Nadie que yo sepa discute ese tema. ¿A quién le importa saber si los “blanquitos ricos” tienen sangre negra? ¿Quiénes son esos “blanquitos ricos”? Quien lo sepa que levante la mano. ¿Por qué entonces el estupendo presidente de la República lanza esa extraña disertación? Respuesta: porque él cree firmemente que con esa frase insulta a los “blanquitos ricos”. El cree que decir “ustedes son negros” va a devastar a sus críticos. Petro usa pues el agravio racial y racialista, basado en la sangre y en el color de la piel. Lanza como un proyectil el tema de la “sangre negra” contra sus adversarios políticos. Ese precipitado ataque revela el pensamiento de alguien que ve a la población afrocolombiana con desprecio. Petro simuló una alusión de simpatía y lo que consiguió fue lo contrario: desnudar un recóndito racismo anti negro.
La urgencia del debate en defensa de la vicepresidente Francia Márquez hizo caer a Petro en el pantano de la mitología bárbara de la gota de sangre, del linaje sin mancha. Ese alegato está todo atravesado por la palabra “sangre”. La persona humana, según esa creencia, debe ser definida por su sangre. No por sus convicciones morales, ni por sus capacidades, ni por su trayectoria vital, ni por sus sueños. Petro cree que lo definitivo es la sangre, la raza. Y él va más abajo y se detiene en el tópico de la “sangre negra en sus venas”. El elogio de la “sangre negra” en la argumentación de Petro se convierte en el horror de la sangre negra y ello abre graves interrogantes. La comunidad afrocolombiana va a comenzar a ver a ese personaje desde otro ángulo.
Con esa defensa estrafalaria el presidente pinta, además, a la sociedad colombiana como un territorio dividido en razas, en “negros” y “blancos” que se oponen entre sí. Falsifica la historia y muestra los orígenes de la nación colombiana de manera quimérica. “Nosotros venimos de África”, “Nuestras raíces son indígenas como también, africanas”, gesticula el nuevo inquilino de la Casa de Nariño.
Señor presidente, los colombianos venimos de muchas partes, incluso de África, pero no sólo de allá. Nuestra cultura nacional es plural. Hace eco a civilizaciones europeas y de otros continentes. Nuestras raíces espirituales están impregnadas mayoritariamente de la cultura católica. Su frase recuerda, en cambio, el eslogan de otro agitador: “Alles echte Germanen”, es decir “solo auténticos germanos”. Su autor: Adolf Hitler.
Estamos ante el discurso de un detractor de la historia de Colombia, de un agitador peligroso y cobarde que es capaz de asestar mentiras sin el menor escrúpulo a jóvenes y a grupos sociales de escolaridad inicial, para radicalizarlos y usarlos como masa de maniobra política y hasta para acciones violentas de “negros” contra “blancos” y sobre todo contra los “blanquitos ricos”.
Se ve que Petro jamás leyó la Carta de Jamaica donde el Libertador Simón Bolívar hace una descripción ajustada a la verdad sociológica y antropológica de la América española en los albores de la Independencia.
¿Cuándo veremos en el lenguaje del jefe petrista una palabra realmente ilustrada? ¿Cuándo veremos una frase que no contenga altas dosis de animadversión contra Colombia? Petro ignora, por ejemplo, el verdadero sentido del movimiento de la Independencia. En otra perorata afirmó que fue un movimiento “contra la esclavitud”. Esto es inexacto. La gesta libertadora tenía una meta mucho más vasta: la emancipación de todos los habitantes del virreinato, no de uno o dos sectores particulares. La esclavitud en ciertas regiones de Colombia y del continente hispanoamericano sobrevivió cien años a la independencia.
Petro levanta el brazo, cierra el puño, crispa el rostro. Su arenga para justificar el inútil viaje de Francia Márquez por África es menos un discurso que un grito bárbaro, una explosión de rabia. Al hacer esas bufonadas revela su desprecio por los Padres de la Patria: “Los primeros en hablar de libertad no fueron los que tradujeron los Derechos del Hombre de la literatura francesa, dice, sino que fueron los negros, príncipes y reyes de sus antiguas tierras, vueltos esclavos aquí en Colombia”. Otra distorsión de la historia.
Por motivos obscuros Petro detesta a los precursores de la lucha contra el imperio español en América. Francisco Miranda, Camilo Torres, Antonio Nariño. A todos esos criollos los quiere borrar de la historia, como hacia Stalin con sus víctimas. Antonio Nariño, otro notable acomodado y “blanco” de Santa Fé, poseedor de una impresora privada, pagó cárcel en Cádiz, de donde escapó, por haber traducido y publicado la Declaración de los Derechos del Hombre, un texto prohibido por la España de ese momento. De Cádiz pasó a Francia para entrar en contacto, en París, con Miranda. Va semanas después a Londres para buscar inútilmente ayuda del primer ministro Pitt. Luego de ser en 1811 el presidente del efímero Estado libre de Cundinamarca, Nariño muere en 1823.
Petro ni siquiera pronuncia su nombre y, en cambio, les atribuye a unos “príncipes y reyes” negros africanos “vueltos esclavos aquí en Colombia”, la primacía libertadora.
El nuevo jefe de Estado de Colombia ignora, u oculta deliberadamente, que esas ideas de emancipación eran ya las de Miranda desde 1782, gracias a sus lecturas de Hobbes, John Locke, Burke, Hume, Pope, entre otros. Y que en ello jugó mucho el hecho de que, en 1776, el monarca francés, Louis XVI, decidió ayudar a los insurgentes norteamericanos contra Inglaterra y envió fuerzas expedicionarias. Y no solo a lo que será más tarde Estados Unidos. El primer complot por la independencia de Chile fue organizado por dos franceses, Gramuset y Berney, en 1781 (2).
Petro no les dice a sus seguidores que las ideas contra las instituciones de la Colonia fueron proclamadas entre nosotros en 1810, primero en Cartagena, el 22 de mayo de 1810; luego en Santa Fé de Bogotá, el 20 de julio; en Cali, el 3 de julio; en el Socorro, el 10 de julio de ese mismo año, y que los protagonistas de eso fueron criollos liberales y notables separatistas, es decir ricos y privilegiados. Y que tales ideas, que evolucionaron hacia una ruptura con España, venían de Europa y de las colonias inglesas en América, donde las metas de soberanía popular y libertad de las naciones habían triunfado desde 1781-1783 en el caso de Estados Unidos, contra los poderes monárquicos y colonialistas europeos.
La obsesión wokista de Petro le impide acercarse a la Historia.
El nuevo presidente de Colombia ignora a don Antonio Nariño y se inventa otra impostura: dice que no fue él, ni los otros patriotas de las juntas y revueltas de 1810, y los jóvenes generales que siguieron, los que crearon y dirigieron los fuertes ejércitos que nos dieron la libertad.
Petro insiste en generar confusión sobre ese proceso. “El ejército libertador no habría dado ni un brinco ante el ejército más poderoso del mundo en esa época el ejército español si no hubieran sido los indígenas y los negros los que levantados en armas hubieran constituido eso que se llamó el Ejercito del Libertador”. De nuevo la independencia fue, para Petro, una cuestión de montoneras, de razas, de indígenas y negros, de pobres, no de hombres libres de todas las condiciones, ni de ricos criollos, ni el resultado de una convergencia de fuerzas intelectuales, económicas y militares internacionales desatadas por la revolución americana y por la revolución francesa.
Petro utiliza un esquema esencialista que excluye toda noción de complejidad sobre la naturaleza del imperio español que fue estable durante tres siglos a pesar de la descomunal vastedad de sus territorios. Lo que indica que ese imperio no descansó sobre la tiranía y la barbarie, como lo pretende la Leyenda Negra inventada entre 1590 y 1623 por el protestante holandés Théodore de Bry, que Marx y la izquierda en general retomaron y retoman hasta hoy de manera imbécil.
Ese sector trata de hacer olvidar que los primeros en levantar la voz contra la esclavitud fueron españoles y católicos. Bartolomé de Las Casas, para proteger a los indígenas del trabajo agotador en las minas y haciendas, apoyó la idea de introducir trabajadores africanos en las colonias y contribuyo así, quizás sin advertirlo, a la expansión de la esclavitud de los negros, error que él reconoció. Otro religioso, el Padre Avendaño, trabajó en la abolición de la esclavitud, sin lograrlo. Al menos, como dice Salvador de Madariaga, “una admirable victoria había sido alcanzada por el espíritu cristiano cuando preservó a los indígenas de la esclavitud”.
Petro excluye lo que él define como “los blancos” (criollos, notables, juristas, hacendados, comerciantes, artesanos, generalmente todos ricos) de las fuerzas militares y de su comandancia, y los substituye por lo que él llama “indígenas y negros”.
En realidad, pocos indígenas se sumaron a los ejércitos emancipadores, pues la mayoría de ellos conservaron sus tradiciones opuestas al modelo liberal (ciudadanos libres e iguales ante la ley) que se abría paso con la guerra. ¿Hay que preguntarse por qué la liberación del sur de Colombia y de Ecuador tuvo que encarar una fuerte resistencia indígena? ¿Hemos olvidado que los indígenas de esa región, fieles a la Corona española, montaron guerrillas y obligaron a Bolívar a decretar en Pasto la guerra a muerte en 1822? En la costa norte, en Chocó, Amazonas y los Llanos hubo idénticas actitudes.
Por otra parte, una fuerte cantidad de negros ingresaron a los ejércitos españoles, así como los hubo en menor grado en los ejércitos que luchaban contra España. No hay muestras de una cristalización o alineamiento claro de las comunidades negras con el movimiento de la Independencia. Los negros iban al bando militar, realista o independentista, que mejor ofreciera abolir la esclavitud. Muchos de los indígenas y negros reclutados por la fuerza por el bando patriota desertaban.
Petro remata así su discurso: “Y ahora nos vienen a decir que qué hacemos en África, pues bien decía la vicepresidenta que allá los antepasados de la vicepresidenta llegaron a América en medio de grilletes y ahora sus descendientes irán libres al país de sus ancestros”. Gustavo Petro y Francia Márquez olvidan que en la infame trata transatlántica de esclavos del siglo XV al XVIII (no confundirlo con el esclavismo antiguo de los tiempos de Grecia, Roma y Bizancio) participaron, en calidad de captores y traficantes de esclavos, muchos “reyes y príncipes” africanos. Los esclavos que ellos capturaban en condiciones atroces, sobre todo en el Congo y Angola, eran vendidos a los traficantes europeos. No fue en Colombia donde los “volvieron” esclavos, como dice Petro, sino antes, en las redadas de los esclavistas africanos. Según el historiados francés Olivier Pétré-Grenouilleau (3), con las vastas conquistas árabe-musulmanas del siglo VII nació la masiva trata de esclavos y sólo el 2% de los esclavos fueron capturados por traficantes europeos.
¿Las afirmaciones del presidente Petro del 16 de mayo merecen un debate público? Yo diría sí. ¿La postura asumida ese día busca un alineamiento particular de fuerzas políticas? Quizás. Por eso hay que estudiar el asunto y pedirle respuestas.
Notas
(1).- https://www.elpais.com.co/politica/petro-defiende-a-francia-marquez-con-crudo-comentario-los-blanquitos-ricos-tienen-sangre-negra-en-sus-venas-1732.html
(2).- Salvador de Madariaga, Le declin de l’empire espagnol d’Amérique (Albin Michel, Paris, 1958, p. 378).
(3).- Olivier Pétré-Grenouilleau, Les traites négrières (Gallimard, Folio histoire, Paris, 2004, p.27)