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Mauricio Vargas    

Si Guillermo Jaramillo hubiese sido minsalud en la pandemia, muchos más colombianos habrían muerto.

Me hice alguna ilusión cuando, en abril, el cirujano Guillermo Alfonso Jaramillo remplazó a la muy agresiva Carolina Corcho al frente del Ministerio de Salud. Creí que la experiencia –más política que médica– de Jaramillo, quien fue diputado, representante a la Cámara, senador, gobernador del Tolima y secretario de Salud de Bogotá, lo llevaría a revisar el muy perjudicial proyecto de reforma de la salud que impulsaba Corcho, para buscar un texto más sensato.

Vana ilusión: Jaramillo mantuvo el proyecto que acaba con un sistema que, en tres décadas de Ley 100, permitió pasar de solo 22 % de la población con acceso a la seguridad social en salud a 95 %. Para justificar una estatización elefantiásica del sector, Jaramillo puso como ejemplo por seguir el sistema canadiense, 100 % público.

Olvidó decirles a los colombianos que, en Canadá, ese sistema que Jaramillo admira ha sido declarado en grave crisis por falta de recursos, de médicos y de enfermeras, que muchos pacientes se mueren sin ser atendidos y que el servicio es casi inexistente en las zonas rurales. Cerca de cinco millones de canadienses (12 % de la población) carecen de un proveedor de servicios de salud. Y allá nos quieren llevar el presidente Gustavo Petro y su minsalud.

Jaramillo pertenece a un clan político y familiar que ha gobernado por décadas al Tolima, con pésimos resultados como un enorme déficit en la Universidad del Tolima y –muy pertinente para el debate– llevar al borde de la quiebra al otrora afamado hospital Federico Lleras Acosta.

La experiencia política –sobre todo la clientelista– sí le ha servido a Jaramillo para sacar adelante, a los trompicones, la reforma de la salud en la Cámara. Hace pocos días, Jaramillo confesó esas maniobras, al reclamarle a la bancada de los ‘verdes’ por no votar el proyecto a pesar de que “el Presidente es muy generoso” y les ha dado las direcciones del Sena y del Icetex. Cómo sería la metida de pata –con la que bordea el delito de cohecho–, que al mininterior, Luis Fernando Velasco, le tocó salir a regañarlo.

Del burdo clientelismo Jaramillo pasó a la ignorancia cuando, esta semana, se alineó con los fanáticos antivacunas y por pura rabia con el exministro Fernando Ruiz, el hombre que libró con competencia la batalla en tiempos de pandemia, aseguró que “... todos los colombianos que están vacunados sirvieron para el más grande experimento que se haya hecho en la historia de la humanidad (...). No podemos seguir experimentando...”.

Si Jaramillo hubiese sido el minsalud en esos críticos momentos, nos habría dejado sin vacunas, a un costo de decenas de miles de muertos. Fue tal esta segunda metida de pata que tuvo que rectificar él mismo. Ese funesto personaje lidera la salud en el país y pretende reformar un sistema al que la OMS y la Ocde le han reconocido fortalezas. Sistema que se puede mejorar, claro, pero no a costa de convertirlo en el elefante público que ya fue, con estruendoso fracaso, en el siglo pasado.

“Médicos de la muerte” es el apelativo para los galenos que han promovido –muchas veces con válidas razones– la eutanasia, eso sí, siempre con la anuencia del paciente y/o de su familia. En el caso de Jaramillo, opera una eutanasia contra el sistema de salud colombiano, sin contar con la opinión de los pacientes, que serán las grandes víctimas. Ojalá el Senado tranque esta barbaridad, ya que, en la Cámara, un grupo de ‘enmermelados’ representantes le está dando el visto bueno.

* * * *

Tatequieto. Aunque la Corte Constitucional avaló la ley de paz total, tumbó artículos clave que el Presidente usaba para sacar terroristas de la cárcel y convertirlos, vaya ironía, en gestores de paz. Esto no es una dictadura, y así como el primer mandatario no puede decidir a quién manda a la cárcel, tampoco puede determinar a quién libera. En buena hora, la Corte puso las cosas en su sitio.

https://www.eltiempo.com/, Bogotá, 03 de diciembre de 2023.

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