Es el candidato de los santistas. Y de los medios de comunicación cachacos que apoyaron al expresidente. Lo elevarán a los altares sin disimulo, convencidos de que es su mesías.
A diferencia de Santos, que usó de manera desvergonzada recursos públicos para ayudar a medios que le apoyaban, Alejandro no necesita mermelada. La suya, de momento, es una ola gratuita, lo encumbran porque les gusta o porque piensan que es el verdadero látigo contra el antifuribismo enfermizo que profesan. Sin embargo, Alejandro trabajó para Uribe, no desechó el cargo que le dio el mandatario antioqueño.
Después permaneció seis años en el gabinete de Juan Manuel Santos, suficientes para considerarlo un santista pura cepa y aventurar qué se puede esperar si llegara a sentarse en Casa Nariño.
De partida, las previsiones no son halagüeñas. Si fue un ministro incapaz de reformar en algo el desastroso y delincuencial sistema sanitario en seis años, muchos más de los que ha tenido Duque para cualquier asunto, menos aún conseguirá en solo cuatro superar los problemas graves que consumen a Colombia. Empezando por la violencia de pueblos remotos y grandes ciudades, área clave de la que es un completo iletrado.
En estos días en que se habla tanto de Joe Biden, encuentro un gran parecido entre ambos. De las entrañas del establecimiento, los “opinadores” y medios más influyentes norteamericanos lo respaldaron de manera descarada, ocultando sus debilidades, por el odio visceral que sentían hacia el impresentable Donald Trump.
Pero a las primeras de cambio, Biden peló el cobre, demostró que no tiene visión, inteligencia ni carácter. Su actuación en lo relativo a Afganistán ha sido y sigue siendo tan deplorable que los medios que lo apoyaron no saben de dónde agarrarse. Es la ineptitud y falta de confianza en grado máximo.
Mucho me temo que en una situación similar, Alejandro habría hecho lo mismo. No tiene las agallas para tomar decisiones rápidas ni duras, le temblaría el pulso y perdería los nervios. Ha demostrado que tiene tan alto concepto de sí mismo que prefiere el club de los aplausos a las luchas y las confrontaciones serias. Si demoró meses en lanzarse, aunque sabíamos que se moría de ganas, y le daban nervios que lo presionaran, es porque pretendía recorrer el camino muy seguro y bajo palio.
En todo caso, su candidatura supone un mazazo, o incluso la sepultura, para la de Fajardo. Los dos pescan en el mismo río y está claro que el antioqueño perdió puntos desde que lo involucraron en la catástrofe de Hidroituango. También desplaza a otros aspirantes de esa vaina de la Esperanza, que aún no despega. El senador Robledo cuenta con ideas, coherencia y prestigio, pero es muy de izquierdas y lo abandonarán para irse con el cachaco (lo de nacer Alejandro en Chile carece de importancia).
En cuanto a los Galán y su Nuevo Liberalismo, si uno de los tres fuese mujer, habría sido la unión perfecta para los que adoran a Alejandro. Pero dos hombres no caben en el mismo ticket, el ambiente de los políticamente correctos requiere una Kamala Harris, bien sea de los verdes o los liberales.
Alejandro, que lo venden como la novedad, el diferente, el que nunca se ha estrenado, también es íntimo y el favorito de César Gaviria, y ese expresidente sí que no reparte apoyos sin pedir nada a cambio. Nadie tan ávido de burocracia como él y su Partido Liberal, y nunca se sacian. Aunque Alejandro recoja firmas, porque, además, es una manera de hacer campaña antes de tiempo, se la pasa hablando con Gaviria y necesitará de sus maquinarias bien engrasadas.
Y no nos digamos mentiras. Su aspiración, como la del resto de candidatos, es meterse en la segunda vuelta con Petro y que toda la derecha, uribista y no uribista, que tanto desprecian los que veneran a Alejandro, lo voten a la desesperada, tapándose la nariz, solo para frenar a la extrema izquierda.
Si bien en su espectro político de Centro Descafeinado no tienen a nadie de peso que le haga la competencia, una vez retiren a Fajardo, hay oponentes que le pueden quitar los votos que necesita para ganar al que designe el Centro Democrático, su verdadero rival en primera vuelta.
Aunque Zuluaga no sea un buen candidato, porque huele a pasado y a derrota, así perdiera por las trampas y flagrantes mentiras de su contrincante, mantiene un caudal electoral mucho más grande que Alejandro. Igual que si fuera un Rafael Nieto o María Fernanda Cabal. Sea quien sea el uribista, parte con un porcentaje nada desdeñable y ya se sabe que en mayo se vota con el corazón y, en junio, con el odio y la cabeza. Sin olvidar que alguno de los exalcaldes, como Federico Gutiérrez, puede atraer a votantes indecisos que se desencanten en cuanto Alejandro desfile por los medios, así lo traten con guante de seda.
Lo indudable es que quien quiera disputar la corona a Petro tendrá que arañar votos en todas partes. No se crea Alejandro, como le venden sus adoradores, que tiene el triunfo asegurado.
https://www.semana.com/, Bogotá, 28 de agosto de 2021.