El informe sospechosamente coordinado, azuzado, o inspirado por la oficina de Derechos Humanos de las Naciones Unidas, contra el desempeño de la Policía Metropolitana de Bogotá, durante los eventos de revuelta social de año pasado, nos deja sorprendidos.
No porque de ellos no se hubieran derivado de manera seria unos abusos de fuerza policial que incluyeron excesos en el uso de la fuerza. Todos exigimos que sean sancionados y reparadas sus víctimas. No hay un solo colombiano que cuestione eso. Pero de ahí a haber concluido con un informe mamertamente híbrido, la mitad, mandato de colaboración de la ONU, y la otra mitad, completado con las conclusiones personales de un contratista particular, como lo es el señor ex defensor del Pueblo Carlos Negret, que el mismo día en que lanzaba su estudio entregaba su lista al Congreso del Nuevo Liberalismo, no empató bien.
Hay que reconocer que, en su papel de defensor del Pueblo, Carlos se lució. O a uno lo lagartiza el cargo o lo cumple. Negret fue incansable trochero por todas las rutas colombianas del conflicto. ¿Pero qué pasó? Que le dieron un contratico de la ONU para que preparara el juicio final contra el papel de la Policía. Principalmente en el papel que jugó el 9 y el 10 de septiembre del año pasado.
Ahí hubo un levantamiento popular, no siempre pacífico, contra las autoridades de policía. ¿Se podían defender? Pues sí. Porque precisamente a través de su defensa física depende la protección de cientos de ciudadanos pacíficos e inermes. ¿Con quién es la primera responsabilidad de defensa de la Policía? Con los protestantes pacíficos. Con ellos. No con quienes los atacan físicamente con bombas molotov y todo, ante lo cual tienen que proporcionar una respuesta rápida. Sí, la ONU confirma que patrocinó el estudio. Quizás a instancias de la Alcaldía de Bogotá. Pero no avala sus conclusiones de que en la Policía son unos masacradores. Esta relatoría contratada con Negret, y lanzada coincidencialmente el mismo día de su aparición en las listas del Congreso del Centro Esperanza, insinúa que no hubo una orden de la Policía de no disparar. ¿Si los códigos de la Policía son estrictos en ello, y eso solo se da en casos extremos y muy definidos disciplinariamente, se justificaba que la Policía saliera a la calle bajo la orden rotunda de no disparar? En la Policía tienen sus códigos. Saben cuándo eso corresponde a legítima defensa y cuándo se exceden. La diferencia entre los dos conceptos merece evaluación de las autoridades disciplinarias. Pero lo que resalta el general director de la Policía, Jorge Luis Vargas, es que lo que no había, y no podía haberla, era una orden de disparar, como para que esta ameritara la orden contraria de no disparar.
El balance es que 11 de las muertes en combate fueron, según Negret, fruto de la brutalidad policial. No repasan un capítulo acerca de los 62 uniformados que, hasta el viernes de este año, han resultado muertos en su cumplimiento del servicio. Incluyendo recientemente a los dos técnicos explosivistas de Cúcuta masacrados, eso sí. La Policía de Colombia es la que cree, por el contrario, que a ella es a quien la masacran. En la mitad de la divulgación de este sospechoso informe, hay un llanto descontrolado de la alcaldesa que deja un sabor amargamente político ante tanta hecatombe de su popularidad.
A ver. A la Policía de Colombia hay que disciplinarla, educarla, exigirle, sancionarla, pero jamás estigmatizarla. Y lo que pasó después de este episodio de un informe espurio de Naciones Unidas, porque no se comprometen con su resultado; y que su autor esté montado en este momento en una campaña parlamentaria con su introducción a los policías “masacradores” de Colombia implica que aquí se necesita una mirada serena, académica, que no aparece, que se atreva a poner con desprendimiento patriótico los puntos sobre las íes, pero no para que el informe se aproveche electoralmente.
De lo contrario, se nos vienen meses de una competencia a ver quiénes son mejores masacradores. Si la Policía, en cumplimiento de su deber y a veces confundidos ante la contundencia de la agresión, o los que se levantan a enfrentarlos. Me atrevo a decir que mientras aquí ningún policía, como dice Petro, se levanta a planear cómo meterle a un joven un tiro entre los ojos, y a violar jovencitas, muchos de esos malandrines sí se levantan con la misión de bajar, aunque sea a un ‘tombo’, antes de que termine la noche.
Entre tanto... Nunca la serenidad conceptual había sido tan importante en unas elecciones presidenciales. Tenemos a dónde mirar para escoger pero... piénsenlo.
https://www.eltiempo.com/, Bogotá, 18 de diciembre de 2021.