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Maritza Aristizábal*

Ya son 5 años del acuerdo; 5 años después de que se presentara la hoja de ruta que supuestamente reconciliaría a todos los colombianos; 5 años tras suscribir un acuerdo que apuntaba poner fin al conflicto; 5 años de la promesa de que las víctimas estarían el centro; 5 años de un documento que centrado y con negrita anunciaba el “Sistema Integral de Verdad, Justicia, Reparación y no Repetición”.

Los mismos 5 años en los que no tenemos ni la terminación del conflicto, ni verdad, ni justicia, ni reparación. Es más, de todo ese nombre tan rimbombante no vamos ni en la verdad. Estamos como en la época de la guerra dura: con las Farc negando sus crímenes y justificando cada bala.

Sí, valoro que ya no estén empuñando un arma, que las discusiones las den ahora con micrófonos y no con plomo, pero, también me pregunto, ¿dónde está el nuevo discurso, el de la exguerrilla y hoy partido político?, ¿dónde están las intenciones de sanar heridas?, ¿dónde están esos que esperábamos reconocieran sus delitos, los que honran a sus víctimas, los que realmente creen que se equivocaron, los que se arrepienten por los muertos y las masacres los que lamentan los secuestros y las desapariciones?

Mientras esperamos esas mínimas muestras de parte de los excomandantes de las Farc, ellos vuelven a hacerlo: pisotean hasta el más pequeño brote de esperanza. Ya habían pasado por encima de los más tristes relatos de niños reclutados, jóvenes abusadas y mujeres obligadas a abortar. Dijeron que no reclutaban menores, sino que más bien eran una especie de Bienestar Familiar.

Olvidan los consejos de guerra a pequeños de 12 o 13 años porque querían escapar, borraron convenientemente de su memoria la cara de todas esas niñas a quienes les robaron su inocencia, es más ahora se dicen feministas y progresistas; no se sonrojan al tapar con un dedo la verdad que se grita en todas las esquinas con decenas de generaciones perdidas en el adoctrinamiento y la violencia que alimentó la violencia de medio siglo.

Ahora niegan el secuestro y el vejamen que era el cautiverio. Lo hicieron en el homenaje a Monojojoy. Es que de por sí el momento en el que lo hicieron ya era una humillación para las víctimas: ¿un homenaje a uno de los hombres más sanguinarios de las Farc, el de las jaulas, los alambres de púas y las cadenas en cuello, pies y manos? Pero como en la teoría del caos, todo puede ser peor, la senadora del partido Comunes, Sandra Ramírez, se anotó otra de sus frases: aseguró que los secuestrados tenían comodidades.

No contenta con eso comparó la inclemencia del secuestro con la de una cárcel, que, según ella, es peor, porque en cautiverio los políticos y militares estaban en un hotel 5 estrellas de camas y cambuches.

Al escuchar eso las víctimas, que con una conmovedora paciencia esperan la reparación, quedaron turbados. Sintieron otra vez el mismo dolor, es como si los hubieran encadenado de nuevo; su dolor fue editado por los antagonistas de la historia y ahora ellos, las Farc, no son los verdugos sino los héroes

¿Cuánto dolor es necesario para que empecemos a poner en práctica eso que en papel se lee tan lindo: “verdad y justicia”? ¿Todavía no es suficiente con décadas de sangre? ¿Debemos ahora inventarnos un programa de reconocimiento, aceptación y no revictimización?

*Editora Estado y Sociedad Noticias RCN

https://www.larepublica.co/, Bogotá, 29 de septiembre de 2021.

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