Petro propone la falsificación monetaria masiva hasta destruir completamente la moneda despojándola de todo poder adquisitivo, como lo hizo Lenin en Rusia, como lo hizo Castro en Cuba, como lo hizo Chávez en Venezuela. La destrucción de la moneda nacional se acompaña de la prohibición absoluta para la mayoría de la población del acceso a otras monedas. Despojada de moneda, la gente queda a merced de la tiranía que manu militari decide dónde puedes vivir, a dónde puedes ir o lo que puedes comer. Petro propone robar el alimento de los pobres provocando escasez y desabastecimiento mediante el control de los arriendos, los precios y los salarios y elevando los aranceles para que la importación de bienes y servicios solo esté al alcance la oligarquía corrupta que mediante el control de cambios monopoliza el acceso a las divisas. Pero lo más tenebroso es lo que propone en su autobiografía donde anuncia que acabará con la economía de mercado para dar paso a la economía de lo necesario. A cada cual según su necesidad es la proclama socialista.
La riqueza de las naciones libres, que es la riqueza de los individuos que la conforman, es el resultado de la división del trabajo y esta no tiene otro límite que la extensión del mercado, que la amplitud de los intercambios del producto de su trabajo que libre y voluntariamente realizan los individuos con los de su propia nación y con los de las más remotas. Las personas más ricas son aquellas que directa o indirectamente cambian sus propios productos, sus propias creaciones, sus propios servicios con más y más personas. No hay persona más pobre que aquella que no intercambia nada con nadie y que por lo tanto está condenada a suplir con su esfuerzo aislado sus necesidades básicas. Esta ha sido desde siempre la verdadera promesa del socialismo y el comunismo: acabar son la libertad de intercambiar, aniquilar y suprimir la propensión humana a cambiar para hacer que las personas se conformen con lo básico, con lo mínimo, con lo necesario.
Es falso que el socialismo haya fracasado en Cuba o Venezuela, países cuyo sistema económico y político admira Petro y desea implantar en nuestro país. El éxito del socialismo en Cuba ha sido total. Son ya tres generaciones las nacidas sin libertad de decidir lo que quieren hacer con su propia persona, con su propio trabajo, sin la posibilidad de intercambiar libremente sus productos y servicios con los demás. Tres generaciones acostumbradas a lo básico, a lo que la dictadura que las oprime decide son sus derechos, sus necesidades. Ya ni se rebelan, ni protestan, pues han caído, la mayoría de ellas, en la ominosa situación de servidumbre voluntaria y agradecida a la que los tiranos socialistas quieren llevar a los habitantes de los países donde logran imponerse. Venezuela, la atribulada Venezuela, avanza decididamente por ese camino. Los jóvenes venezolanos de veinte años, de la misma edad de los muchos que en Colombia votan por Petro, no han disfrutado ni de un segundo de libertad.
El socialismo no suprime la búsqueda del interés propio, reprime su ejercicio en libertad para la mayoría de la población, al tiempo que la reserva, en diversos grados según la jerarquía dentro de la nomenclatura, para los miembros del partido único de gobierno. Es el interés propio doloso, como lo han ejercido desde siempre los criminales, mediante al fraude, el robo, la extorsión, el secuestro y el asesinato. La diferencia radica en que bajo el socialismo los criminales ejercen su interés propio desde el poder, desde el gobierno. Todos los gobernantes socialistas buscando su interés propio se hacen inmensamente ricos. Todos los gobernantes socialistas son criminales que han expropiado, que es lo mismo que robado, los bienes de los demás y que cada día expropian a los sometidos el más preciado de los bienes del ser humano: su propio trabajo. El gobierno socialista que promete Petro seria, como ya lo es en Venezuela o Cuba, el gobierno del lumpen organizado que se ha tomado el poder.