Bukele, para los salvadoreños, es Nayib, Petro para los colombianos no es Gustavo. Populistas los dos tienen una manera muy diferente de acercarse a sus compatriotas. Nayib habla con sensatez y su pueblo lo entiende, Petro lo hace con la arrogancia del que se cree superior, pecando de insensatez, y su pueblo no lo entiende. Ni su pueblo ni nadie. Resulta que el Nayib de los salvadoreños es el Bukele ante el mundo, dónde es tan aprobado por unos como reprobado por otros, entre los que se incluye el soberbio e insoportable Petro.
Confieso mi sentimiento de desprecio hacía Petro y de aprecio por Bukele. Los actos del primero corresponden perfectamente a su temperamento, egoísta por demás; los del segundo a su empatía natural. Ver la situación de extrema violencia en sus países desde la perspectiva de Petro o de Bukele marca una inmensa diferencia cuando uno de ellos ha sido patrocinador de la misma violencia como arma política desde su participación en el M19, con todo del horror resultante de su ejercicio sistemático. El ser actor significa hacer parte de una minoría que utiliza las armas para oprimir a una mayoría desarmada en la que cada individuo sufre directa o indirectamente los efectos de ese accionar. Cómo ciudadanos esperamos el uso exclusivo de la violencia por parte de las fuerzas armadas y por ello no tomamos represalias contra el criminal por cuenta propia. Quién ha crecido con el convencimiento de que cuenta con las armas para imponer sus ideas es alguien que, desde el poder, utilizará las fuerzas del estado para sus mezquinos intereses disfrazados de un altruismo oscuro.
El resultado del ejercicio del poder, desde un lado o el otro de la moneda, es lo que marca la diferencia. Entre Bukele y Petro hay una distancia infranqueable. Luego de escuchar los dos programas que Nicolás Morás dedicará a tumbar el mito de Bukele, desde su muy erudita posición, me he puesto en la tarea de buscar otros puntos de vista distintos al del argentino radicado en Estados Unidos cuyo amplio conocimiento de los hechos se nutre de la información recopilada a través de la red con el que puede darnos lecciones de cómo va el mundo y sacar conclusiones bastante convincentes que nos dejan con la boca abierta, como cuando chateamos con la IA, pero que nunca va a compararse con quién vive en carne propia lo que para los otros es noticia. Lo que he encontrado es que la casi totalidad de los salvadoreños aprueban a su presidente, lo que no es de extrañar habiendo sido víctimas, durante décadas, de la violencia sistemática impuesta por pandilleros que hacían y deshacían con la impunidad que, en el pasado, le otorgaron gobiernos cobardes y corruptos.
Hoy, el contraste entre El Salvador y Colombia no podría ser mayor. Los salvadoreños cuentan con un presidente que los respalda y del que se sienten orgullosos. Por el contrario, los colombianos no nos sentimos respaldados por un presidente que nos llena de vergüenza ante el mundo. Repasando los discursos de posesión de Bukele y Petro se hace notoria la diferencia entre los dos. Bukele le habla a su pueblo, al que convocó a su posesión, de una manera directa sin leer páginas y páginas. Petro, por el contrario, no habla a su pueblo, al que también convocó, lee. Y lee para la ONU, para Soros, para el Foro Mundial, para los presidentes de su misma calaña en la región y en el mundo, pero no para su gente que poco entiende de sus alucinantes elucubraciones, muchas de ellas dictadas desde el Foro de Sao Paulo.
A diferencia de El Salvador, estamos en muy malas manos, sin duda. En mi opinión personal, en las peores imaginables. Hacerle la venia a ONGs como Human Rights Watch, arrodillarse ante la agenda globalista imponiendo una agenda verde que impide el desarrollo, ocuparse en ayudar a sus socios en Venezuela y Cuba antes de atender las necesidades de sus compatriotas, dar impunidad total a los criminales, imponer reformas que conducirán al totalitarismo y, de paso, arrastrarán al país a su ruina, aliarse con lo peor de la clase política, soltar a los delincuentes de las cárceles, ahogar al ciudadano con impuestos, devaluación y una inflación galopante, acabar con nuestras fuerzas armadas, etc., etc., no puede tener como resultado sino el desprecio de su pueblo lo que, por cierto, le importa poco como lo demuestra en cada uno de sus actos, sus desplantes y sus palabras.
En la otra cara de la moneda se encuentra Nayib Bukele con el 95% de aprobación y con la autonomía que eso le otorga, lo que le facilitará tomar distancia de la agenda globalista y del socialismo del siglo XXI.
Kienyke