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La enfermedad infantil del centro derecha en la democracia colombiana

Alfonso Monsalve Solórzano

José Félix Lafaurie, presidente de Fedegan, ha protagonizado dos acciones aparentemente sorprendentes: la primera: siendo la cabeza del gremio más estigmatizado por la extrema izquierda y una de sus principales víctimas, como que los ganaderos han sido uno de sus blancos preferidos para matar secuestrar y extorsionar, aceptó la propuesta hecha al gremio por gobierno de Petro, de negociar la venta de tres millones de hectáreas para destinarlas a su propuesta reforma agraria. Esto, como dice un amigo mío, bloqueó la oleada de invasiones, que iba dirigida, principalmente, a las tierras de los ganaderos. La segunda, en estos últimos días, la de ser parte del equipo negociador del gobierno en los diálogos de paz que comienzan pronto con el ELN, uno de los principales verdugos de Fedegan.

Los demás negociadores de Petro son sus amigos personales y políticos, todos de vieja data, como Otty Patiño, cofundador del M-19; María José Pizarro, hija de un máximo líder de ese movimiento, asesinado, de ese movimiento; Iván Cepeda, conocido dirigente de izquierda, cercano ideológica y personalmente al presidente; Alberto Castilla, exsenador del Polo Democrático y  dirigente agrario en Norte de Santander, departamento en el que el ELN hace un de sus más importantes presencias; Horacio Guerrero antropólogo, durante veintiséis años defensor de derechos humanos en la defensa de los derechos humanos de las comunidades y Olga Lucía Silva, de quien aparece poquísima información en internet.

Con esos nombres, se ha dicho por algunos analistas y columnistas del centro derecha, que se trataría de una negociación de yo con yo, en la que ya todo estaría acordado antes de haber iniciado: un ELN legitimado, un estado tratado como delincuente, unas gabelas, incluidas impunidad máxima y premio real en los mecanismos de poder nacional, regional y local.

¿Qué haría Lafaurie allí? Legitimar la negociación, dicen los críticos, dando la sensación de que es respaldada por todos los sectores del espectro político, incluida la derecha.

Es probable que esa sea la intención del presidente. No obstante, eso no descalifica el valor que tendría para el país la presencia del presidente de FEDEGAN en ella.

En primer lugar, la centro derecha no puede oponerse, por principio, a la paz. Lo que siempre ha sostenido es que esta debe satisfacer los criterios de justicia y de respeto a los tratados sobre derechos humanos que ha firmado el país.

Así las cosas, Lafurie podría poner desde adentro de las conversaciones los ojos de Colombia, mirando lo que allí ocurre, manifestando públicamente sus desacuerdos, intentando mitigar los abusos con propuestas que fuesen aceptables para todos los colombianos.

Algunos podrían pensar que eso no va a ocurrir porque, como señalé más arriba, las decisiones clave ya estarían tomadas y ninguna propuesta que fuese contra ellas tendría futuro. Pues bien, Lafaurie podría denunciarlo ante la nación. Esto implicaría que no debería incurrir en el error del general Mora, que se aguantó el varillazo en la negociación con las Farc, y sólo después, cuando ya todo estaba acordado con su aval, manifestó su desacuerdo. Significa esto que el dirigente de FEDEGAN entendería su presencia como la representación de la sociedad civil que no es petrista y que el presidente de la república aceptaría esa postura.

Ahora, Lafaurie y la opinión pública de centro derecha deben ser conscientes de que esa negociación ya tiene un precedente que a mí me parece perverso, pero que finalmente ha sido asumido por todos los sectores con más o menos reticencia y reservas: el acuerdo firmado por Santos con las FARC. Duque lo hizo, el CD propuso una modificación sobre el tratamiento a los militares en la JEP, pero aceptó el resto; Federico Gutiérrez, en campaña también; igual los dirigentes de Cambio Radical.  De manera que ya es irreversible y, por increíble que parezca, marca el límite de lo que podría ser admitido; Ir más allá de ese acuerdo, sería intolerable.

Por otra parte, ser negociador con el ELN no lo convierte en avalista de las negociaciones con los grupos que Petro considera puramente criminales. No hay compromiso al respecto, ni puede haberlo porque el país no conoce cuáles serán, finalmente, las condiciones de tal negociación.

Una reflexión final. Me viene a la mente Lenin, quien enseñaba a sus cuadros bolcheviques, que hay que aprovechar cualquier rendija que abra el gobernante para usarla a favor del partido que encabezaba. No utilizarlas era una manifestación de la enfermedad infantil del “izquierdismo” en el comunismo. Que no ocurra que el negacionismo a ultranza se convierta en la enfermedad infantil del centro derecha, defensor de la democracia colombiana. No se trata de dejarse asimilar por Petro, ni más faltaba. De lo que se trata es de no sacarse voluntariamente de un escenario en el que se juega tanto para la nación colombiana.

 
Publicado en Columnistas Nacionales

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