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César Salas Pérez                                                                                                           

Tanto sabe el señor A. Benedetti de la campaña Petro presidente que bastaría con sincerarse y contar la verdad a las autoridades de quiénes la financiaron, la cantidad de dinero invertido, las personas que manejaron esa espuria plata y de quiénes se quedaron con el grueso de las sumas desviando su camino.

El personaje anda blindado a tal punto de tristemente para la justicia selectiva de este país, considerarlo un intocable al que ningún tribunal, comisión o alta corte se atrevería a investigarlo con rigor y en Derecho, sencillamente porque hace parte activa del más cerrado círculo de Petro.

Pero esto no es ninguna novedad al interior del gobierno porque ese escándalo estalló a mediados del año anterior donde la señora L. Saravia y el impresentable Benedetti se declararon la guerra, incluidos insultos, traición, polígrafo, interceptaciones telefónicas ilegales y la sospecha de que esa campaña fue efectivamente, financiada de forma ilegal.

Pero, entonces, ¿Qué es lo que hay de distinto en todo este entramado novelesco y de envidias marcadas por figurar en este cuatrienio? La respuesta es contundente, pero a la vez, vulgar, el precio del silencio que ha pagado Petro para que este fulano no hable y deje de contar la verdad de lo que realmente aconteció en el agite electoral del 2022 y cómo fue que ganó las elecciones el hoy presidente.

Sin duda, el actual embajador de Colombia en la FAO en tres décadas de actividad pública se ha sabido mover, le importa muy poco la ideología y si el poder, no en vano ha militado en el Uribismo, en el Santismo y ahora en el Petrismo, lo que se traduce en algo muy simple, el tipo está con el dueño del aviso sin importarle si es de derecha o de izquierda, no tiene sesgos ideológicos acompañado a gobiernos disímiles y ha conocido sus más íntimos secretos porque desde entonces ha sido un auténtico lagarto camaleónico, por eso es mejor tenerlo de amigo que de adversario dirían los poderosos de este país.

Luego de haber refrescado memoria, pasaremos a los detalles del precio del silencio que ha tenido que pagar Petro para que este señor guarde silencio y no pierda la compostura ante la prensa y ante las paquidérmicas autoridades judiciales. Así, tras haber estallado el escandalo de la financiación de la campaña y que está próximo el CNE a emitir una decisión, Petro ágilmente ha acudido a lo que se conoce como “el control de daños” un gobierno dedicado a controlar las consecuencias del fenómeno Benedetti que quizá, podría recordarnos el desagradable proceso 8.000 de Samper presidente.  El personaje, aconsejado por el séquito gobiernista se ha amparado en su derecho Constitucional “a guardar silencio” ( Art. 33 de la carta) cuando fue citado por la comisión de acusaciones de la cámara de representantes, pasando de agache y llevándose la verdad para sí mismo.

El precio del silencio, palabras más, palabras menos, es el hecho de que Petro reinventó esa embajada tan inútil como inoperante y burocrática para darle a Benedetti una especie de exilio político donde se sintiera protegido y algo alejado de la realidad  a sabiendas que es un personaje muy peligroso jactado de su poder de chantaje al que hay que estar complaciendo cada que entra en cólera sea por su reiterado gusto del alcohol, sustancias o por la violencia de género por el que enfrenta una investigación disciplinaria en la cancillería en contra de su pareja en España.

Mantenerlo calladito y ajuiciado en el exterior le cuesta muchísima plata a los colombianos, y la justicia, con sus remedos de investigación parece impávida, paralizada o chantajeada. Recordemos lo siguiente, a un tipo como estos que le gusta demasiado el poder y la vanidad, casi siempre es investigado entre otros punibles, como el concierto para delinquir, cohechos, enriquecimiento ilícito de servidor público, interés indebido en la celebración de contratos, tráfico de influencias.  También suelen decir frases claves como “Laura, nos hundimos todos y nos vamos presos todos”. Que tal si nos pusiéramos a consultar sobre fraudes electorales, ir a la fuente de este personajillo sería ilustrarnos con pelos y señales del proceder delictivo de cómo aquellos que han perdido categóricamente en una primera vuelta presidencial, en segunda vuelta, resultan ganando con evidente comodidad sobre todo en la costa atlántica (no es mi intención descalificar regiones).

Ahora que está sobre la mesa la propuesta del tal “acuerdo nacional” promovido por el ministro del interior, seria bueno que entre sus numerales se incluyera un sexto punto que tácitamente exprese una lucha frontal y con resultados contra la corrupción y el clientelismo. Lucha que empiece desde casa de Nariño, pasando por ministerios, embajadas, consulados, institutos, una lucha ejemplarizante desde el nivel ejecutivo que es la rama del poder desde donde están saqueando a Colombia y dejando deuda y ruptura total del tejido social productivo con enormes brechas de desigualdad, inequidad, inseguridad y pobreza extrema. No basta con seguir pregonando un cambio si el cáncer de la corrupción ha continuado su camino desde la misma campaña del hoy presidente y con los viejos actores del pasado caracterizado, precisamente, por ir de escándalo en escándalo.

Lamentablemente para nuestro país, el precio del silencio entre gobernantes con miembros de su círculo cercano para no denunciar las corruptelas es una práctica que genera repudio y violencia. Pareciera una condena.

Publicado en Columnistas Regionales

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