Esta posibilidad todavía es improbable, pero ahí está, mientras el desgobierno y la ingobernabilidad que vive el país es evidente y cada vez le quita más oxígeno a Petro.
Basta mirar su enfrentamiento con los gobernadores y alcaldes, quienes están radicalizándose en su contra, responsabilizándolo de entregar la seguridad de los ciudadanos y la soberanía de sus territorios a los los narcotraficantes, que hacen de las suyas, asesinando policías y militares, en el caso de las dos disidencias de las Farc y el Clan del Golfo; y como actúa el ELN, aprovechando el cese al fuego, que según la ONU, ha violado una docena de veces en este corto tiempo y cuya acción más protuberante esta semana es declarar un paro armado contra la población civil del Chocó -ya van más de dos mil desplazados- con el argumento de que se defiende de las acciones ofensivas de los otros grupos ilegales y ¡del ejército! y ¡para proteger la población! Todo esto, mientras el país se entera de que nuestros policías no pueden usar armas largas para defenderse de esos grupos, como ocurrió en el Cauca, un departamento altamente peligroso para nuestras fuerzas de seguridad; algo tan perverso y tan abominable, que el general Rojas tuvo salir a decir que se trataba de ¡una mala interpretación! Si, como no.
O, simplemente, hay que mirar sus odios personales, vestidos de odio de clase, que lo hacen amenazar con acabar el Fondo Nacional del Café porque la Federación eligió un gerente que no era de su cuerda, o negarse a asistir a la asamblea anual de la Andi.
Petro intenta desviar la atención a toda costa de la crisis en la que ha sumido al país, con su vieja táctica de inculpar a otros de presuntos -o reales- criminales para que nos olvidemos de los suyos (la gravedad de los pecados de otros, aun si son ciertos, no les quitan el peso a los él, considerando que es el presidente). El ataque al grupo Aval por el caso Odebrecht, que exige reabrir, es una muestra de lo que estoy afirmando, que cumple el múltiple propósito de tratar de quitarse los focos de encima y, de paso, desacreditar el conglomerado financiero y poner en el ojo del huracán al periódico El Tiempo, que es de propiedad de ese conjunto de empresas, y a un opositor, Humberto Martínez, porque el ex fiscal, que fue el abogado de Aval, es un crítico implacable en la coluna dominical de ese diario.
Pero el desorden y la pésima gestión, son tales que no podrá reversar esta tendencia, más aún, cuando sus comportamientos personales generan muchísimos interrogantes y ya tienen a dos partidos de oposición en el Congreso pidiendo un examen médico para determinar el estado de salud del presidente. No es obligatorio que lo haga, pero no hacerlo generará más sospechas. Porque algo no confesable ha de estar pasando para que Petro desaparezca por horas y hasta días y deje plantados o tengan que esperarlo largamente personas prestantes nacionales o extranjeras, o bases del “pueblo” (al que dice que deberse) en más de ochenta ocasiones.
Si las cosas siguen como van, y es difícil que él pueda revertir esta tendencia, como parece imposible que modifique su conducta- perderá las elecciones de octubre. Estas son la prioridad política a la que las fuerzas democráticas tienen que otorgarle toda la atención. Pero el triunfo de estas no será fácil. De hecho, se dará, SI Y SOLO SÍ, no se dividen. En Medellín, por ejemplo, el triunfo de Federico Gutiérrez parece asegurado, pero la gobernación peligra porque enfrentar divididos a Luis Pérez, candidato que goza de las simpatías del Pacto Histórico, es garantía de derrota. Perder Antioquia, sería una catástrofe. Hay que unir a todos los que sean susceptibles de agrupar, con un proyecto que los cobije a todos. Faltan solo diez semanas para las elecciones y los acuerdos son cruciales. Esperemos que los partidos nacionales que hacen presencia en el departamento y los grupos políticos antioqueños que puedan contribuir a derrotar al Pacto Histórico, no sean inferiores a su cita con la historia que se dará el 29 de octubre. Y lo mismo vale pare el resto del país.
Por otra parte, creo que la sociedad civil debe jugársela también por hacer que las elecciones signifiquen un triunfo de la resistencia popular. Y pienso, además, que las organizaciones que están en ella, deberían coordinarse para que las acciones de masas sean efectivas y no tengan el efecto contrario de desanimarlas. Este tipo de protestas son importantes cuando logran movilizar a centenares de miles y, mucho más, si lo hacen con millones de personas, como las que se hicieron, en su momento contra las Farc en el segundo gobierno de Uribe. Sé también que esto es un proceso en el que la gente se va adhiriendo. Hasta ahora, han marchado los antipetrista más convencidos y lo han hecho por decenas de miles en repetidas ocasiones.
La idea es que otros sectores de la población vayan vinculándose. Vi con preocupación que las marchas nacionales la semana que acaba de terminar fueron poco masivas y me pregunto si su convocatoria frecuente en tiempos en que la crisis no ha acontecido decididamente, no termina por desgastar un mecanismo que puede jugar un papel decisivo en la lucha contra la izquierda radical en el gobierno. Se trataría de coordinarse nacional y localmente para no repetirse, para dosificarse y para encontrar los momentos políticos claves que ameriten movilizaciones masivas. Porque más allá del deseo subjetivo de citar una movilización está la oportunidad intersubjetiva consensuada de encontrar el momento preciso en el que tiene el efecto político que se busca. Puedo equivocarme, pero lo hago de buena fe. En todo caso, ahí les dejo esa reflexión.