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Pedro Aja Castaño   

No estamos aquí para maldecir la oscuridad, sino para encender la vela que puede guiarnos a través de esa oscuridad hacia un futuro seguro y cuerdo. John F. Kennedy.

Si tú no te quemas, y yo no me quemo… ¿cómo las sombras luz darán? Nazim Hikmet, poeta turco  (1902 – 1963)

En la madrugada del 7 de diciembre, día de las luces navideñas, como una vela insomne, recordé la cita de arriba que me enseñó mi maestro de lenguas, Alberto Assa Anavi, turco como el poeta. Porque en esas horas uno repasa la vida; o hacen balances los contadores de números y poemas. Ya que la vida puede ser una velita rebosante de colores inocentes para que grandes y pequeños canten villancicos al Niño Jesús; porque hay también     velas serias como la vida cotidiana, hechas para aguantar y brillar tranquilamente en espera, como lo hace un alma anhelante; o un velón respetable con el que le pedimos gracias a Dios.

O sagradas, como la del celebrante, quien hace entrega de una vela encendida del Cirio Pascual, que representa a Cristo Resucitado con la que los padres y padrinos tendrán desde ese momento la misión de mantener encendida esa “llama” del amor de Cristo en el RECIÉN BAUTIZADO, como el inicio del camino de la fe porque la vida es dura.

Por lo que a veces, se me da por narrar hermosas vivencias de luchas ajenas como esta de Nazim Hikmet que se la dedico a mi familia y amigos porque representa la vida seria, comprometida, y que va así: NO ES CHACOTA LA VIDA. No es chacota la vida. / La tomarás en serio, como lo hace la ardilla, por ejemplo, / sin esperar ayuda ni de aquí ni de allá. / Tu más serio quehacer será vivir. /No es chacota la vida. / La tomarás en serio, / pero en serio a tal punto / que, puesto contra un muro, por ejemplo, / con las manos atadas, / o en un laboratorio, de guardapolvo blanco y con grandes anteojos, / tú morirás porque vivan los hombres, / aún aquellos hombres / cuyo rostro ni siquiera conoces. / Y morirás sabiendo, ya sin ninguna duda, / que nada es más hermoso, más cierto que la vida. / La tomarás en serio, / pero en serio a tal punto/ que a los setenta años, por ejemplo, / plantarás olivares, / no para que le queden a tus hijos, / sino porque, aunque temas a la muerte, / ya no creerás en ella, / puesto que en tu balanza / la vida habrá pesado mucho más.

Y también se me ocurre rememorar en el frío   la   celebración de la antigua alegranza bogotana, una mezcla de alegría y esperanza, desde la noche del 7 de diciembre, pero que en Barranquilla, viene con la bendición de  los vientos alisios, comenzando hacia las 3 de la madrugada del 8, en medio de un ambiente festivo. Aparecen desde la celebración por la amistad y la compañía de vecinos, FAROLES Y VELAS en los frentes de las casas y en los andenes para celebrar la INMACULADA CONCEPCIÓN.

Pero cierta parte peculiar de la vida también puede ser un asunto de faroles. Porque, cuando no existía luz eléctrica, la gente se iluminaba con velas y antorchas y muchas cosas pasaban en la semioscuridad.  Sin embargo, cuando vinieron los faroles, y con ellos, cierta responsabilidad ciudadana, el FAROLERO BOGOTANO tenía que recorrer las calles encendiendo y apagando los faroles que fueron primero de sebo y luego de petróleo. Cuando la noche empezaba a aparecer el farolero armado con un mechero encendía las luces de los barrios, regresando a apagarlas a las 9 p.m. En ese momento todos sabían que era la hora de dormir. Su oficio como tal duró hasta diciembre de 1889, cuando se inauguró el sistema de alumbrado público eléctrico, y empezó a ampliarse la guachafita.

En España la obligación del tipo era mantener los faroles  en buen estado; se le asignaban un determinado número de calles y faroles, cargando al hombro una escalera para treparse como un gran señor porque  debía responder por ellos,  capturar ladronzuelos y entregarlos a la policía. Los faroleros se apoyaban entre ellos, gritaban la hora de cuarto en cuarto y socorrían a la comunidad.

Sin embargo, el FAROLERO  de 2021 tanto en Colombia como en España es alguien vano, ostentoso, amigo de llamar la atención y de hacer lo que no le toca para meterse en camisa de once varas. Por otra parte, la antigua luz de los faroles era una luz viva, agradecida por los vecinos, cuidada por el farolero. En cambio la de hoy, la eléctrica, es una comodidad mecánica que se malgasta, se roba, se discute, con la que se hacen promesas o nos amenazan con quitárnosla porque la controlan ciertos personajes. 

Y si hablamos de luces que alumbran, guían o protegen, no debemos olvidarnos de los FAROS que dieron lugar al inicio de señales marítimas, pero que desde la antigüedad fueron la esperanza de los marineros. Pero un faro no salva a los barcos, no rescata a los náufragos, simplemente ayuda para evitar el peligro;  da esperanzas, señala un posible rumbo. Pero todo faro sabe que cuando lleguen las olas gigantes nadie ayudará.

Por eso procura construir el tuyo en un acantilado alto y fuerte. Y Navidad es un faro de esperanza que brilla como la estrella perfecta en el árbol de los regalos; es el halo resplandeciente de cada deseo, el interminable faro que por fin guía a casa a los barcos atormentados.  

Por eso existe una vela como faro especial, la de las generaciones que es la que sostiene a la humanidad, renovándola. Es una vela guerrera que lucha con las peripecias de la vida; es la de los padres y abuelos que se va apagando para que brille la luz de los hijos y nietos en la vela del amor verdadero que no pierde nada cuando enciende otra vela para la siguiente generación.  Son las luces  de los árboles encendidos en forma de añoranza de juguetes, ángeles cantores, escarcha de recuerdos, ideas portentosas, como las que inventan el GPS para guiarnos a las estrellas, las luces de la ciencia, la de las hermosas canciones que brotan del alma.

Pero como nuestra vida puede ser inesperadamente corta o dolorosamente larga, mientras que la eternidad bendita puede ser largamente esperada, en Navidad debemos estar ahí con el corazón abierto al misterio de que de pronto lo grande encuentre su espacio en un niño pequeño; por lo que en ese día los villancicos deben ser cantados en el pesebre de nuestro corazón para que en lo más profundo de nosotros el Salvador venga de nuevo al mundo, la verdadera luz que ha encendido todas las luces.

Publicado en Columnistas Nacionales

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