Apenas cuatro autobuses y unos vehículos de apoyo con supuestos indígenas y elementos desestabilizadores, a los que se suman los vándalos que suelen moverse por diversas regiones y atentar contra los monumentos y los símbolos de la sociedad. Lo que obliga a las autoridades -que no debieran caer en esa trampa- a remover los Monumentos. Los cuales se deben vigilar con drones y actuar con anticipación. Me decían algunas personas residentes en Cali, que, si las autoridades hubieran intervenido a tiempo, el drama que vivieron los caleños se habría evitado, la morosidad del alcalde afectó la rapidez con la que ha debido actuar la policía.
Más no nos engañemos: un puñado de agitadores en tiempos de elecciones, al aprovechar los escándalos del día a día, pueden poner a prueba el orden público y escrachar a los candidatos convencionales, lo que junto con el malestar de la pandemia puede influir, de manera incierta y peligrosa, en el electorado. Las minorías suelen escribir la historia.
Las urbes modernas son una gran jungla en la que pueden esconderse subversivos o elementos peligrosos, que utilizan a la población civil como escudo. Karl von Klausewitz plantea la guerra clásica como una continuación de la política, la guerra urbana tiene similar significado. La diferencia está en cuanto los que hacen esa guerra pisotean los principios más elementales de la civilización política, en su modalidad de combate, los subversivos suelen atacar por la espalda y a mansalva, en ocasiones cobrando la vida de inermes parroquianos. Ellos no declaran la guerra, la hacen y el terrorismo es parte del menú. Hemos visto la vulnerabilidad de Bogotá, cuando un puñado de agitadores inducen a los jóvenes a atacar los comercios y los paraderos del Transmilenio, de lo que se ufana una provocadora y manda a las redes su foto sobre el acto vandálico, plena prueba que obliga a las autoridades a sancionarla. La misma interpone un recurso en tribunales y como los pleitos son demorados, entretanto, anuncia que será cabeza de lista al Senado.
Por lo demás, Clausewittz enseña que: “La guerra nunca es un acto aislado”, “Ninguno de los oponentes es para el otro un oponente abstracto, ni aun considerando el factor de la capacidad de resistencia, que no depende de cosas externas, o sea, la voluntad. Está voluntad no es un término totalmente desconocido; lo que ha sido hasta hoy nos indica lo que será mañana. La guerra nunca estalla súbitamente, ni su propagación se produce en un instante”.
Es por ello que aquí las autoridades saben a qué atenerse en materia de guerra urbana, lo mismo que a la inversa, es decir, los elementos desestabilizadores, según la agitación sea con fines electorales o terroristas, como el atentado contra el presidente Iván Duque y las bombas contra los cuarteles. Ambos sectores están más que avisados. Y está de por medio el problema presupuestal de los militares, me dicen que además de no tener fuero militar -lo que es absurdo e injusto, más en un conflicto armado con característica de guerra civil larvada- de intensificarse los ataques terroristas en los campos, no tienen suficiente combustible para volar los helicópteros o muy poco.
Frente a este desafío que podría conmover al país como en Afganistán, por abarcar factores similares, aquí, en general, la política se mueve en el campo estrecho de las intrigas mezquinas, el arribismo, los negociados y como señalaba Álvaro Gómez, se regodea en los establos del “miserabilismo”.
Las fuerzas de orden deben organizar la resistencia civil pacífica. La resistencia civil debe constituirse en todos los estamentos contra el comunismo y en defensa de la democracia y la libertad. En tal caso, lo conservador puede ser determinante. Se trata de evitar sorpresas como la de Afganistán, en donde las aguerridas milicias de unos miles de talibanes armados acotan a 38 millones de personas y desafían a las potencias.
https://www.elnuevosiglo.com.co/, Bogotá, 28 de agosto de 2021.