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Educación: orgullo nacional, historia familiar y autoestima personal

Daniel Mera Villamizar

Concebir la "historia familiar" como privilegio de clase perjudica las competencias socioemocionales en la educación.

Una de las frases más citadas del filósofo Richard Rorty es: "El orgullo nacional es para los países lo que la autoestima para los individuos: una condición necesaria para la autorrealización".

Valga la precisión conceptual: orgullo nacional en el sentido de patriotismo, de amor y compromiso con la propia nación, no de nacionalismo, de exclusión de otros.

Rorty fue magistral en la descripción de las consecuencias: "Un exceso de orgullo nacional puede generar belicosidad e imperialismo, igual que demasiada autoestima puede producir arrogancia". Por ende, el patriotismo y la autoestima personal son saludables con moderación.

Respecto del patriotismo tenemos una discusión que es bueno que no se zanje nunca: unos desconfían de ese sentimiento o lo rechazan y otros lo consideramos necesario.

El momento crítico o álgido de la discusión llega con la pregunta: ¿de qué diablos nos vamos a sentir orgullosos de la historia de este país? El tono de la pregunta ya descarta que pueda existir una "narrativa" de Colombia que sustente un orgullo patrio.

Ciertamente, en el sistema educativo poco se fomenta el orgullo nacional, para decirlo suavemente, pero me voy a limitar a recordar mi posición:

"Podemos tener todas las batallas intelectuales sobre la narrativa de la nación y en eso hay que involucrar a los jóvenes en la universidad, pero en la primaria y la secundaria necesitamos sembrar aquello que desata las energías un país y el sentido en cada ciudadano de ser parte de un todo, por encima o a pesar de todo. Y no hay sino dos formas: patriotismo y civismo".

Respecto del otro término de la máxima de Rorty, la autoestima individual, venimos mejorando tímidamente con el aumento de la conciencia sobre la necesidad de formar competencias socioemocionales de los estudiantes. La autoestima y el autoconcepto, las primeras de ellas.

No tenemos el espacio curricular para dichas competencias ni los psicólogos educativos en los colegios, pero sin duda es una tendencia creciente. Quisiera, sin embargo, llamar la atención sobre una variable que influye enormemente en la autoestima personal: la historia familiar.

La historia familiar como fuente de autoestima ha operado y ha sido valorada como un privilegio de clase (alta). Solo las familias con generaciones que se han transmitido poder, dinero, éxitos, intangibles y cultura sofisticada tendrían el privilegio de saber y contar su propia historia de cinco, seis y más generaciones atrás. En parte, ese sentido de "dinastía" crea carácter y competencias que ayudan a mantener la preeminencia en la sociedad. 

Los demás, básicamente o no tienen mente para eso porque están sobreviviendo o sienten que no es privilegio de clases medias. Sería un error dejar que siga esta apreciación clasista. La autoestima y el autoconcepto de los niños pueden naufragar si no logran un sentido de su historia familiar que los haga sentirse bien o con un propósito.

Las instituciones educativas deben ayudar a que sin importar lo triste o dura que sea la historia que arrastre un niño desde su casa, vaya elaborando una comprensión y una motivación para no negar lo que le duele y sacar de ahí fuerza para la vida.

Todas las historias familiares pueden ser contadas por su portador, adolescente o joven, así sea ante el espejo, si en su interior encuentra la forma (incluso para aquellas que podrían producir vergüenza), y esa es una delicada materia que nuestra educación no tiene.

La inmensa mayoría de las historias familiares colombianas no enfrentan un mayor reto socioemocional para ser asumidas por los estudiantes como fuente de inspiración y de determinación, siempre y cuando nos quitemos la comparación con las clases privilegiadas.

En la formación de las diversas identidades que necesita una persona, la familiar es un soporte de las otras. En el siguiente nivel, entra la historia social compartida de los miembros de grupos desaventajados de la sociedad. 

Hay que ir con mucho cuidado en lo que se selecciona para contar y asumir, y en cómo se mezcla y se cuenta, pues pueden perder todos: los individuos, las familias y la nación.

En la sociedad, todo es una "construcción", nada es "natural", así que podemos decidir qué diferentes narrativas queremos construir, sin pretender que debe ser una sola.

El Espectador, Bogotá, diciembre 6 de 2021.

@DanielMeraV

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