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Sergio Muñoz Bata   

Es improbable que Ucrania derrote a los rusos, pero ojalá logre negociar una supervivencia digna.

“El ruido de explosiones lejanas me despertó”, escribe Nika Melkozerova al inicio de la invasión rusa a Kiev. Leyendo su crónica, se activan mis recuerdos de la madrugada del 20 de agosto de 1968 en Praga, cuando a mí también me despertó el ruido de explosiones lejanas.

Mes y medio antes de la infausta fecha, cuando cuatro jóvenes mexicanos que estudiábamos en Londres planeábamos nuestro recorrido por el continente europeo, oíamos toda clase de especulaciones sobre la inminencia de una invasión rusa a Checoslovaquia, no imaginamos que nos sorprendería en Praga.

Ese 20 de agosto, cuando salí a la calle, me topé de frente con un tanque soviético que avanzaba pulverizando los venerables adoquines de la ciudad medieval convirtiéndolos en filosas esquirlas que volaban sin control a las aceras. El olor a pólvora y humo cubría la ciudad y nosotros buscábamos refugio esquivando tanques, y a los patriotas checos que indignados intentaban dialogar con los invasores. A las 12 del día de un día frío y nublado, se hizo un llamado a la huelga general y por dos minutos sonaron las sirenas de las fábricas, y las bocinas de automóviles y camiones en protesta por la invasión.

Lo más conmovedor, sin embargo, fue la valiente reacción de los jóvenes checos que sin más armas que unos cuantos cocteles molotov intentaban detener el avance de los tanques. Recuerdo a un muchacho que arriesgando su vida se atrevía a colgar en el cañón de un tanque una bandera roja del Partido Comunista Ruso con una enorme esvástica nazi incrustada sobre la hoz y el martillo.

Durante todo ese día no cesaron el tableteo de las ametralladoras, el ulular de las sirenas de las ambulancias y el ruido de las alas de los helicópteros aterrizando en los parques, a un costado de los juegos para niños y bancas para los ancianos.

Al día siguiente, el estado de ánimo cambió dramáticamente. La poca gente que había en las calles caminaba de prisa y apesadumbrada. Parecía como si recordaran que esta no era la primera vez que un vecino abusivo mancillaba el suelo patrio. En la tienda de abarrotes donde quisimos abastecernos, la fila para entrar nos tomó más de tres horas; en la gasolinería solo se vendía combustible a diplomáticos.

El vestíbulo del maravilloso hotel Alcrón se convirtió en el centro de reunión de los extranjeros que queríamos abandonar el país y de los checos que nos pedían darles mensajes a sus familiares fuera del país. El camino a Viena fue tristísimo. La gente en los pueblos nos aventaba flores y nos pedía, sobre todo, que le contáramos al mundo la tragedia que estaba viviendo.

Desafortunadamente, nadie fue al rescate de Checoslovaquia. A diferencia de lo que hoy está sucediendo en Ucrania, la resistencia checa duró poco. Europa estaba dividida y debilitada, y Estados Unidos se desentendía de la crisis en Praga intentando salir dignamente de Vietnam.

Hoy, los ucranianos están dando una batalla que nadie esperaba, dada la asimetría de los ejércitos en conflicto; la inmensa mayoría de la opinión pública mundial reprueba la invasión y repudia a Putin, solo Trump, Maduro y Ortega lo entronizan; Europa y Estados Unidos han formado un frente común contra Putin, imponiéndole severas sanciones y enviando materiales de defensa a Ucrania; en Alemania no solo hay manifestaciones masivas de apoyo al presidente ucraniano, Volodymyr Zelensky, sino que el gobierno socialdemócrata ha respondido cancelando importantes proyectos de energía, excluyendo a bancos rusos del sistema bancario internacional, fortaleciendo su presupuesto militar y enviando armas defensivas a Ucrania.

Es improbable que Ucrania pueda derrotar militarmente a los rusos, pero sí parece posible que, a diferencia de los checos en el 68, logre negociar la paz y una supervivencia digna. Ojalá que así sea.

https://www.eltiempo.com/, Bogotá, 28 de febrero de 2022.

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