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Juan David Escobar Valencia

Uno de esos placeres cada vez más escasos por el advenimiento de las librerías digitales es lo que llamo la “pesca deportiva de libros”, en la que uno sin apuros rastrea minuciosamente cada resquicio de las estanterías y ocasionalmente algo inesperado se engancha en el anzuelo de tus ojos. Alborozado y sin creer que un ejemplar así hubiese escapado a otros antes que tú, lo tomas en tus manos, lo aprecias de principio a fin, pero luego de un rato, cuando el empleado de la librería empieza a sospechar de ti, sabes que debes dejarlo ir con la sospecha que tal vez sea la última vez que lo tocarás.

Hace muchos años, en mi época de estudiante y en una de esas “pescas deportivas de libros” encontré uno de los más extraños y aterradores que he visto. Por falta de dinero, propio de un estudiante, y porque si lo hubiera llevado a mi casa me hubieran puesto en tratamiento siquiátrico, tuve que devolverlo al estante. Era tan inusual y espeluznante que con los años, tan peligrosos para la memoria como las polillas para los libros, empecé a temer que todo había sido un sueño de esos que por lo vívido logran engañar al cerebro que los agrega al catálogo de las cosas supuestamente ciertas.

Hace pocos días decidí buscarlo en la internet y ¡lo encontré! Triste porque tampoco ahora podré comprarlo, pero feliz porque confirmé que no estaba loco. O por lo menos no tanto. El libro se llama The nuclear war fun book en inglés y en español El libro loco de la guerra nuclear, escrito por Victor Langer y Walter Thomas, e ilustrado por Brent Richardson. El libro, con una carga de ironía extrema pero con el propósito de advertir de manera escabrosa los peligros de una guerra de este tipo, está dirigido a los niños que sobrevivieran a una explosión nuclear y debieran permanecer en refugios antiatómicos, aburridos como ostras. Sugiere una serie de actividades, juegos, trabajos manuales y adivinanzas para la postguerra nuclear como: unir los puntos de los cráteres de las bombas nucleares en un mapa de EE.UU., identificar al mutante en un conjunto de rostros humanos similares o practicar matemáticas adivinando la cantidad total de cadáveres en varias pilas de ellos.

¿Se enloqueció su columnista de los lunes? Pues no. La semana anterior leí un reporte de un estudio reciente de investigadores de la Universidad de Nicosia, publicado en la revista Physics of Fluids, donde plantean las recomendaciones para aumentar la probabilidad de sobrevivir a un ataque nuclear. Luego de leerlo, creo que lo mejor por hacer en ese caso es dirigirse rápidamente al lugar donde vaya a caer la bomba, ojalá desnudo.

La situación geopolítica mundial que está configurándose, comprueba que la carrera nuclear que se reactivó hace unos años se intensificará, asunto que en otra columna ampliaré, y la duda no sería si habrá una explosión de este tipo, ni dónde, sino cuándo.

https://www.elcolombiano.com/, Medellín, 29 de enero de 2023.

Publicado en Columnistas Nacionales

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