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Maritza Aristizábal*

“Los policías no están muriendo en combate, a los policías los están cazando”, eso sentenció Jorge Ruiz, papá de Diego Felipe, un joven patrullero que estaba en Sucre haciendo una labor de vigilancia sencilla. Lo atacaron por la espalda, lo cazaron como dijo su padre. Diego tenía una hija de tres años, una pequeña que pasará toda la vida si su papá. Seguramente para ella, cuando tenga algo de conciencia, él será su héroe. Pero, ¿cómo lo recordará el resto del país? ¿A alguien le está importando que mueran policías? ¿Alguien está mirando, más allá de la cifra, las mujeres que quedan viudas, los niños huérfanos, las madres que pierden un pedazo de su alma? Parece que hoy la vida de los policías solo tuviera valor para los delincuentes del Clan del Golfo que ofrecen entre $5 y $30 millones por su cabeza.

¿Qué debe sentir un policía cada mañana si al ponerse el uniforme se convierte automáticamente en el blanco del crimen? Y lo peor de todo, ¿qué puede pensar ante la indiferencia y muchas veces el desprecio de esa misma comunidad que protege, defiende y por la que sacrifica su vida?

Paradójico que estemos hablando de una “Paz Total” y que ese concepto no pase por condenar la muerte de nuestros soldados y policías. Ha sido tardía y hasta silenciosa la reacción de la próxima institucionalidad. Solo un trino rechazando el asesinato de Luisa Fernanda Zuleta, una mujer policía asesinada por las bandas criminales en Antioquia ¿Y los demás? En el momento de escribir esta columna van 35 policías y 50 soldados asesinados. Eso sí, muchos mensajes invitando a los grupos subversivos y hasta narcotraficantes a sentarse a dialogar, pero pocos mensajes de solidaridad, acompañamiento y moral a los uniformados.

Y entonces, me pregunto yo, ¿qué voluntad de paz tienen esos alzados en armas, que mandan cartas con intenciones de diálogo pero sin contemplación acaban con la fuerza pública? Y lo hacen sin apego al derecho internacional, los atacan por la espalda, a mansalva, a muchos incluso en sus días de descanso y por fuera del servicio, solo por el miserable e irracional objetivo de un plan pistola.

Y a los policías, ¿qué les toca? Vivir con miedo y suplicar para que la sociedad, que debería estar agradecida con ellos, los apoye y los rodee como si no hubieran hecho suficiente para ganarse nuestro respeto y consideración.

Por si fuera poco, el silencio de quienes asumirán funciones solo los llena de incertidumbre. El próximo Ministro de Defensa a última hora escribió unas frías palabras a los que serán sus hombres. El próximo comisionado de paz, silencio total, al contrario en la página de la ONG, que hoy todavía dirige, dice reconocer “El derecho de las guerrillas a la guerra”.

Y bueno, las guerrillas tendrán algún estatus de rebelión, pero es que en todo esto estamos hablando de grupos que se dedican al tráfico de drogas. Se pone incluso sobre la mesa el diseño de una nueva JEP para ellos y los conceptos de perdón social y Paz total. Ojalá esa Paz alcance para nuestro ejército y nuestra policía, ojalá sirva para que ellos se pongan el uniforme sin miedo, ojalá puedan sentir el respeto y agradecimiento de todos porque es lo mínimo que merecen.

Por favor no seamos tan indolentemente selectivos ¡Que todas las muertes nos importen, que todas cuenten y que todas duelan!

*Editora Estado y Sociedad Noticias RCN

https://www.larepublica.co/, Bogotá, 27 de julio de 2022.

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