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Héctor Abad Faciolince

La primera reacción de Gustavo Petro a la salvaje invasión de Putin a Ucrania le salió del fondo del alma: “¡Qué Ucrania ni que ocho cuartos!”. Y le salió del alma porque sabía que esta asquerosa injusticia histórica (la agresión y destrucción de un país independiente y soberano) lo obligaría al fin a tomar partido y a revelar lo que es esencialmente: una persona, como Putin, de talante claramente autoritario. Egocéntrica, megalómana, sorda a toda prudencia, narcisista, resentida y capaz de cualquier pacto o voltereta ideológica con tal de llegar al poder para no volver a soltarlo por las buenas. Esta sangrienta invasión de Ucrania, esta guerra de la que es culpable un solo tirano sanguinario, Putin, ha obligado a Petro y al petrismo devoto a quitarse la máscara: ellos no están con la libertad, ellos no están con lo que entendemos como las más preciosas garantías del liberalismo, sino contra ellas.

La segunda reacción de Petro y el petrismo fue más elaborada, supuestamente más sutil, menos salida del fondo del alma: “En las guerras no hay buenos ni malos, aquí no hay víctimas ni verdugos, esta es la última guerra geopolítica por los combustibles fósiles, esta es una guerra entre la OTAN y Rusia en la que lo fundamental es decir No a la OTAN bélica”. O, en palabras textuales del candidato del Pacto Histórico: “En el caso de Rusia hay una doble moral porque nadie dijo nada cuando los Estados Unidos invadieron Irak”.

En todo esto que dicen Petro y sus aliados no hay más que mentiras y disimulos. Señalo algunos: claro que estuvimos en contra de la invasión de Irak y todos lo dijimos; en Ucrania no hay petróleo y tiene que importar el 75 % del gas que consume, así que la guerra no es por los combustibles fósiles; si lo fuera, el país que carece de ellos sería el agresor y no el agredido. Ucrania no pertenece a la OTAN; si fuera así, la tercera guerra mundial ya habría comenzado. Exclamar: “¡No a la OTAN bélica!”, una consigna usada en este mismo periódico, es como exigir: “¡No al agua que moja!”, pues la OTAN es, precisamente, una alianza militar de defensa. Si no existiera y Rusia no temiera las consecuencias de su existencia, ya Putin habría empezado a invadir también a los países bálticos, a Rumania, Hungría o Polonia con el mismo argumento de Hitler: estos territorios son el “espacio vital” (Lebensraum) indispensable para la supervivencia de la Madre Rusia.

Porque esta es la justificación —delirante, en el país con el mayor territorio del mundo— de Putin para su “Operación militar especial en Ucrania”. En el más puro lenguaje orwelliano, a la invasión se la llama “operación especial”, casi como si fuera una cirugía, y al país agredido se lo llama “una amenaza para Rusia”. Sin importar que una y otra vez Ucrania haya declarado su voluntad pacífica, su deseo, simplemente, de ser una nación independiente que de un modo democrático (por mayorías que deciden el tipo de gobierno que quieren) prefiere seguir el modelo político de Europa y no el de Rusia. ¿Por qué? No es tan difícil de ver: porque en Italia, en Dinamarca o en España se vive mucho mejor que en Rusia. Porque Alemania y Holanda no son países en los que hay un puñado de oligarcas rodeados de una inmensa población rusa que sobrevive llena de carencias.

El modelo petrista de gobierno, que con este papel de tornasol de la agresión a Ucrania se revela con claridad, no tiene nada que ver con una ideología progresista de izquierda. Con lo que tiene que ver es con esa mescolanza entre cleptocracia (sus nuevos aliados liberales lo demuestran), populismo y megalomanía del líder único, mesiánico e iluminado, mucho más temido que amado por quienes lo rodean de cerca. Putinismo puro. Si hoy Petro fuera nuestro mesías en el Palacio de Nariño, como pretende, Colombia se habría abstenido en la abrumadora condena contra Putin en la ONU. O tal vez peor, quizá se habría alineado con otros parias: Corea del Norte, Bielorrusia, Siria y Eritrea.

https://www.elespectador.com/, Bogotá, 06 de marzo de 2022.

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