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Juan Lozano           

Si no se condiciona de alguna manera ese sometimiento a que detengan la masacre, seguirá la matanza.

Los oyentes y los periodistas nos percatamos de algo insospechado. Este General curtido en mil batallas, sereno, firme, elocuente, sollozaba con discreción y dignidad.

Hablábamos con él, en La FM, acerca de esa matanza cruel, inaceptable de policías que en las últimas semanas y por decenas han caído abatidos por las balas asesinas de las organizaciones criminales narcoterroristas.

Por mi propia cuenta y riesgo, advierto, entendí el llanto del general Jorge Luis Vargas, director de la Policía, como una expresión incontrolable de su dolor profundo ante el reguero de cadáveres de hombres y mujeres jóvenes que ofrendaron su vida por cuenta del servicio a su patria. Ya vamos llegando a 40 en las últimas jornadas.

Han sido asesinados cobardemente. Han sido abatidos sin piedad ni misericordia, cuando estaban llenos de vida, de ilusiones y de ganas de contribuir en la construcción de un país mejor. ¡Sí, General, compartimos su pena y su luto!

Cuantas lágrimas también nos han arrancado los ‘falsos positivos’, la perversidad de esos actos bárbaros y la pérdida de vidas inocentes, o los asesinatos selectivos de líderes sociales y ambientales, verdaderas tragedias de nuestro tiempo. Ningún cobarde asesinato de inocentes puede ser tolerado, ni justificado ni asumido con indiferencia o desprecio.

También interpreté el llanto del director –y si me equivoco, excúseme, General– como una manifestación de la perplejidad de un líder digno, con pundonor, que se debe sorprender ante tanta indolencia en algunos estamentos que incluso han llegado s restarle importancia a la matanza, “porque aquí se han visto cosas peores”.

La Policía Nacional no está sola. Hay millones de colombianos que la valoramos, le agradecemos y la apoyamos. Pero eso no basta. En muchos países el crimen contra un solo policía levanta a la nación entera. Aquí, por el contrario, entre más crímenes se cometen contra ellos, más estridentes son algunas voces pidiendo acabar la policía, o mandarla para otro ministerio, o desmontar el Esmad, en fin.

Nadie niega la necesidad de estudiar una reforma coherente de la Policía para que cumpla de mejor manera con sus funciones. Y se necesita urgentemente también mejorar las condiciones de vida, remuneración, estímulos, régimen de ascensos y garantías para los policías. Muchos de ellos son verdaderos héroes y heroínas. Y, obviamente, se requiere afinar y agilizar los procesos para prevenir, identificar, expulsar y castigar a las manzanas podridas.

Lo que no puede suceder es que nos anestesiemos ante este tenebroso ‘plan pistola’, y que lo normalicemos. Sin embargo, lo más grave no es eso. Lo más grave es que el discurso político puede crear unos estímulos perversos que se traducen en el asesinato de más policías.

Me explico. Cuando se proclama que habrá una política de sometimiento de organizaciones criminales, como las que están matando a los policías, estructurada a partir de negociaciones colectivas, desmonte de estructuras, justicia premial, penas reducidas y alternativas, independientemente de que sigan matando policías, la vida de los uniformados no vale nada. Y que conste que yo creo en la importancia de una buena política de sometimiento.

Pero si no se condiciona de alguna manera ese sometimiento a que detengan la masacre, seguirá la matanza. Si lo mismo da, para efectos del sometimiento, matar los policías que no matarlos, seguirá la matanza. Si se manda el mensaje de que con o sin ‘plan pistola’ habrá política de sometimiento, seguirá la matanza.

Por eso, además del dolor, el pundonor y la dignidad, el General, confundidas en su llanto, también creo yo advertir –así él nunca llegue a admitirlo– un sentimiento de frustración y de impotencia en el corazón de un comandante como resultado de decisiones que no dependen de él, que debe acatar y frente a las cuales no tiene margen de reacción porque ni ha sido consultado ni se le ha permitido expresar su opinión.

Que Dios acompañe a todos los que hoy lloran a nuestros policías.

https://www.eltiempo.com/, Bogotá, 31 de julio de 2022.

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