“Atoro pasado –decíamos antes–, todo el mundo es Manolete”, y apenas una semana después del inicio de la retirada de las tropas estadounidenses de Afganistán, se cumple el dicho. Todo el mundo tiene ahora una opinión sobre el fin de la guerra en Afganistán.
Hasta Tony Blair, el lamebotas que con otros perritos falderos como José María Aznar, quien entusiastamente se alineó con George W. Bush en su malhadada aventura por Irak y Afganistán, ahora se atreve a criticar la decisión de Biden.
Yo también tengo opiniones al respecto, pero sobre todo preguntas.
¿Por qué no obstante su enorme poderío militar, Estados Unidos sigue perdiendo guerras?
Después de la Segunda Guerra Mundial, EE. UU. solo ha ganado guerritas contra Granada y Panamá. De Corea a Vietnam, a Irak y a Afganistán, se acumulan las derrotas o los triunfos parciales o temporales.
Aunque cada derrota tiene muchas explicaciones, hay en todas al menos un factor común: en ninguna de estas guerras estuvo en juego el interés nacional estadounidense.
En los círculos político-militares se planteó la guerra de Vietnam como la lucha entre el comunismo y la democracia liberal. No solo había que derrotar al enemigo militarmente, sino que había que imponerle al país conquistado un sistema de gobierno democrático. Irónicamente, los aliados vietnamitas no solo carecían de cualquier convicción democrática, sino que eran una camarilla política corrupta hasta el tuétano. En EE. UU. nunca se entendió cuál era el interés nacional detrás de esta aventura.
Otra falla común en todos estos episodios es la del objetivo cambiante. La razón aducida para invadir Afganistán era responder al ataque terrorista de 9/11 destruyendo al grupo terrorista Al Qaeda y capturando a Osama bin Laden, ambos protegidos por el gobierno talibán.
Cuando los talibanes, Al Qaeda y Osama bin Laden abandonaron el país, Bush cambió la tonada y decidió “reconstruir” Afganistán con dinero y ejército norteamericano. Diez años después, cuando un comando estadounidense mató a Osama bin Laden en Pakistán, Barack Obama continuó la guerra en Afganistán por otra década, haciendo caso omiso de la razón aducida para iniciarla.
¿Es Afganistán inconquistable?
Eso parecería. 500 años antes de Cristo, Darío intentó incorporar Afganistán a Babilonia y fracasó. Lo mismo le sucedió dos siglos después a Alejandro Magno; a los ingleses en el siglo XIX, a los rusos en el XX y a los estadounidenses en el XXI.
¿Por qué los servicios de inteligencia estadounidenses no previeron el caótico desenlace en Kabul?
Porque no son infalibles. Esta no es la primera vez que los servicios de inteligencia fallan en su labor de espionaje. Hubo fallas catastróficas el 7 de diciembre de 1941, cuando los bombarderos japoneses destruyeron a la flota norteamericana del Pacífico en Pearl Harbor. La invasión de bahía Cochinos en 1961 fue otro fiasco de inteligencia. En 1968, la ofensiva del Tet en Vietnam fue otra sorpresa que era predecible; algo semejante sucedió en Teherán en 1978, cuando el sah Reza Pahlavi tuvo que huir de Irán. Tampoco pudieron prevenirse los atentados terroristas de 11 de septiembre de 2001 ni el asalto al Capitolio de las turbas trumpianas el 6 de enero de 2021.
¿Fue correcta la decisión de Joe Biden de concluir la guerra más larga en la historia de Estados Unidos?
Desde mi punto de vista, el presidente Biden tuvo el valor y la visión para decidir lo que los tres anteriores presidentes no fueron capaces de hacer. No fue fácil, pero la fuerza de esta pregunta fundamental determinó la decisión: ¿cuántas generaciones de nuestros hijos e hijas tendremos que mandar a Afganistán a pelear en una guerra civil que las tropas afganas no están dispuestas a pelear? Ni una más.
https://www.eltiempo.com/, Bogotá, 23 de agosto de 2021.