Alexander Cambero
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La elección presidencial norteamericana parecía estar cantada. Un exultante Donald Trump marchaba raudo hacia el éxito. Mientras, la opción de Joe Biden sufría el descalabro público y notorio de una decadencia política indiscutible. Su lamentable presentación en el debate comicial altamente difundido en los medios lo dejó en condiciones paupérrimas. Los grandes jerarcas demócratas entraron en pánico.
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Cerca de la escuela estaba ella. Sobre una calleja de faroles azules, una hermosa niña recorría la calzada. Fue así como el pequeño Adolfo Hitler la vio por primera vez. Ese día estuvo más retraído que de costumbre. En reiteradas ocasiones fue reconvenido para que prestara atención a la clase, sus operaciones matemáticas fueron erradas, no supo resolver los cuestionarios de idiomas, solo tenía cabeza para trazar la belleza de la niña en un papel. En el recreo se fugó de la escuela para volver a mirarla con mayor detalle. Del maletín extrajo su libreta de dibujo, quería plasmar cada rasgo de la niña; que ahora observaba los alrededores desde su templo de ojos azules.
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La trampa que desean imponer es tan burda que nadie se las cree. Una puesta en escena de teatro barato no puede sostenerse ante los ojos de los gobiernos. Es por ello que casi todos los países han rechazado el fallo del TSJ. Es público y notorio que es un órgano al servicio de la dictadura. Sus miembros son fichas confesas del tenebroso PSUV. Sus decisiones no son autónomas ni mucho menos, ellos actúan de acuerdo con la directriz de Miraflores. Hace rato el derecho se fugó de sus dictámenes. Solo lo utilizan como un barniz para tratar de darle cierto esmalte a los casos que llevan. Han transfigurado a la justicia venezolana hasta el punto de degradarla de manera infame. La credibilidad del ente es de absoluto descrédito.
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El Tribunal Supremo de Justicia de Venezuela configura el mayor fraude electoral que se conozca en los anales de la historia. Una vergüenza que hace del deshonor un sello que marca con tinta maloliente una decisión aberrante.
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Un presidente colombiano visiblemente molesto anda amenazando a todo aquel que no quiere ser un súbdito de sus locuras. Ambiciona una nación anestesiada hasta el grado de aceptar ingenuamente el vil asesinato de la democracia para darle vida al falaz totalitarismo de izquierda. Ese es el proyecto que siempre han manejado; afortunadamente las instituciones del país mantienen su apego a la constitución y leyes de la República. Ese freno automático impide que la jauría avance.
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No le demos tantas vueltas al asunto. El gobierno de Nicolás Maduro ha pretendido desconocer la voluntad popular tratando de quedarse en el poder de manera irregular. El resultado de los comicios del 28 de julio fue una absoluta felpa para la manirrota administración revolucionaria. Perdió abrumadoramente a lo largo y ancho del país. Ese hecho irrebatible es conocido por el mundo entero. La diferencia es tan grande que no existe la menor probabilidad de ser rebatida de manera honesta.
Alexander Cambero
Venezuela sufre una desgracia escalofriante desde hace unos dolorosos veinticinco años. Colombia no puede imitar lo que ha sido un horror para nuestro pueblo.
Alexander Cambero
El candidato Nicolás Maduro perdió abrumadoramente en los veintitrés estados y en el Distrito Federal.