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Armando Barona Mesa

Podría decirse que las circunstancias -el hombre siempre es él y las circunstancias- han conducido en Colombia a que se llegue, por primera vez, a un experimento único y sin antecedentes: que cada uno, según su propio ego, sienta el derecho constitucional de lanzarse por los vericuetos de sus ambiciones personales a la Presidencia de la República. Este derecho, hasta ayer no más, era letra muerta en la Constitución Nacional.

Así, pues, hoy no nos alcanzan los dedos, incluidos los de los pies y los de los amigos, para contar candidatos, cada uno con discurso -en líneas generales lugares comunes- y planes regionales ofreciendo el oro y el moro. Tengo la impresión de que los que más se mueven son los que hacen llamar a su coalición el rincón de la esperanza, o la Colombia Humana de Petro, Gustavo Bolívar y el inefable Roy. Inquietos ellos, con buen billete para la campaña y como los boys scouts siempre listos a cualquier mentira contra Uribe y contra Duque.

La consigna por supuesto es que cada cual se lance, para al final, con unas consultas internas y externas, escoger un candidato único que recoja retazos ideológicos y votos perdidos -a propósito, ¿sí será fácil endosar los votos?- y programas de cambios bien publicitados, que finalmente, como en el viejo aforismo de Lampedusa, “Hay que cambiarlo todo, para que todo siga igual”.

Andan sectorizados en varios grupos por todo el país en plan proselitista. Se sienten camaradas, disfrutan arepas de huevo y carimañolas -como le oí ayer desde Santa Marta a Sergio Fajardo-, y naturalmente de vez en cuando se aplican unos buenos tragos. Más o menos como un equipo de fútbol, y tienen su propia alineación. Uno ve a Galán como arquero, Cristo defensor derecho, Robledo defensor izquierdo, Fajardo volante él, que no tiene inconveniente en ofrecer el puesto de centro delantero a Alejandro Gaviria recién desenfundado y sin ganas de entrar, porque supone que no lo necesita. En fin, las posiciones del equipo las tienen ya ocupadas, igual que las suplencias.

Todos ríen y se regocijan y lo único que en verdad los une es el odio feral que se han inventado contra el presidente Duque de quien ellos juran que es un dictador y un carnicero que manda a matar jóvenes. Todo, por supuesto, sobre la base goebbeliana de que la repetición de la mentira la convierte en verdad.

Claro que eso de la recolección de firmas es muy costoso. En El Tiempo de ayer se calcula que recolectar para un millón tiene un costo por firma de setecientos cincuenta pesos. Y de ahí en adelante. O sea que ese solo detalle cuesta encima de setecientos cincuenta millones de pesos.

Bueno, ¿y de dónde sale ese dinero? Y sobre todo, ¿Cómo lo restituyen, cuando se aumentan los demás costos de la campaña? Buscan firmas Alejandro Gaviria, Juan Carlos Echeverri, Federico Gutiérrez, Enrique Peñalosa, Rodolfo Hernández y el inefable Roy a quien, como a Petro, es innegable que le encantan los fajos relucientes de dinero. Parecerá mentira, pero hay un candidato que se llama Jhon Hitler Delgado. Y agréguele al excomisionado de Paz Miguel Ceballos. Y el rancho ardiendo.

Podría decirse que todo esto es una farsa costeña. Y juran que tienen la presidencia a solo un paso, por el breve tiempo que queda. Que Dios los oiga a tan buenos muchachos, los que sin duda alguna son mejores que Petro. Pero yo creo que la política no es tan sencilla y regalada. Ni tan barata. Me dispensan este pequeño y elemental apunte.

Sigue en Twitter @BaronaMesa

https://www.elpais.com.co/, Cali, 02 de septiembre de 2021.

Publicado en Columnistas Nacionales

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