Desde el día uno fue evidente que el matrimonio por conveniencia que llegaron a plantearse entre el Partido Liberal y Alejandro Gaviria no iba a aguantar mucho. Porque ambos Gavirias son como el agua y el aceite. Mientras Gaviria César se despeluca en el esfuerzo de cuadrar los avales necesarios para que al liberalismo le vaya bien en las elecciones al Congreso, y su hijo Simón recita de memoria y al detalle cuántos votos pone el liberalismo en cada municipio del país, Gaviria Alejando es absolutamente ajeno al planeta de los avales y flota de manera etérea por atmósferas absolutamente carentes de maquinarias políticas, como la defensa del humanismo, el fin del mundo posible, o la desigualdad y el autoritarismo en los tiempos del covid, temas de algunas de sus recientes publicaciones.
Ese matrimonio por conveniencia pronto comenzó a volverse inconveniente. Porque en el fondo contenía la evidente ambigüedad de que Alejandro Gaviria se presentaba como un candidato independiente, cuando era de público conocimiento que las bases del partido le estaban ayudando incluso a conseguir firmas. Sin embargo, Alejandro aguantó hasta última hora para no romper con Gaviria. Su ingenuidad política, que lo enaltece entre sus admiradores, sí le alcanzaba para saber que en esa tibieza de los esperanzados, no mucho se puede hacer sin el Partido Liberal y hasta sin Cambio Radical.
La ambigüedad alcanzó a estirarse unos meses, hasta que se abrió paso la invitación craneada por el exministro Juan Fernando Cristo a un rimbombante “cónclave de papables” que logró poner a Alejandro Gaviria contra las cuerdas. El expresidente ya venía presionándolo para que escogiera entre dedicarse a tareas políticas poco gratas y sin mucho ‘glamour’ para él, como atender parlamentarios y cuadrar las listas del Congreso, o aceptar la invitación de los “tibios”, donde sus enemigos vetaron al expresidente desde el principio. El autor intelectual de su candidatura le aguantó a Alejandro, hasta donde pudo, su indiferencia con el capítulo de la carpintería política electoral; aunque había mañanas en que Alejandro amanecía realista, aceptando que no se hace política sin políticos, fueron muchas las noches en las que también se acostaba mareado por el complejo de andar en alianzas vergonzantes, con uno de los partidos más tradicionales y por lo tanto más representativos de los vicios clásicos de la política.
Al fin qué, le preguntó Gaviria César en una entrevista: ¿está con nosotros? Y por primera vez Gaviria Alejandro se sintió picado en su autonomía. Si no podía ni siquiera tomar autónomamente la decisión de acudir al cónclave de “papables”, sin la autorización de su jefe político, ¿con qué cara convencería a los colombianos de que sí tiene el carácter para llegar a gobernarlos sin las viejas mañas de la política?
Ahora anuncia que probablemente, para competir por la candidatura en la Coalición de la Esperanza, saltará del Partido Liberal al Nuevo Liberalismo. Desde ese frente, su misión principal será derrotar a Sergio Fajardo, que también ha tocado el mismo timbre, con lo cual Gaviria cayó en la muy ingeniosa trampa santista que le tendieron Fajardo y su pre-jefe de debate, Juan Fernando Cristo, llevándose a Gaviria en pañales a competir por la candidatura presidencial al terreno de Sergio Fajardo.
El error, definitivamente, de la Coalición de la Esperanza, fue vetar al liberalismo y a Cambio Radical, desperdiciando una gran coalición de origen o filosofía liberal, con lo cual feriaron el centro.
Y las cosas siguen igual a como han sido casi todo este año. Porque los tibios de la Esperanza andan hoy obnubilados con su cónclave de temas de maquinaria, en una coalición en la que incluso las bases son ampliamente petristas. Y por su parte, los de la Coalición de la Experiencia, que agrupa a los “ex”, arrancaron a hacer campaña ocupados básicamente en insultar a Gustavo Petro. ¿Quién es entonces el único que está haciendo una campaña política coherente, comunicándoles algo a los colombianos?
Pues Petro, a quien ahora veremos bajar en su caracola por el río Magdalena, saludando con la mano a todo un ejército de enajenados votantes ribereños.
El que diga que aquí no hay un despiporre político miente.
Entre tanto... Mal librada salió a Corte Constitucional de las supuestas llamadas de los expresidentes Santos y Gaviria durante el proceso contra Álvaro Uribe. Pero más inaudito aún es que algunos de sus magistrados sostengan que lo que está dañando la reputación de la Corte no son estas presiones políticas, sino los salvamentos de voto contra la decisión tomada. ¿Y será que en adelante, para que uno de ellos no les siga filtrando sus sesiones en vivo, les tocará seguir haciendo sus salas sin celulares, metidos desnudos entre una piscina, como hace la mafia?
https://www.eltiempo.com/, Bogotá, 21 de noviembre de 2021.