El método putiniano, si se puede, es incluso más brutal que el de Stalin. Se niega la existencia de Ucrania invadiéndola y matando a sus habitantes. Si Ucrania resiste, y resistirá, los humillados por los tanques y los bombarderos rusos se sentirán más ucranios que nunca y más alejados que siempre de su horrible madrastra.
Cuando el gobierno de Ucrania entregó a Rusia su arsenal nuclear (miles de bombas atómicas, 176 misiles balísticos intercontinentales, 44 aviones bombarderos de gran alcance), se firmó en 1994 en Budapest un memorándum en el que, a cambio de esa entrega, se concedía a Ucrania la seguridad de que nunca se usaría la fuerza para amenazar su integridad territorial o su independencia política. El padrino de Putin, Boris Yeltsin, firmó el memorándum, al igual que el presidente de Estados Unidos, Bill Clinton, y el primer ministro británico, John Major. Putin escupe sobre el Memorándum de Budapest.
Madeleine Albright, la exsecretaria de Estado y la primera líder occidental que conoció cara a cara a Putin, escribió en su diario sobre el nuevo presidente ruso después de su primer encuentro, hace 22 años: “Putin es pequeño y pálido. Tan frío que parece casi un reptil… No se esperaba el colapso de la Unión Soviética. Se siente incómodo con lo que le ocurrió a su país y está decidido a restaurar su grandeza”.
En una gran novela rusa escrita por un francés, Limonov, de Emmanuel Carrère, se habla también de Putin: “Putin es frío y astuto, cree solo en el derecho del más fuerte, en el relativismo absoluto de los valores y prefiere provocar miedo que tenerlo. Desprecia a los delicados que consideran que la vida humana es sagrada. Las fuerzas especiales rusas pueden gasear a 150 rehenes en el teatro de Dubrovka y pueden masacrar a 350 niños en la escuela Beslan mientras Vladímir Vladimirovich le da al pueblo noticias sobre su perrita que acaba de parir”.
Después de semanas mintiendo una y otra vez sobre las intenciones de Rusia en Ucrania, negando con cara dura todo proyecto de invasión, la agresión rusa a Ucrania acaba de empezar con un despliegue de fuerzas que Europa no había visto desde los tiempos de Hitler. Ya los muertos se cuentan por centenares. Pero hay más: Putin amenaza al mundo con usar su armamento nuclear en caso de que algún país se atreva a defender a Ucrania. Esto estremece por algo que también escribe Carrère: “Putin hace lo que dice y dice lo que hará”. Muchos no creyeron que fuera a invadir Ucrania. Ahora muchos no lo creen capaz de usar armas nucleares contra Ucrania o contra cualquier otro país europeo o americano que se oponga a sus deseos de restaurar el imperio zarista. Es capaz de todo, con tal de no tener un vecino democrático que sea mal ejemplo: la libertad es contagiosa.
Tengo una prueba personal de que Ucrania existe. Hace menos de un año un par de entusiastas editoras ucranias tradujeron y publicaron un libro mío. Lo hacían, me contaron, entre otras cosas, porque estaban invadidas de libros rusos importados y pocos se atrevían a editar en lengua ucraniana. Ellas lo hicieron y se ganaron un premio por la traducción. El jueves me mandaron un mensaje: corrían a un refugio subterráneo por los bombardeos, pero confiaban en la resistencia del ejército ucranio. Jamás se imaginaron que en el siglo XXI les pudiera llegar el horror de la guerra.
https://www.elespectador.com/, Bogotá, 27 de febrero de 2022.