicio, menos afortunadas. Solo volvería a tener una experiencia similar en los seminarios abiertos del Colegio de Francia en los cuales un erudito egiptólogo, por ejemplo, presentaba sus investigaciones ante un amplio auditorio en el cual solo había dos o tres de sus pares.

Esa experiencia me marcó profundamente al punto de que siempre me ha resultado imposible desprenderme de la idea de que el rector de la U. de A. debe ser un humanista o científico indiscutido, más allá del bien y el mal.

Por eso siempre me ha parecido grotesco el proceso político de nombramiento del rector que se estila desde hace varias décadas. Es patético ver a los aspirantes presentando programas y haciendo promesas cual candidatos a personeros de colegio. Llama también la atención la creciente mediocridad de los auto postulados y el feroz encono que ponen en hacerse elegir o reelegir, como políticos de la peor laya, deseosos de manejar un jugoso presupuesto, no de ser el símbolo de una institución académica respetable.

En alguna facultad o laboratorio del Alma Mater deben estar, dedicados a sus investigaciones y a sus trabajos académicos, los candidatos más idóneos a la rectoría, pero no los conoceremos nunca porque el verdadero académico es modesto y alejado de la ostentación y jamás se sometería al grotesco espectáculo que ofrecen sin pudor algunos de los actuales aspirantes.

Afortunadamente, varios de ellos, como la ingeniera Natalia Gaviria y el economista Ramón Javier Mesa, encarnan los mejores valores de la academia. En cualquier caso, además de esos valores académicos, el Consejo Superior Universitario debe considerar el carácter del candidato y su disposición de poner coto al creciente deterioro del ambiente cotidiano de estudiantes y profesores expuestos todo el tiempo al riesgo personal por las acciones de terroristas encapuchados, que tienen candidatos, a la desagradable presencia de los micro traficantes que operan a placer y a la invasión de los venteros ambulantes de los que hay más que estudiantes. Todo ello con la complacencia del actual rector que aspira a la reelección.

https://www.elcolombiano.com/, Medellín, 18 de marzo de 2024.

Publicado en Columnistas Nacionales

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