Como telón de fondo no puede ignorarse la inocultable lucha por la hegemonía entre las superpotencias. Detrás de Beijing aparecen Moscú, Teherán, Pyongyang y La Habana, en primera fila; y en las sombras, incontables grupos terroristas, entre los cuales las Farc y el Eln, de absoluta obediencia castrista, que en Colombia son actores fundamentales del tal Pacto Histórico.
El triunfo de Petro debilita a los Estados Unidos y fortalece a China en el tablero mundial. Falta solo Brasil para que toda América Latina gire en la órbita imperial de Xi Jinping.
Paso a paso avanza comicialmente el comunismo desde el Rio Bravo hasta la Patagonia. En todos nuestros países, el electorado está desorientado por los medios infiltrados y una Iglesia proclive a la teología de la liberación. Además, los órganos electorales han sido cooptados por la izquierda y dotados de software preparado al efecto. Así ha sido siempre en Venezuela, luego en Perú, y probablemente ya lo es en Colombia…
Estamos en presencia de un hecho nuevo: la llegada electoral al poder de movimientos comunistas, que supera en eficacia la toma violenta que siempre intentaban.
Para preparar elecciones se actúa cautelosamente con el fin de no asustar al electorado de los distintos países, porque los acontecimientos en uno de ellos influyen en los demás, al estilo de vasos comunicantes.
Hace un año (julio 28/ 2021) fue reconocido como presidente del Perú, desestimando todas las denuncias de fraude, un pobre diablo, marioneta de Vladimir Cerrón, jefe indiscutible del comunismo en ese país.
Como para 2022 estaban previstas elecciones cruciales en Chile, Colombia y Brasil, en Perú se adoptó la “moderación”. El Sombrerón no propuso nada radical o revolucionario, que pudiera alarmar a los chilenos, los colombianos y los brasileños, para dar la sensación de que nada cambia, que la elección de un candidato comunista no implica contagio venezolano.
Esa “moderación” tuvo efecto en Chile, donde fue elegido en marzo 11 de 2022 un chisgarabís, cuyo gabinete de extrema izquierda nada significativo ha hecho, con tres propósitos: 1. Tranquilizar con su “moderación” a los colombianos, para no perjudicar las posibilidades electorales de Petro. 2. No inquietar a los brasileños, y 3. No arriesgar la ratificación de la grotesca nueva Constitución de Chile, el 3 de septiembre.
Una vez posesionado Petro tendrá que afectar “moderación” para no perjudicar a la izquierda en el referendo chileno y no poner en peligro el triunfo de Lula en las elecciones brasileñas, el próximo 2 de octubre.
Ahora bien, si Bolsonaro es derrotado: 1. El predominio chino en el mundo se asegura, y 2. Caerán las caretas en Santiago, Lima y Bogotá, para pasar a la etapa plenamente revolucionaria en toda la región.
La “moderación” de Petro es, desde luego, falaz, si oímos al cuarteto de ministras (Cultura, Salud, Agricultura, Ambiente), pero mientras los partidos tradicionales cooperen con él en el sainete venal del acuerdo nacional, su gobierno conservará la fachada de normalidad institucional, hasta desembocar en la Constituyente requerida para la asunción de todos los poderes, que reclama la revolución, imperativo vital e inexorable del individuo llamado a crear el nuevo orden colombiano en clave marxista-leninista.