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María Isabel Rueda  

La gran incógnita es qué hará ahora para poder gobernar sin Congreso.

La conclusión de que se radicalizó Petro, conocidos los nuevos nombramientos ministeriales, da hasta risas. Me recuerda el cuento del escorpión que le pidió a un cocodrilo que lo ayudara a pasar a la otra orilla, prometiendo que no lo picaría. Cuando finalmente el alacrán lo picó, le dijo sencillamente al cocodrilo: qué culpa, si esa es mi naturaleza...

Pues la de Petro tiene profundas raíces en una izquierda radical, así muchos quisieran verlo en el espectro de una izquierda moderada. Ya ha tocado conceptos como expropiación sin compensación, cierre del Congreso, agitación de la protesta popular, vetos a gerentes gremiales que han trinado en su contra, irrespeto de la independencia del Banco de la República, control de precios a los alimentos, negociación con narcos y acuartelamiento de la Fuerza Pública.

La gran incógnita es qué hará ahora, radicalizado como el alacrán, para poder gobernar sin Congreso.

Una posibilidad sería que el nuevo mininterior, gran conocedor de los intríngulis parlamentarios, logre recomponer la coalición con los partidos “bisagra”, ofreciéndoles más condimento burocrático. Petro solo maneja a palo seco, en el más optimista de los casos, no mucho más del 25 % del Congreso. Sueltos han quedado algunos rebeldes, como la parlamentaria liberal paisa María Eugenia Lopera, quien salvó la ponencia del Gobierno en contra de la orden de su jefe Gaviria con la disculpa de que por fin iba a poder mirar a su mamá a los ojos. Esa fue la ‘Yiddis’ del paseo. ‘Teodolindos’ hubo tres, 2 conservadores y uno de ‘la U’, que no acudieron a votar al recinto con cualquier disculpa (hasta diarrea). Ahí el Presidente se percató de la fragilidad de la reforma porque la coalición pinchó. Y se demostró que lo que en el gobierno Uribe fue considerado un manejo parlamentario indigno como para poner presos a dos ministros, Sabas Pretelt y Diego Palacio, bajo este gobierno los parámetros morales y legales se ablandaron.

Otra posibilidad sería recurrir a un referendo legislativo, para que el Congreso, por mayoría absoluta de ambas cámaras, convoque al pueblo a decidir si aprueba una ley muy circunscrita en su articulado, con el voto de por lo menos la cuarta parte del censo electoral y que la mitad de los votantes digan sí.

Otro camino es el plebiscito, que también pasaría por el Congreso para su aprobación, pero no como texto normativo, sino como una propuesta política del Gobierno; requeriría que ninguna cámara se oponga y que concurra a votar más del 50 % del censo.

Un tercer camino sería una consulta popular que, previa aprobación de la mayoría del Senado, haría el Presidente al pueblo, con la participación de la tercera parte del censo electoral y la aprobación de la mitad más uno de los participantes.

La última alternativa es sacar la convocatoria a una asamblea constituyente, que requeriría una ley aprobada por ambas cámaras y revisada por la Corte Constitucional, para que el pueblo decida si quiere esa convocatoria.

Pero esta hipótesis, aparte del difícil consentimiento de las cámaras, exige la aprobación de por lo menos la tercera parte del pueblo.

Podría el Gobierno acariciar la tentación de apelar inconstitucionalmente al pueblo en forma directa. Pero para ello Petro requeriría que el fervor popular en torno a su nombre y sus planes de gobierno se mantenga y acreciente, como mecanismo de presión. Con ese mismo ingrediente podría más bien acudir a provocar la convocatoria de la constituyente por la vía regular.

En todo caso, existe una coincidencia entre el ingreso al gabinete de la activista ministra agraria Jhénifer Mojica y la convocatoria a un levantamiento campesino que se una al apoyo a Petro en las bases urbanas. Para eso también sería fundamental que el Presidente lograra tumbar al nuevo gerente de la Federación de Cafeteros, para poner ahí a alguien de su entraña que le ayude en la tarea de congregar al campesinado. La idea es inculcarles a las masas que el pueblo es soberano y que no hay justicia alguna en someterlo a tantas trabas institucionales del Congreso, si conserva su fervor e intensidad de sus simpatías. Lo que la Constituyente quiso fue una democracia participativa ordenada, pero en una de estas, a Petro le da por quitarle las cadenas al pueblo y declararlo soberano, como poder constituyente primario.

Solo quedarían dos posibles talanqueras. O que reaccionen los “partiduchos” estos y no terminen por dejarse comprar ni colectivamente ni al detal. Y que no prospere la idea de que hay que cerrar el Congreso para quitar los grilletes de las reglas institucionales que le impiden a Petro hacerle, por ahora, una consulta directa al pueblo sobre sus proyectos de cambio.

https://www.eltiempo.com/, Bogotá, 30 de abril de 2023.

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