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Carlos Salas Silva      

La lealtad se la debemos de pronto a la familia, a la amistad, al trabajo, a las creencias, a las confidencias, al secreto bien guardado, a la memoria de nuestros padres. Tal vez a nuestros líderes espirituales y políticos, a la palabra empeñada, a nuestros deberes y compromisos. En ocasiones al bando en el que nos encontremos en un conflicto, al lado que nos corresponda en un pleito o en una discusión. Rara vez a la verdad, porque se presenta resbalosa, o a las promiscuas ideologías que no ofrecen garantía alguna.

Son muchas las ocasiones en las que nos sentimos víctimas de deslealtades y tan pocas en las que nos confesamos culpables de haber sido desleales. Tenemos la sensibilidad aguda para detectar las lealtades y muy poca para admitirlas. El caso Zuluaga me ha llevado a pensar en el significado y la importancia de la lealtad llevándome por el camino espinoso de los recuerdos, de las decepciones y de las amarguras. Ante este caso podría lavarme las manos, como muchos lo han hecho ya sea públicamente o con el silencio de los que callando otorgan, o dar un paso al costado y esperar que una justicia politizada se pronuncie, lo que significaría actuar como los fariseos del evangelio a los que Jesús comparó con una taza limpia por fuera y muy sucia por dentro. Lo que está en juego es algo que va más allá de lo que muestran las apariencias y lo que unos medios prostituidos dan por cierto sin hacer su labor periodística con rigor investigativo y no tan solo limitados al chismorreo del que tienen amplia experticia.

Observar el vergonzoso espectáculo de las deslealtades, en las que se complacen muchos, echándole toda el agua sucia a quien fuese en su momento el más importante dirigente del Centro Democrático, naciente partido político que abría la posibilidad de llevar a Colombia por la ruta del desarrollo comprometido con frenar la criminalidad y la politiquería que persisten en las bases carcomidas de la estructura social y económica del país. Si no le hubiese sido robada la elección como presidente de la República al candidato Zuluaga no estuviésemos pasando por el momento más oscuro de las últimas décadas. No dudo en afirmar que lo ocurrido en 2014 fue una conspiración que tenía como objetivo la reelección de Santos, cuya agenda destructiva ya estaba claramente definida incluida la situación presente en la que se le ha entregado la presidencia de la República a quien nos tiene al borde del caos total.

La grabación, fruto de la deslealtad de uno de sus más cercanos colaboradores en la campaña presidencial, estando ahí no por afinidades personales con el candidato sino por la imposición de algunos, no fue realizada espontáneamente. Que el fiscal general se apresure, como no lo hizo en otros casos recientes y muy sonados, a imputar cargos deja graves interrogantes: ¿Por qué no se realizó, previa a la imputación, una investigación responsable en la que se ataran los cabos sueltos y llevarán a un esclarecimiento de lo que se mantiene en la penumbra de una charla intima? ¿Será que ciertas infiltraciones en la campaña de Zuluaga tenían como fin untarla con la trama de corrupción de Odebrecht que campeó durante el primer mandato de Santos? ¿Por qué buscar a un brasileño que cobraba una suma inimaginable para ser contratado como publicista de la campaña, dinero con el que no se contaba? ¿A quién le puede venir a la cabeza que el asesor de campaña de Lula Da Silva, ultraizquierdista fundador junto con Fidel Castro del Foro de Sao Paulo, pudiese manejar la imagen del Centro Democrático, un partido que se mostraba hasta ese momento como de derecha? ¿A quién podía beneficiar esa vinculación que para cualquiera con dos dedos de frente se mostraba como incongruente y riesgosa? ¿Por qué ahora estalla el escándalo y no cuándo se conocieron los hechos años atrás? ¿A quién beneficia esta trama cuando estaban pendientes de aclararse los casos de corrupción detrás de la campaña de Petro?

Es de fariseos entregar a los leones a quien, por ingenuidad, cayó en las trampas que se le tendieron con el fin de no permitirle llegar a la presidencia. Duelen más las deslealtades de los amigos que los golpes de los enemigos.

KienyKe

 
Publicado en Columnistas Nacionales

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