Cuando Gustavo Petro ganó la presidencia, muchos colombianos creyeron que la izquierda se había asegurado el poder por un largo tiempo. Y no les faltaba razón. Petro soñaba con ese momento desde 1984 y prometía transformar las costumbres políticas. Su discurso anunciaba el fin de la corrupción, la anhelada 'paz total'——por su cercanía ideológica con los grupos ilegales— y, en general, un cambio estructural que auguraba una prolongada permanencia del llamado ‘proyecto progresista’.
Sin embargo, contrario a las predicciones, desde el primer día, Petro pareció renunciar a cualquier intención de gobernar, si es que alguna vez la tuvo. La seguridad se desplomó. Por razones ideológicas, fracturó la economía con la suspensión de la exploración de hidrocarburos, eje central de los ingresos estatales. Con el pretexto de evitar el desfalco en el sector salud, intervino el sistema hasta sumirlo en una crisis sin precedentes. Y, en lugar de construir consensos, optó por la confrontación, librando batallas feroces contra el empresariado, los medios de comunicación y la oposición política.
Su gabinete fue una extraña combinación entre agitadores y funcionarios con experiencia. No obstante, los ministros serios fueron apartados rápidamente, pues no encajaban en su estrategia ni servían para la confrontación populista. Petro no necesitaba un equipo de gobierno eficiente, sino activistas para la turbulencia proselitista.
Cada uno de sus movimientos ha respondido a cálculos meticulosos para mantener la polarización como estrategia de permanencia. También ha sido un sistemático evasor de responsabilidades. Nunca asume los errores ni los escándalos de corrupción; la culpa siempre recae en otros: su predecesor, la oposición o la prensa. En el caso de la UNGRD: en lugar de reconocer la responsabilidad de su círculo cercano, la atribuyó a "un codicioso". Cuando decidió ventilar las tensiones de su gabinete en televisión, convenció a sus fanáticos de que el desgobierno no es suyo, sino de sus ministros. Ahora, al nombrar ministro de Defensa al recién ascendido general Sánchez, allana el camino para endosarle a los militares la responsabilidad de la crisis de seguridad, exculpando al antecesor.
Desde el primer día, Petro renunció a gobernar para dedicarse a diseñar su permanencia en el poder más allá de 2026.
Para cualquier dirigente, bastaría con cumplir lo prometido en campaña y realizar un gobierno eficiente para cimentar una hegemonía política de largo plazo. Petro piensa distinto. Sabe que gobernar no es lo suyo, por lo que, desde el inicio, renunció a la ejecución del Plan de Desarrollo. Su teoría es que la revolución que sueña no se logra gobernando, sino mediante la revuelta callejera. Y tiene claro que el presupuesto público es su mejor herramienta para financiarla. De ahí la orden a su gabinete: "preparar una gran movilización de la manera que sabemos hacerlo". En otras palabras, desde el primer día, Petro renunció a gobernar para dedicarse a diseñar su permanencia en el poder más allá de 2026.
Además, ha demostrado una habilidad singular para imponer hasta la agenda de la oposición. Lanza ideas estrambóticas -como un tren eléctrico entre Buenaventura y Barranquilla, un aeropuerto en el Cabo de la Vela, un canal interoceánico en el Chocó o la creación del departamento del Magdalena Medio- con el único propósito de generar debates estériles que entretienen a sus contradictores sin llevar a ninguna parte.
En este contexto, preocupa la actitud de los más de cuarenta precandidatos opositores, dedicados a responderle a Petro sus disparates, pero incapaces de construir una estrategia conjunta. Mientras consumen su tiempo en la confrontación mediática, siguen sin forjar una gran alianza que les permita alcanzar mayorías en las elecciones al Congreso del próximo año y, desde luego, ganar la presidencia en primera vuelta.
Quienes creen que Petro está políticamente derrotado porque apenas marca un 30 % de imagen favorable olvidan que ganó la alcaldía de Bogotá con solo el 32 %, gracias a la fragmentación de sus competidores. Que, por la misma razón, también logró pasar a segunda vuelta en la elección presidencial, partiendo del 28 % en intención de voto. Y, finalmente, que superó a Rodolfo Hernández por 700.000 votos, pero ganó. La oposición debe abandonar la anarquía y construir un camino real pensando solamente en Colombia.
04 de marzo 2025