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Alfredo Rangel       

Un camino similar al de Chávez parecen estar siguiendo los gobiernos de Chile y Colombia.

El difunto dictador Hugo Chávez alguna vez señaló, con mucho cinismo pero con una sinceridad que se agradece, que para su revolución populista era inconveniente que los pobres dejaran de ser pobres y se volvieran clase media, puesto que se aburguesarían, dejarían de apoyar al chavismo y le darían su voto a partidos adversarios. En un sentido similar alguna vez se ha pronunciado Petro.

Para Chávez, la conclusión de ese planteamiento era obvia: había que mantener pobres a los pobres y, más aún, crear más pobres, pauperizar a la clase media, y de esta manera garantizar una base electoral permanente que le permitiera al chavismo perpetuarse en el poder por la vía electoral. La estrategia era (y es) poner a depender a los pobres de los subsidios del Estado, de las ayudas gubernamentales, para poder subsistir. Mientras mayor fuera su dependencia del Estado para sobrevivir, mayor sería la posibilidad del gobierno de manipularlos electoralmente, para movilizarlos en contra de la oposición, mantenerse indefinidamente en el gobierno y transitar hacia un régimen de partido único, con algunos partiditos de pacotilla en el escenario para salvar las apariencias.

Obviamente, la condición indispensable para que esa estrategia política tuviera éxito era provocar una crisis económica profunda, que arruinara la moneda, eliminara las empresas privadas, multiplicara el desempleo, espantara la inversión, redujera los ingresos de la población, ocasionara fuga masiva de capitales, produjera escasez crítica de productos básicos, disparara la inflación y el costo de vida, y multiplicara la miseria. Lo han conseguido, el país está en ruinas, pero ellos llevan más de veinte años en el poder, sólidamente atornillados en el gobierno, con una oposición inexistente y una comunidad internacional resignada a reconocerlos como Estado, y como el gobierno legítimo de los venezolanos que aún quedan en Venezuela. Todo un éxito. Empobrécelos y reinarás.

Un camino similar parece estar siguiendo el gobierno de Boric en Chile. Lleva solo ocho meses en el poder, pero los efectos en la economía han sido desastrosos. Recientemente, el expresidente del Banco Central de Chile Vittorio Corbo ha señalado que “lo que está haciendo el Gobierno es una desaceleración buscada”. Y lo está logrando. La agencia Bloomberg ha advertido que debido a la volatilidad de sus activos, Chile ya no será la Suiza de América Latina.

De hecho, para el próximo año Chile va a ser el único país de América Latina que no va a crecer, sino que, por el contrario, va a decrecer, será el último de la clase. Entre los países de la Ocde será el que tendrá el peor comportamiento, aunque muchos de ellos están sufriendo las consecuencias de la guerra en Ucrania. La delincuencia y la inseguridad están desbordadas. Para Diego Portales, rector de la Universidad Diego Portales, “Chile se está convirtiendo en un desastre”.

La minería es el motor de la economía chilena. Pero el número de nuevos proyectos de minería bajó un 53 por ciento entre julio y septiembre de este año. Se estima que para el 2023 la inversión en minería caerá un 40 por ciento. Lo supera la caída en la inversión inmobiliaria que será de un 45 por ciento. Walmart cerrará y rematará seis supermercados en Santiago. Falabella, una empresa chilena, cerrará el 10 de sus tiendas en Chile, Colombia y Perú. Analistas estiman que en la era Boric Chile solo crecerá un 1,2 por ciento anual, el peor desempeño económico desde el restablecimiento de la democracia. Según el Banco Mundial, la pobreza en Chile pasará de 2 por ciento en 2021 a 10,5 por ciento en 2022. Se multiplicó por cinco en el gobierno de Boric. Empobrécelos y reinarás.

Los Kirchner llevan lustros empobreciendo a Argentina y allá siguen reinando.

En Colombia vamos por el mismo camino. Según el Banco de la República, este año tendremos un crecimiento cercano al 8 por ciento, pero el año entrante se reducirá a un 0,7 por ciento. El mayor frenazo económico de la región, después de Chile. La devaluación de nuestro peso en los últimos cuatro meses –desde la victoria electoral de Petro– está entre las mayores del mundo y es el doble del promedio de América Latina. La devaluación significa un empobrecimiento generalizado. Todos los activos de los colombianos hoy valen mucho menos que hace cuatro meses. Su impacto en el costo de vida es automático pues buena parte de los productos de la canasta básica tienen componentes importados, como el trigo, el maíz o el fríjol, por ejemplo.

Esa mayor devaluación de nuestro peso es ocasionada por el persistente capricho del Gobierno de terminar a corto plazo con la exploración y la explotación de petróleo y gas, y de castigar aún más esa actividad con la reforma tributaria. A pesar de que Colombia produce menos del 1 por ciento de las emisiones de carbono en el mundo, el Gobierno insiste en que los colombianos debemos inmolarnos y sacrificar nuestra frágil economía para salvar el planeta. Me parece que por ideologizados que estén el Gobierno y sus voceros, ese argumento no se lo creen ni ellos mismos. Por absurdo. Ahí hay algo más.

Empieza uno a sospechar si ese afán irracional de aprobar una reforma tributaria antiempresa y de acabar pronto y rápido con nuestra principal fuente de divisas y de recursos fiscales, cuyos solos anuncios han empezado ya a provocar devaluación galopante, incremento de la inflación, fuga de capitales, depreciación de activos ( Ecopetrol perdió en estos días el 40 por ciento de su valor), parálisis de la inversión, con las futuras consecuencias de mayor desempleo, menores ingresos, más miseria, desequilibrio fiscal, desequilibrio externo, cierres de negocios, y empobrecimiento general, si todo esto, digo, no será un primer paso en el propósito de provocar una profunda crisis económica con fines oscuros. ¿Empobrécelos y reinarás?

https://www.eltiempo.com/, Bogotá, 27 de octubre de 2022.

Publicado en Columnistas Nacionales

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