Ni el Presidente como ser humano, ni el país, aguantan los escándalos y la tragedia legal de su familia y de su círculo más cercano de amigos, porque con los sucesos conocidos han hecho suficiente por derribar su gobierno sin necesidad de golpes duros o blandos, ni siquiera conspiraciones, ni rebeliones de oposición.
Los hechos solos han mostrado lo que la persona de Gustavo Francisco Petro le ofrece al país. Un hombre cuya conducta siempre relacionada con el delito, el hampa, la insurgencia y ahora la corrupción y que pretende que el poder monstruoso de la delincuencia colombiana lo sostenga, no nos ofrece nada bueno por más que vista de elegantes o rimbombantes títulos a sus pretensiones políticas. “Colombia Potencia mundial de la vida” o “paz total”, mientras la violencia crece e incluso la propicia.
El hecho es que el Presidente ya no tiene reservas para hacer nada trascendente y ni siquiera para gobernar un país entero en su contra, no por virtud de la oposición sino porque él mismo emprendió peleas con todo el mundo. Su mismo equipo de gobierno es incapaz, improvisado; pusilánime en sus pretensiones frente a una institucionalidad colombiana muy firme.
Colombia, no obstante los abusos de muchos gobernantes, es un pueblo generoso, bueno y optimista, gracias principalmente a la abundancia de nuestros recursos naturales, a la calidad humana de su gente y a que encontramos siempre cómo mejorar. Pero el sufrimiento por la violencia y ahora el desorden económico que lo afecta por costo de vida, recesión, desempleo, pobreza y hambre, produce un descontento que combinado con la indignación, no va a terminar bien.
Hay dos caminos para la solución de la situación, uno muy difícil y hasta trágico hasta lograr la destitución del Presidente con la presión del pueblo en la calle, y el otro, convencerlo de la necesidad de un acuerdo nacional de gobernabilidad sin esperar al resultado de las elecciones de octubre ni del juicio Político en el Congreso de la República.
El segundo es conveniente y beneficioso para el gobierno y el pueblo y ya no se trata de mermelada sino de acuerdos para gobernar con dirigentes capaces de afrontar la crisis económica, de desarrollar programas sociales y de tomar las riendas del orden público, para atender los problemas fundamentales del país.
Se puede gobernar con la inclinación del Presidente por la solución a las necesidades de la población más pobre y con el conocimiento profundo de nuestros más connotados economistas, de las reglas de la economía de mercado de las que no nos podemos desprender para progresar.
Pero esa manía de pelear con todo el mundo, si tiene que dejarla, porque lo que está en riesgo es la estabilidad institucional, política, económica y social de la nación. ¡No más violencia por favor!