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Juan David Escobar Valencia                                                                                                             

Quienes no hemos vivido en una dictadura, o por lo menos no todavía, suponemos que la caída del régimen asesino de Bashar al-Ásad, que como era de esperarse terminaría alojado y escondido por su colega dictador ruso, debe ser una buena noticia para el sufrido pueblo sirio, especialmente luego de casi 13 años de guerra civil.

Lastimosamente, la experiencia demuestra que cuando no se han establecido instituciones fuertes, la caída de un monopolio criminal no significa necesariamente la instauración de una democracia, o al menos una gobernanza que garantice una estabilidad aceptable con mínimos niveles de seguridad y libertad. La historia se repite en el tiempo y en el espacio.

Nosotros fuimos testigos cuando del latifundio criminal de Pablo Escobar pasamos a una plaga de minifundios criminales; o más recientemente cuando el traidor Santos institucionalizó la fragmentación de las bandas criminales regionales, llamados “frentes” de las Farc. Un proverbio sirio dice: “Elige al vecino antes que a la casa”, pero eso aplica cuando uno puede elegir al menos dónde quiere vivir. Lo que llamamos “Medio Oriente”, ha sido una milenaria secuencia de invasiones imperiales que nunca permitieron la formación de Estados Nación, sino pueblos oprimidos por un regente lejano que definía las fronteras, los vecinos y el destino de sus habitantes hasta que otro imperio lo reemplazaba, siendo el británico el último de ellos, aunque los envidiosos franceses pidieron una porción: Jordania, Siria y Líbano. El mundo musulmán sabe de sobra que la sangrienta estabilidad y falsa unificación que provoca un dictador despiadado, suele convertirse en su ausencia en otra sangrienta inestabilidad donde los ciudadanos quedan en medio del fuego cruzado de las múltiples facciones que coexistían por la fuerza y no por la convicción y el consenso. Solo como ejemplo, recordemos lo sucedido en Irak, Libia, Afganistán, en el supuesto país llamado Líbano, y desde hace años en Siria, que en esta ocasión ojalá fuese la excepción a esta terrible tendencia y no sea el inicio de la segunda fase de la guerra civil iniciada en 2011.

Pero la lista de perdedores no queda circunscrita a Siria. Como la lista es grande y el espacio pequeño, me limitaré a los mayores perdedores de la caída de al-Ásad: Rusia e Irán, aunque no serán ellos directamente los que sufrirán por la ausencia de su secuaz sirio. Rusia, en su inevitable y evidente decadencia, pues no pudo por segunda vez evitar la caída de al-Ásad, para no hacer más ridículos, tendrá que intentar jugarse a fondo para demostrarle al mundo que al menos puede triunfar en Ucrania. Irán, que ahora ha visto caer a todos los grupos terroristas que patrocinó: gobierno sirio, Hamás, Hezbolá, Hutíes, tendrá que asegurar por la fuerza el control y futuro de Iraq, que es su estado amortiguador frente al mundo sunita. La coincidencia entre ambos perdedores y viejos socios, Rusia e Irán, es que ante su manifiesta ineficacia, acelerarán al máximo sus programas de armas nucleares, porque ni por fuerza propia ni usando outsourcing, logran volver a ser los imperios que otrora fueron.

16 de diciembre de 2024.

Publicado en Columnistas Nacionales

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