El terror apocalíptico en que se ha convertido el problema del cambio climático, ha provocado no pocas decisiones equivocadas en todo el mundo que poco o nada sirven para solucionar el asunto y que han derivado en consecuencias más graves que aquello que se pretende mitigar. Un caso muy mencionado es el de Sri Lanka, donde el gobierno prohibió el uso de fertilizantes químicos y obligó a su población a desarrollar una agricultura totalmente orgánica que derivó en una caída dramática de la producción, generando tan grande descontento que el pueblo se sublevó y tumbó al presidente.
En ese pobre y pequeño país de 65.000 kilómetros cuadrados y 22 millones de habitantes, bastó un año de ese experimento para que la producción de arroz, que es la base de alimentación de sus pobladores, cayera un 40%, ocasionando problemas de hambre en los sectores de menores ingresos. Por su parte, el cultivo del te, que es su producto de exportación estrella, se redujo en un 20% con pérdidas millonarias, al igual que el caucho, que disminuyó en un 18%.
En Europa, otro pequeño pero rico país está en camino de cometer un suicidio empujado por el ecologismo de izquierdas. Holanda —o Países Bajos, como quieren que se les llame— es el segundo productor mundial de alimentos, después de los Estados Unidos, a pesar de contar con solo 41.000 kilómetros cuadrados —dos tercios de Antioquia—, muchos de ellos ganados al mar, y solo 17 millones de habitantes.
Allí el gobierno siguió al pie de la letra el llamado de la Unión Europea para reducir drásticamente los gases de efecto invernadero, principalmente el nitrógeno proveniente del estiércol de la industria ganadera, por lo que decidió clausurar miles de granjas por vía de expropiación y reducir el hato ganadero de aquí al año 2030. También se prohibirá el uso del estiércol para fertilizar la tierra, y ya se preparan fuertes medidas que afectarán industrias como la aviación, el transporte, la construcción y las carreteras.
De llevarse a cabo este maquiavélico plan de decrecimiento, Países Bajos pasaría en poco tiempo de ser una nación rica y desarrollada a un territorio plagado de pobreza y violencia, afectando además la seguridad alimentaria de todo el mundo. Por fortuna, ambos países se han resistido a semejantes arremetidas, logrando el primero revertirlas y manteniéndose los granjeros del segundo en pie de lucha. Si durante cientos de años le han peleado tierras al mar, no van a ceder tan fácil.
Pero resulta una lástima que este tipo de historias no nos sean ajenas, porque si hay un caso de malas decisiones por el Apocalipsis climático es el que tiene que ver con el carácter de redentor que se ha arrogado el señor Petro para tratar de darse un renombre de líder mundial que está lejos de tener. Su idea de descarbonizar la economía es tan precipitada y delirante que Colombia sufrirá una verdadera catástrofe si logra implementarla.
Lamentablemente, está muy claro que este individuo pretende jugársela a fondo por una transformación radical de Ecopetrol, que pasaría a producir esas energías limpias que aún no son eficientes como la eólica y la solar, dejando de producir petróleo. En cuanto al gas, considerado en Europa como una energía limpia y esencial para la transición energética, se dejaría de producir para comprárselo a Venezuela por razones meramente políticas e ideológicas. Y el carbón se dejaría de explotar por completo. Su ridícula alocución en la COP 27, en Egipto, es concluyente. Allí dijo que, «si Colombia usa sus reservas de carbón, la humanidad muere», un verdadero absurdo puesto que solo contamos con el 0,6% de las reservas mundiales de carbón y ocupamos el puesto 12, muy atrás de EE. UU., China, Rusia, Australia o la India, todos los cuales van a seguir extrayendo su carbón.
El progresismo internacional ha transformado el cambio climático en un caballito de batalla con miras a destruir el capitalismo, pero antes de creer en las fanfarronerías de gente como Petro hay que acudir a la opinión de verdaderos expertos como Bjorn Lomborg, Michael Shellemberger, Steven Koonin o Alex Epstein. Ya es tiempo de que no nos metan más los dedos en la boca.
@SaulHernandezB