Estos perros vecinos vienen de casas muy elegantes enviados por personas pudientes que se permiten pagar el costoso servicio de hotel que les presta mi vecina el que no incluye contar con personas expertas que los eduquen un poco. No sé si serán tan maleducados en su hogar en Bogotá o si es acá que se transforman en estúpidas bestias que se deleitan ladrando.
Dentro de la corrección política no caben las palabras del zorro porque implican una sumisión y hasta esclavitud. El término domesticar, apprivoiser en el francés original del maravilloso relato de Saint-Exupéry, tiene una connotación que alcanza a ser referencia en la relación entre los humanos: crear vínculos. El zorro le aclara al niño que sin ser domesticado (apprivoisé) no dejará de ser un zorro entre miles de zorros y el niño uno entre miles de otros niños, por lo tanto domesticar y ser domesticado es lo que permite generar lazos de amistad.
Cuando nos vemos enfrascados en discusiones políticas en las que se tienen diferentes opiniones, no nos diferenciamos mucho de los perros que ladran y ladran cada uno con su tono particular. De eso no queda más que la sensación de haber sido apaleado habiendo apaleado al otro. En estos momentos previos a una elección presidencial no son pocos los que reviven historias de las que poco importa si son verídicas o falsas con tal de asestar duros golpes a diestra y siniestra produciéndose una confusión de voces que hacen que el mismo idioma se haga irreconocible, como ocurrió en Babel, sin que se llegue a ningún puerto; lo que interesa es derrotar al contendor a como dé lugar.
Aún retumba en mis oídos el coro de ladridos a pesar de que se han apaciguado un poco, lo que me significa mantener mi incomodidad un tiempo más empeorando mi estado anímico. Igualmente, luego de una discusión sobre temas políticos, persiste en mi mente lo que he escuchado sin alcanzar a comprender como mis apreciaciones que considero sensatas y nacidas de la buena fe sin que compitan con el sentido común, sean vistas por otros como traídas de los cabellos; y que lo que escuché, pronunciado desde la otra orilla, me parezca injustificado y amañado.
No veo ninguna necesidad en crear consensos, me parece que va contra los principios básicos de la libertad. No pienso que la polarización sea reprobable cuando es una tendencia natural en nosotros. No acepto la tolerancia como un bien superior que llega hasta justificar la injusticia y la impunidad. No quiero convencer a mi contradictor, ni siquiera pretendo ser comprendido. Me es difícil aceptar argumentos justificados bajo premisas que considero equivocadas o claramente falsas. De igual manera pensaran mis contradictores aunque no vea en ellos síntomas del sentimiento de impotencia que me embarga en estos momentos en los que se percibe un entramado de corrupción aplicado con total cinismo que está afectando seriamente el sistema democrático minando la credibilidad en las elecciones.