Seguramente leemos periódicos todos los días, oímos noticias, nos cuentan cosas, etc.; es decir, nuestro cerebro procesa información. Pero alguna vez nos hemos hecho la pregunta: ¿De toda esa información qué es verdad o mentira y cómo logramos establecer la diferencia? Esa pregunta es fundamental para nuestra salud mental, seguridad, y muchas decisiones. No es fácil responderla, pero sí tener una guía.
¿Cuáles son las diferencias entre la verdad y la mentira? Las diferencias obvias son que la verdad es EVIDENTE y no se puede argumentar en su contra; mientras que las mentiras deben sostenerse mediante un esfuerzo mental, falacias, otras mentiras, montajes, simulaciones, etc., y terminan destruyéndose o desprestigiándose fácilmente. Esto es parte de una sabiduría básica, si queremos tomar decisiones sobre personas, sobre todo. Porque con los titulares de prensa, la cosa es más compleja, como lo dice José Martí.
Por eso en la llamada ‘civilización’ vivimos en una ‘oscura claridad’. La claridad es el papel blanco donde se imprimen las noticias y titulares que contienen una combinación de verdades y mentiras de prestigio. ¿Con cuál de ellas nos compenetramos para tomar decisiones importantes; o ignoramos, porque sabemos que corremos riesgo?
Por eso María Isabel Rueda, una de las mejores periodistas del país le preguntó al senador Iván Cepeda, uno de los ideólogos del nuevo gobierno de Gustavo Petro: “Senador: ¿usted sí nos puede aterrizar qué es realmente el proyecto de ‘paz total’?” Y de pronto, algo sencillo como la experiencia de la paz, se convirtió en un intercambio de preguntas claras con respuestas evasivas o ambivalentes que ocupó toda la página 13 de la edición de El Tiempo del 8 de agosto de 2022, un día después de la posesión presidencial, porque había que ir presentando resultados.
Y no sé si los amables lectores y yo necesitemos razonar mucho para saber que paz es la ausencia de guerra; también se refiere a acuerdos para lograr esa condición, que muchas veces fracasan. Pero no es solamente eso, sino que existe, por urbanidad, buenas costumbres, o mero sentido común, algo llamado paz política, que significa evitar todo aquello que polariza. Solamente así podremos experimentar un poco de tranquilidad en nuestras conciencias para confiar en el otro, fundamento de la convivencia, el primer paso de la paz total.
Pero además, según la Biblia, la paz verdadera apunta a un bienestar profundo, como resultado de la armonía del grupo humano y de cada persona con Dios, con el mundo material, con todos los grupos, organizaciones, instituciones, el ambiente cultural o ecológico; una paz que se experimenta en la abundancia y la carencia; en la certeza de la salud o enfermedad; en la tranquilidad que nos da el honor, la dignidad humana o la bendición divina que nos garantiza una permanente realización del significado profundo de la vida que es alegría por todo lo creado. En estos días corre en las redes una profesa sobre LA ILUMINACIÓN DE LAS CONCIENCIAS que valdría la pena conocer para vislumbrar el verdadero cambio, y el ‘cambio’ que propone Petro.
Porque ese cambio es el que trae la paz verdadera y total que no la garantiza ningún gobierno, sino Dios, una realidad innegable, que recibe diferentes nombres. Y como vivimos engañados por haber desdeñado esa verdad fundamental, nos gastamos un montón de plata en campañas políticas en busca de un ‘salvador’; o para ir a la India a que un gurú nos enseñe a vivir en paz interior, cuando está a la mano. Piense en esto: esa condición invisible, espiritual, es tan real como lo que llamamos mundo físico. Se experimenta de muchas maneras, pero no se ve.
Ahora bien, según la Biblia, una de las formas como esa paz se manifiesta es mediante el perdón de Dios que “sobrepasa todo entendimiento” (Filipenses 4:7) porque nos ayuda a guardar nuestros corazones y pensamientos para el bien; es la relación ideal con el hermano volviéndonos personas de un mismo sentir, sin que nadie nos dé cátedra. Y cuando esa paz está presente, nadie tiene miedo de nada. Todos los complots fracasan porque la verdad que viene con la verdadera paz, que nos permite discernir claramente, hace evidente el mal en todas sus formas y sutilezas.
Ahora bien, muchos políticos colombiano nos hablan de paz, pero saben poco, porque no la han vivido o luchado por ella con dignidad y claridad. Quizá en otros lugares la conocen más. Por ejemplo, en un país que fue famoso por su pobreza y misterios donde, Gandi pudo decir: “No existe camino para la paz. La paz es el camino,” y lo entendieron para ser capaces de librarse del imperio británico sin disparar un tiro.
Porque el verdadero Dios les hizo SENTIR, de manera irrefutable a todos los hindúes, que lo que decía Gandi era verdad. Hoy en día progresan porque recuperaron lo que era de ellos desde un principio. Y para reafirmar lo anterior, Eleanor Roosevelt con un marido inválido que pudo gobernar un país en guerra, decía: “No basta hablar de paz. Uno debe creer en ella. Y no es suficiente con creer. Hay que trabajar para conseguirla.”
Pues bien, esas son frases de prestigio que todo el mundo recuerda. ¿Pero cómo se vive esa paz; o se la experimenta en el día a día de la gente humilde, los que trabajan; o hacen cola para un difícil trabajo, o una futura esperanza médica?
Yo diría que por todas las experiencias vividas uno debería bendecir la vida porque nos hace sabios. Personalmente la esperanza, la fe, me acompañaron cuando el trabajo fue difícil, escaso, ingrato, pero no faltó; sin embargo, fue apropiado, para enseñarme dignidad; y lo que he sufrido en la vida, seguramente ha sido merecido, por acción u omisión, indiferencia o presunción, pero a pesar de eso, también he sabido que el perdón del buen Dios es real, aunque lo situemos en el área de lo milagroso.
Además, todos sabemos que si el camino es difícil, eso ocurre para que aprendamos a asumir nuestras decisiones y no culpar a nadie. Ya que si nuestra experiencia nos sabe a miel, es porque hemos tenido cuidado de no molestar a las abejas que defienden lo suyo. Por otra parte, si algo nos sabe a hiel, es porque hicimos algo indebido, o políticamente estúpido e incomprensible. Así que nuestra conciencia o atroces dificultades nos hacen ver las consecuencias. Parece que en Colombia empezamos a vivir una de esas situaciones, pero no tengamos miedo porque podremos superarla. Lo explicaré simbólicamente.
Todos sabemos que si sembramos rosas, cosecharemos esas hermosas flores. Pero a pesar de las espinas regaremos el jardín para admirarlas porque la belleza de nuestra patria está por encima de los pinchazos que un gobierno nos da para defenderse. Y ¿por qué se defiende ese gobierno? Porque sabe que está actuando mal, ya que lo hace desde una ideología y una experiencia lamentable que el mundo rechaza; por eso su propia conciencia le dice que tiene miedo porque medio país lo vigila y rechaza.
De esa manera, nuestras vidas sencillas, a pesar de las amargas experiencias, nos dan tranquilidad para enfrentar esta dificultad; porque Dios nunca nos prometió que seríamos jóvenes, eternamente bellos; ni totalmente ricos, o vergonzosamente pobres; porque nos enseñó a trabajar y resistir.
Así, aprendimos que son soportables los largos insomnios que desvelan nuestras almas porque esa profundidad interior se dio cuenta que acariciar la noche con un nombre sagrado en nuestros labios, nos daba descanso reparador. En fin, amamos y hemos sido amados, entonces ¿de qué podemos quejarnos a pesar de lo difícil del amor? Por eso les digo a los jóvenes lo que nos enseñó el poeta Rubén Darío, poniendo algunas sugerencias entre paréntesis para ampliar un sentir especial por nuestra patria.
Cuando llegues a amar, si no has amado, (a la patria) / sabrás que en este mundo / es el dolor más grande y más profundo / ser a un tiempo feliz y desgraciado. / Corolario: el amor es un abismo / de luz y sombra, poesía y prosa, (y de política) / y en donde se hace la más cara cosa / que es reír y llorar a un tiempo mismo. / Lo peor, lo más terrible, / es que vivir sin él es imposible. (Si no se ama a Colombia para defenderla. nos sentiremos sin la dignidad que da el amor desinteresado)
Por eso, queridos jóvenes, no se rían del amor en ninguna de sus formas, no lo desprecien ni huyan de él, mediante la tiranía del capricho libertario, porque es la única manera que tenemos de hacernos humanos en las dificultades para ser auténticos en la misión que tenemos. De ahí que le diga al senador comunista Iván Cepeda: sin el amor, no hay ‘paz total’, a pesar de sus dificultades. Porque la única verdad que nos es evidente es que hemos vivido; y esa sabiduría no se negocia, porque es la que nos permite vivir con dignidad.
Por otra parte, ciertos políticos mediocres llaman ‘paz total’ a las dificultades que ellos mismos crearon con cualquier excusa, para que ahora les den algo de tranquilidad con buen billete. Ese es su negocio. Bien hubieran podido estar tranquilos no haciendo pendejadas como hacer la guerra en la que apostaron la vida para que otros avispados, los jefes, vivan en abundancia. Y todavía nos dejamos engañar con el mismo cuento infantil de siempre: haz la pilatuna, escóndete, cuando veas la correa, llora; así tu abuelita saldrá a defenderte de ese padre tan desconsiderado con el niño precoz. Por eso estamos como estamos.
¿O no vieron la juetera que una mamá le dio a uno de los integrantes de la primera línea que vandalizaba en el paro del 2021? (Una descripción del terror y la crisis de ese escenario se encuentra en mi artículo “La autoridad y la sociedad maniatadas” del 29/04/2021). Todo el mundo entendió, pero nadie dijo nada sobre la verdadera educación política de no andar en malas compañías. Porque según decía el poeta inglés Charles Caleb Colton, “Es preferible estar solo a frecuentar malas compañías; porque somos más propensos a copiar los vicios de los demás que sus virtudes, de la misma manera que la enfermedad es más contagiosa que la salud.”
Ese es el problema de la democracia, que no sabemos andar juntos sin estar revueltos, respetando esas diferencias; y cuando no podemos respetarlas, evitar ciertas personas o costumbres, alejándonos de ellas, sin dañar a nadie. Esa es una persona que ha alcanzado un nivel de la verdad verdadera, sin darse ínfulas de que la conoce y practica, porque recibió el don de la humildad y le gusta la poesía para palear las amarguras de la vida.