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Alexander Cambero                                                            

La gran ciudad bostezaba mientras observaba de soslayo las casas humildes del bajo Flores. Eran las residencias de aquellos que luchaban para llevar un sustento decente para sus familias.  En esa variopinta realidad se cuecen historias. Regina María Sivori lavaba y planchaba ajeno a pesar de que su esposo piamontés era empleado del ferrocarril Sarmiento. Eran cinco bocas por mantener y muchas veces el dinero no alcanzaba. Así que la madre tuvo que salir a buscar mayor estabilidad económica para la familia. Antes de llegar a los domicilios en donde laboraba, dejaba a uno de sus hijos en una banca de la iglesia de San Jorge. La orden expresa es que permaneciera sentado allí, no importando la cantidad de horas. En silencio aguardaba hasta que su progenitora llegaba a buscarlo. Eso ocurría cuatro veces por semana.

Una mañana de febrero de 1945 llegó hasta el templo el nuevo sacerdote. El presbítero Gregorio Sassa era un rosarino de unos veinte años con un entusiasmo inusual para su época. Hizo de la parroquia una verdadera revolución. Se empeñó en que los jóvenes del barrio estudiaran y practicaran el fútbol. Como faltaba uno para el equipo, escogió al tímido chico que se sentaba en la última banca del templo. Con mano temblorosa escribió el nombre de Jorge Bergoglio en la planilla. Era un verdadero, pata de palo: (En Argentina y Uruguay un jugador mediocre) sumamente voluntarioso, pero tan malo que poco jugaba. Un buen día faltó un futbolista, lo que obligó a colocarlo en la alineación. En una jugada pateó tan fuerte que la pelota penetró la nave central de la iglesia de San Jorge. El balón fue directo hasta la Virgen De Los Remedios derribándola de manera altamente sonora. Todos corrieron hasta ver la imagen en el piso. El chico se llevó las manos en la cabeza, comenzando a llorar copiosamente. El sacerdote lo consoló abrazándolo como un verdadero padre. Luego lo condujo hasta una pequeña oficina en donde le dijo: ´´Jorge, tu carrera en el futbol ha terminado, como castigo tendrás que estudiar religión con las severísimas hermanas agustinas´´.  Durante cuatro años se mantuvo recibiendo formación religiosa casi a diario. Las monjas tenían fama de estrictas. Una de las tareas era aprenderse la vida de una buena cantidad de santos. Magnos libracos pasaron por sus manos en horas en donde el sueño quedaba apretujado en las tiernas manos de su almohada. Los grandes personajes de la cristiandad los sustituía periódicamente leyendo la revista El Gráfico, la cual escondía debajo del colchón. La obra de San Jerónimo, quien tradujo la biblia del hebreo y del griego al latín por orden del Papa Dámaso en el año 362. La reemplazaba por la lectura de grandes futbolistas como Alfredo Di Stéfano y Adolfo Pedernera.    

La llegada de René Pontoni desde Newells Old Boys a San Lorenzo de Almagro fue todo un suceso. Aquel portento venía para convertir al cuervo en protagonista. Jorge Bergoglio no perdía un partido. Amaba tanto este deporte que siendo monaguillo se iba con su vestimenta hasta la puerta del estadio para que lo dejaran pasar. Siempre les contaba una historia en la que le decía que con él en las tribunas el equipo no perdía. 

@alecambero

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