Si alguien no queda satisfecho con que su pareja le diga todo lo inteligente, capaz y hermoso que es, y necesita materializar su deseo de ser elegido para dirigir a otros, tener el poder de definir el futuro cercano de alguien o de un grupo, poner el ritmo de los acontecimientos y hasta establecer quién participa o no de una interacción social, no creo que el camino tradicional sea convertirse en árbitro de fútbol. Siendo práctico y realista, siempre he creído que para aventurarse en la política es necesaria una cuota mínima de ego, aunque para nada suficiente.
Pero como la diferencia entre veneno y remedio es la dosis, el exceso de ego o la soberbia desmedida suelen ser muy peligrosas, especialmente cuando quien se considera superior, elegido o iluminado, no lo es, y por alguna razón del destino, que en ocasiones le juega sucio a la humanidad, es puesto al mando de una comunidad que termina cayendo con él desde la altura de su ego, cuando la realidad, tarde o temprano, pone en evidencia la ineptitud del líder de barro.
Con razón San Agustín de Hipona decía que “la soberbia no es grandeza sino hinchazón; y lo que está hinchado parece grande, pero no está sano. Detrás de su apariencia de grandiosidad el soberbio esconde su propia flaqueza”. Por eso cuando alguien cree que es el mejor jugador del Real Madrid, y no lo es, termina en la banca del Everton Football Club.
Recordemos el mito de Ícaro, quien por arrogante desoyó las advertencias de su padre Dédalo de no volar muy alto con sus alas artificiales, y el sol terminó derritiendo la cera que unía las plumas de dichas alas, provocando que el pretencioso Ícaro se precipitara al suelo sin derecho a revancha.
El nombre técnico para la soberbia exacerbada es el Síndrome de Hubris, un trastorno de la personalidad, generalmente adquirido y con frecuencia manifiesto en personas que anhelan o ejercen el poder, en el que su arrogancia les hace creer que están dotados de excepcionales capacidades, carisma, audacia y determinación sin par, pero su accionar realmente es una manifestación de insolencia narcisista, orgullo exagerado, enfermiza autoconfianza y propensión al desprecio y maltrato a quienes no lo alaben u osen criticarlo.
Miren al actual alcalde de Medellín, quien todavía sin plumas, pero con unas garras que ni les cuento, cree que es el águila calva de la gestión pública y una versión tropical y subdesarrollada de Elon Musk
La Asociación Estadounidense de Psiquiatría, en su Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales, propone algunas características de una víctima de este síndrome: 1. Propensión narcisista a ver su mundo principalmente como un escenario en el cual ejercer el poder y buscar la gloria. 2. Predisposición a emprender acciones que probablemente lo hagan visible y mejoren su imagen. 3. Preocupación desproporcionada por la imagen y la presentación. 4. Manera mesiánica de hablar de las actividades actuales y una tendencia a la exaltación. 5. Identificación con la nación u organización en la medida en que el individuo considere idénticos sus puntos de vista e intereses (“el Estado soy yo”). 6. Tendencia a hablar en tercera persona o usar el «nosotros». 7. Confianza excesiva en el propio juicio del individuo y desprecio por el consejo o la crítica de otros. 8. Confianza exagerada en sí mismos, rayana a un sentido de omnipotencia, en lo que personalmente pueden lograr. 9. Creencia que, en lugar de rendir cuentas ante el tribunal mundano de colegas o la opinión pública, el tribunal que le corresponde es: la historia o Dios. 10. Creencia inquebrantable en que en ese tribunal serán reivindicados. 11. Pérdida de contacto con la realidad; a menudo asociado con el aislamiento progresivo. 12. Inquietud, imprudencia e impulsividad. 13. Tendencia a permitir que su ‘visión amplia’ acerca de la rectitud moral de un curso propuesto, obvia la necesidad de considerar la practicidad, el costo o los resultados. 14. Incompetencia arrogante.
Para ver ejemplos de este mal no hay que ir a ninguna clínica psiquiátrica. Si necesita un ejemplo en pequeña escala: miren al actual alcalde de Medellín, quien todavía sin plumas, pero con unas garras que ni les cuento, cree que es el águila calva de la gestión pública y una versión tropical y subdesarrollada de Elon Musk, pues supuestamente transformará el Valle de Aburrá en el “Valle del software”, pero probablemente terminará convirtiéndolo en un valle de lágrimas. Y a nivel nacional el mejor escenario de la soberbia sin capacidad serían las elecciones de 2022, en las cuales el país enfrenta un riesgo aterrador: tener como presidente al fruto de la alianza entre dos Ícaros criollos cuyos egos gigantes contrastan con sus escasas y desplumadas capacidades, Fajardo y Petro. Aunque parecen no gustarse, sus coincidencias ideológicas se evidencian cada día más, y una coalición para segunda vuelta puede ser la última opción que tienen para llegar al poder que llevan años persiguiendo.
Colombia y los colombianos hemos cometido muchos errores y estamos pagando por ello, pero nuestros pecados no son tantos ni tan grandes para ser castigados con que el destino del país quede en manos de estos Ícaros pretenciosos que arrojarían el país al despeñadero.
https://revistalternativa.com/, Bogotá, 1° de septiembre de 2021.