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Maritza Aristizábal*

Seguramente esta columna será tremendamente impopular, me tacharán de retrógrada, machista, puritana, goda, punitiva, ortodoxa y quién sabe cuántas cosas más porque en este debate solo se han hecho sentir los extremos, con acusaciones, señalamientos y poco espacio a puntos medios. Y sí, quizá yo hablé desde uno de esos flancos, mi posición no es vergonzante.

Pero no lo hago por goda, ni por católica, menos por machista. Lo hago porque creo en que la vida es sagrada desde la concepción. Quizá usted esté de acuerdo conmigo, o quizá crea que atento contra la libertad de la mujer, ¿y sabe qué?, la única verdad indiscutible en todo esto es que tanto usted como yo hacemos parte del club de los no abortados.

Y voy a ir calificativo por descalificativo. Lo primero es que estar en contra del aborto no es desconocer la libertad que tiene una mujer sobre su cuerpo. La mujer puede hacer lo que quiera con él, pero abortar, por muy no deseado que sea el embarazo, es definir el futuro de otro. Una mujer puede decidir libremente no ser mamá, pero esa decisión no debería traducirse en un asesinato. Ella podría, con el apoyo del Estado, dar a luz, entregar a ese bebé en adopción y hacer, ahí sí, con su propia vida y cuerpo lo que le plazca.

¿Cuál es la diferencia para una mujer entre interrumpir voluntariamente un embarazo a las 24 semanas, o dar a luz? La práctica médica indica que en ambos casos hay un parto. La única diferencia está en elegir cómo dejar vivir o elegir cómo hacer morir. Con todo el respeto por quienes piensan distinto, esto no es un triunfo sobre la libertad de nuestro cuerpo, es una derrota sobre el principio de la vida.

Mi posición tampoco es retrógrada. Soy liberal cuando se habla de derechos individuales. Pienso que todos somos dueños de nuestros actos si es que con ello no afectamos a los demás. Cada quien hace con su vida lo que quiere y asume las consecuencias por ello. Aplica desde el consumo adulto de drogas ilícitas hasta la eutanasia en casos no terminales. Pero en el aborto la decisión es sobre un tercero.

Tampoco es una posición machista. Soy activista por los derechos de las niñas y las mujeres, pero vuelvo al mismo punto, estos son los derechos de alguien más.

Menos se trata de una discusión religiosa, es más bien una diferencia de principios y valores. No estoy de acuerdo con el aborto, no porque lo asuma como un pecado, sino porque lo entiendo como un atentado contra la Integridad de otro.

También vienen los que dicen que quienes nos oponemos al aborto hablamos desde el privilegio de un sistema de salud con garantías y que las mujeres de estratos bajos sólo tienen acceso a procedimientos clandestinos e inseguros. Y entonces yo me pregunto si la solución debe ser que igualemos las condiciones para matar o que iguálenos las oportunidades para vivir.

Ahora, habiendo dicho todo esto, también creo que una mujer que aborta no es una criminal, no merece atravesar, además del difícil momento emocional, el juicio de la sociedad, menos un proceso judicial o la amenaza de la cárcel. Necesita apoyo, ver otras salidas más allá de la rápida y sencilla, entender las implicaciones de abortar no solo sobre si misma sino sobre otros. Eso sí es libertad para decidir, un privilegio al que sólo tenemos acceso quienes pertenecemos al club de los no abortados.

*Editora Estado y Sociedad Noticias RCN

https://www.larepublica.co/, Bogotá, 02 de marzo de 2022.

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