Cuando yo tenía veinte años cayó a mis manos un libro que conservo con cariño, porque fue escrito por el mayor jurista español de la época de la República: Luis Jiménez de Asúa; y porque me enseñó de fondo el asunto siempre debatido sobre el aborto y además sobre el derecho a la eutanasia. Esa obra se titula La libertad de amar y el derecho a morir dignamente. Jiménez de Asúa, quien debió salir de España cuando la dictadura de Franco, fue recibido en la Universidad de Buenos Aires y escribió en adelante los más enjundiosos tratados de criminología y de derecho penal. Murió en esa metrópolis del Sur siendo presidente en el exilio de la República Española.
Claro que el aborto se volvió un gran problema social. Las parejas de ocasión no miden el inconveniente de encargar un hijo, no deseado por cierto, con problemas subrevinientes muy serios, especialmente para la mujer y naturalmente para el hijo que nace sin el afecto de los progenitores y de su propia familia. Un niño que nace siendo un “estorbo”.
Entonces lo que siempre más se ha deseado en tales casos es el aborto, que ha sido condenado desde largo tiempo atrás, como un crimen con pena en el código, pero sobre todo con el gran peligro de muerte de la madre, como quiera que la clandestina operación se desarrolla sin técnica ni asepsia. Es un tema trágico al máximo.
Los países comunistas establecieron el amor libre, es decir, el amor de cada esquina, de cada borrachera, de cada alienación sentimental. El sexo es dominante, compulsivo y sin reflexión. En realidad es fascinante, no obstante el pecado que según la religión inexorablemente se amarra a él y sin que eso disuada a nadie.
Jiménez llevó el tema hasta Nüremberg donde presentó sus tesis científicas, en plena época de Hitler. En ese ambiente no primaba el pensamiento fascista, pero sí la selección de una raza pura a través del aborto. Desde entonces el postulado del profesor Jiménez se erigió en el principio que fijaba como únicas causas legales del aborto: la primera, el riesgo de muerte para la madre, la segunda la malformación de la criatura y la tercera que el embarazo hubiere surgido de violencia. El concepto se abrió camino y se acogió por casi todos los países democráticos, entre ellos Colombia.
Mas pasado el tiempo este criterio jurídico dejó de ser una regla razonable. Los embarazos no deseados se multiplicaron, la población aumentó y fueron llegando todas las dificultades subsiguientes, con madres de catorce y hasta trece años. Se han visto algunas de doce.
Los países comunistas admitieron el aborto en cualquier tiempo. Pero después de su caída, lo que en realidad no es una ideología, se tornó en un anhelo especialmente de las mujeres jóvenes. Y después de un tiempo se llegó a admitir el aborto pero solo en los primeros meses.
Ahora la Corte Constitucional colombiana se pone a la vanguardia y lo admite legalmente hasta el sexto mes, cuando ya la criatura ha adquirido forma. Es sin duda el homicidio de un ser indefenso y odiado. Y quien más lo odia es su madre.
Pero lo que no se oye ahora es que se quiera establecer formalmente una planificación familiar con píldoras anticonceptivas y educación como se intentó antes y contra la que estuvo la Iglesia. Desde luego que la superpoblación hay que detenerla como hicieron los chinos en una época. Empero y sin duda, entre las mujeres jóvenes, el paso dado por la Corte es un gran triunfo. El tema, por supuesto, aún no está cerrado. Ni está claro.