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Maritza Aristizábal*

En estas elecciones han salido todos a desfilar en la estrecha pasarela de las vanidades políticas. Caminaron a sus anchas pregonando candidaturas, inflaron sus propias posibilidades al son de hipócritas adulaciones y se hicieron ciegos ante la realidad política y la evidencia estadística. La sensatez que es la virtud más escasa entre los políticos fue anulada en las más recientes elecciones. Por el lado del Congreso cientos de candidatos se quemaron. Muchos pensaban que les alcanzaba apunta de maquinarias, compra de votos o exposiciones escandalosas y virales en redes sociales y medios de comunicación.

En las consultas presidenciales varios tercos mantuvieron su candidatura, aunque casi nadie votó por ellos y ya se había ungido anticipadamente al ganador de esa “competencia”. Y como nadie quiso ceder, la humillación fue su peor castigo. En la coalición Centro Esperanza, que es donde la egolatría cobró más disputas, hubo muchos descabezados y un desplome electoral que hoy casi que les arrebata la posibilidad de pasar a una segunda vuelta. Otros siguen como llaneros solitarios pegados a su 0.01% de posibilidades, insisten en aparecer en el tarjetón de la primera vuelta y luchan con garras uñas y cuanto recurso jurídico. La confianza que se tienen es entre valiente y ridícula, ¿acaso se van a dejar contar en las urnas? Por dignidad muchos de ellos deberían declinar desde ya su aspiración.

Otra muestra de ego amplificado en ese mundillo político es el discurso de candidatos que, aunque salieron derrotados de las consultas, siguen con un lenguaje de triunfadores, cierran la puerta a alianzas más amplias y señalan a los demás desde una altura moral estigmatizando con eufemismos como el uribismo, el continuismo, el petrismo o el santismo. Hay que dar el salto, bajarse de ese escalón de superioridad y empezar tender puentes.

Es por eso que en medio de toda esta puesta en escena de intereses particulares animados con palmaditas en la espalda tendré que destacar la sensatez de la decisión de Óscar Iván Zuluaga. Claro, muchos dirán que tenía pocas alternativas. Ahora, yo les pregunto, en plata blanca, ¿eran tan reducidas sus posibilidades? Es cierto que la consulta catapultó y consolidó la candidatura de Federico Gutiérrez, quien quedó, como el mismo dice, con un pie en la segunda vuelta. Pero entre los candidatos que no jugaron en el ajedrez de este domingo, Zuluaga era quizá el de las más altas probabilidades. Venía con el sello de un partido, que le guste o no a muchos, tiene un gran electorado.

Él podía seguir en esa carrera, hacerse contar, poner sus votos sobre la mesa y entrar a negociar para una segunda vuelta. Sin embargo, y repito, en este mundo político colombiano en donde lo que menos sobra es cordura, Oscar Iván dio una gran muestra, no solo de sensatez sino además de humildad. No fue fácil para él, en cambio sí le hace mucho más sencilla la decisión a un elector que está buscando entre la centro derecha una opción viable. Ojalá lo que hizo Zuluaga sirva de ejemplo para otros candidatos que solo aparecen en los titulares de sus propias páginas. Son muchos los que deberían declinar a su aspiración, pensar menos en ellos y más en la agenda de país que está ante el peligro inminente de sucumbir en las fuerzas de la polarización.

*Editora Estado y Sociedad Noticias RCN

https://www.larepublica.co/, Bogotá, 16 de marzo de 2022.

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