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Héctor Abad Faciolince

A muchos políticos les gusta reescribir la historia, manipularla o cambiarla a su antojo para justificar las barbaridades del presente. Apoyado en verdades mezcladas con falsedades, Vladímir Putin ha dicho que Ucrania no existe como país, que fue un regalo de Lenin, un invento de la Unión Soviética, pero que el territorio ucranio debe regresar al amoroso abrazo de su madre. ¿Cuál madre? La Madre Rusia, claro, la misma que, en tiempos de Stalin, despobló de ucranios a Ucrania con un método muy eficaz: matándolos de hambre. Después de la hambruna (Holodomor en ucraniano: matar de hambre) la Ucrania del sureste fue repoblada con rusos.

El método putiniano, si se puede, es incluso más brutal que el de Stalin. Se niega la existencia de Ucrania invadiéndola y matando a sus habitantes. Si Ucrania resiste, y resistirá, los humillados por los tanques y los bombarderos rusos se sentirán más ucranios que nunca y más alejados que siempre de su horrible madrastra.

Cuando el gobierno de Ucrania entregó a Rusia su arsenal nuclear (miles de bombas atómicas, 176 misiles balísticos intercontinentales, 44 aviones bombarderos de gran alcance), se firmó en 1994 en Budapest un memorándum en el que, a cambio de esa entrega, se concedía a Ucrania la seguridad de que nunca se usaría la fuerza para amenazar su integridad territorial o su independencia política. El padrino de Putin, Boris Yeltsin, firmó el memorándum, al igual que el presidente de Estados Unidos, Bill Clinton, y el primer ministro británico, John Major. Putin escupe sobre el Memorándum de Budapest.

Madeleine Albright, la exsecretaria de Estado y la primera líder occidental que conoció cara a cara a Putin, escribió en su diario sobre el nuevo presidente ruso después de su primer encuentro, hace 22 años: “Putin es pequeño y pálido. Tan frío que parece casi un reptil… No se esperaba el colapso de la Unión Soviética. Se siente incómodo con lo que le ocurrió a su país y está decidido a restaurar su grandeza”.

En una gran novela rusa escrita por un francés, Limonov, de Emmanuel Carrère, se habla también de Putin: “Putin es frío y astuto, cree solo en el derecho del más fuerte, en el relativismo absoluto de los valores y prefiere provocar miedo que tenerlo. Desprecia a los delicados que consideran que la vida humana es sagrada. Las fuerzas especiales rusas pueden gasear a 150 rehenes en el teatro de Dubrovka y pueden masacrar a 350 niños en la escuela Beslan mientras Vladímir Vladimirovich le da al pueblo noticias sobre su perrita que acaba de parir”.

Después de semanas mintiendo una y otra vez sobre las intenciones de Rusia en Ucrania, negando con cara dura todo proyecto de invasión, la agresión rusa a Ucrania acaba de empezar con un despliegue de fuerzas que Europa no había visto desde los tiempos de Hitler. Ya los muertos se cuentan por centenares. Pero hay más: Putin amenaza al mundo con usar su armamento nuclear en caso de que algún país se atreva a defender a Ucrania. Esto estremece por algo que también escribe Carrère: “Putin hace lo que dice y dice lo que hará”. Muchos no creyeron que fuera a invadir Ucrania. Ahora muchos no lo creen capaz de usar armas nucleares contra Ucrania o contra cualquier otro país europeo o americano que se oponga a sus deseos de restaurar el imperio zarista. Es capaz de todo, con tal de no tener un vecino democrático que sea mal ejemplo: la libertad es contagiosa.

Tengo una prueba personal de que Ucrania existe. Hace menos de un año un par de entusiastas editoras ucranias tradujeron y publicaron un libro mío. Lo hacían, me contaron, entre otras cosas, porque estaban invadidas de libros rusos importados y pocos se atrevían a editar en lengua ucraniana. Ellas lo hicieron y se ganaron un premio por la traducción. El jueves me mandaron un mensaje: corrían a un refugio subterráneo por los bombardeos, pero confiaban en la resistencia del ejército ucranio. Jamás se imaginaron que en el siglo XXI les pudiera llegar el horror de la guerra.

https://www.elespectador.com/, Bogotá, 27 de febrero de 2022.

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