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César Salas Pérez   

Un día Angela Merkel dijo “Wir schaffen das”. Lo vamos a conseguir. Siendo de derecha y del partido conservador (CDU), definida como una mandataria cristiana y con una mayor tendencia al centro derecha, se caracterizó por ser cordial y afable con la tendencia socialdemócrata, su competencia.  Una canciller siempre respetuosa de todos los partidos y colectividades, abierta al diálogo con el parlamento alemán y con una oposición que, pese a sus mayores esfuerzos por arrebatarle la altísima dignidad de canciller, solo pudo conformarse con chispazos de poder regional en territorio bávaro.

Lo primero por resaltar es ese cambio de actitud de Merkel frente al ejercicio de la gobernanza que tanto encantó a la Unión Europea, una política tranquila y poco proclive a las estridencias, dada a la gente, escuchando y llevándose para su interior la voz del pueblo. Muestra de su capacidad e influencia fue que, en sus 16 años como canciller alemana, ejerció moderadamente el control del parlamento, a tal punto de convertirse en prácticamente, la cabeza visible ya no sólo de su país sino también de la Europa Occidental. Presidió el G8, fue presidenta del Consejo europeo tal como lo hizo alguna vez la “Dama de Hierro”, Margaret Thatcher, del Reino Unido.

Los elogios por su liderazgo y buenos modales siempre le han sobrevenido de todas las fuentes y de cientos de miles de actores de la vida pública mundial, tanto de presidentes, de homólogos cancilleres, de primeros ministros, sino también desde la monarquía, la ciencia, el deporte e incluso, desde el mundo de la farándula, el espectáculo y el poder, como la revista Forbes quien en su decimocuarta ocasión en 2020 la nombró la mujer más poderosa del mundo.

Humanamente, siempre se empoderó de los temas de la familia como fundamento de la sociedad, el respeto a la vida como valor supremo, el no rotundo al aborto y eutanasia, una integración de los extranjeros que debía soportarse en el respeto y adaptación a la cultura alemana.

En política exterior, fue la pionera en el fortalecimiento de la alianza transatlántica con América del norte y la apertura de nuevas relaciones con Asia. En materia de refugiados, provenientes de África y Medio oriente, se ganó aplausos, pero también críticas acérrimas por permitir que la Unión Europea abriera sus fronteras cuando el terrorismo islámico amenazaba a muchos países, sobre todo tras la sucesiva marcha de atentados a Francia.

Merkel se mostró partidaria del establecimiento en común de un ejército europeo de carácter permanente que establezca unos intereses comunes para enfrentar el fenómeno del terrorismo. Tema que sigue en la agenda europea y que no se descarta.

Con relación a Turquía para su adhesión a la Unión, Merkel se opuso debido al tema religioso por el posible aumento del islamismo en el viejo continente.

Sin duda, uno de los hechos políticos que la catapultó fue el de haber conseguido el acuerdo que dio origen al tratado de Lisboa que reemplazó a la fallida constitución europea. Fue este tratado el que le otorgó a la Unión Europea personalidad jurídica propia para firmar acuerdos internacionales a nivel comunitario.

Visiblemente, ha sido una líder más que brillante y que está próxima a ponerle punto final a una carrera más de logros que desavenencias o discrepancias, ha sido el puente facilitador de los consensos y la respuesta diplomática a los disensos. Eso sí, con un robusto legado de altísimo contenido humanístico, medioambiental y cien por ciento diplomático a sus homólogos para dirimir conflictos, diferencias e incluso, evitar la misma guerra.

Con su inminente retiro de la escena política internacional, la canciller le deja una asignatura pendiente a Europa y es el de llevar a feliz puerto el proyecto de refundación de la Unión Europea, con sus reformas institucionales, proceso que se ha convertido en el principal catalizador de una serie de cambios de considerable magnitud en bloque comunitario.

En amplitud de este notorio logro, Merkel como su pionera, encontró en el presidente Macron de Francia, su mayor aliado, juntos involucrando al Banco Central europeo en apoyar decididamente con capital a las economías de los miembros más vulnerables de la organización europea.

En cuanto a las relaciones de Alemania con América Latina, la canciller alemana dio un giro total a las mismas en el sentido de abrir sus puertas, como ya se dijo, a inmigrantes latinos, para llenar vacantes de trabajo, mantener la economía en marcha y rejuvenecer a una población envejecida. Su mensaje fue claro, Alemania y la Unión Europea creen en los pueblos latinos, requieren de su valor humano agregado, necesitan de sus comercios, emprendimientos, innovaciones, siempre y cuando comulguen con su cultura y se adapten a su ritmo de vida.

Ciertamente, el liderazgo femenino está de moda, lo que incita a que ellas se integren más al mundo del poder, aspiren a cargos de elección popular, a que ejerzan con decoro sus altas dignidades y se enruten a ejemplarizar a la Merkel más conocida como “mutti” (madre, en alemán).

Alguien se preguntaba alguna vez, ¿Cómo se define a una persona analítica, proactiva y mentalmente fuerte? Pues bien, es como Ángela Merkel quien toma decisiones solamente cuando está segura de ellas, así se tome su tiempo. Una política que sabe que para mantener el poder es necesario escuchar al opositor, pero sin ceder a sus caprichos. Alguien que acepte el cambio cuando éste es claramente demandado por la mayoría de la población. Y que cumpla con lo que promete en tiempos proselitistas.

Así, trabajando sin descanso, deja a su país con una economía robusta, una tasa de desempleo del 4%, un superávit público récord, con índices de favorabilidad y niveles de aprobación de su gobierno de más del 50%; una Europa renovada, con expectativas optimistas frente al inmediato futuro, y con un regreso paulatino a la nueva normalidad o post pandemia en momentos cruciales en que la gran mandataria germana les dice adiós a sus mejores años de vida política.

Publicado en Columnistas Regionales

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