La globalización se refiere a la creciente integración de las economías de todo el mundo, por medio del libre mercado, en especial: por la producción de bienes, por el comercio de servicios, por la propiedad intelectual y por las normas para la inversión extranjera.
En forma incomprensible, la mano de obra no participa hoy en la globalización. El libre mercado es el vaso comunicante del globalismo que les permite a los países ricos exportar y obliga a los pobres a importar para sobrevivir.
La globalización está exponiendo una profunda línea de fallas entre los grupos que poseen habilidades y movilidad para progresar en los mercados mundiales y entre aquellos que carecen de esas ventajas o que perciben la expansión de los mercados libres en los países pobres como causantes de inestabilidad social o como desprecio de normas apreciadas durante siglos.
El resultado de esta contienda es una severa tensión social entre los mercados libres y grupos sociales como los trabajadores y los ambientalistas, presididos por un gobierno cuya autoridad ya la entregó a las supranacionales o a los narcotraficantes, como el presidente Petro. Resultado de esta profunda falla son las gigantescas migraciones desde Latinoamérica y desde África hacia Estados Unidos y hacia la Unión Europea.
Para la ONU, inmigrante es alguien que vino al país donde vive hoy desde otro país. El emigrante es alguien que abandonó su propio país.
De acuerdo con la ONU, en 2020, en los Estados Unidos residían 51 millones de personas, cerca del 15% de su población total. Siguen: Alemania, 16 millones. Arabia Saudita, 14 millones. Y Rusia con sus 10 millones de inmigrantes.
De acuerdo, así mismo, con la ONU, han salido hacia otros países desde: India, 18 millones, México, 11 millones. Y desde Rusia han salido nada menos que 10 millones de emigrantes. Llama la atención Rusia, país que nos proponen algunos despistados como modelo de equidad y de buen gobierno, desde donde nadie desearía salir.