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Alfonso Monsalve Solórzano

Hace ocho días ganó Petro por un margen minúsculo de 700.000 votos y todos sus adversarios aceptaron sin reparos su triunfo. Distinto a si hubiese sido a la inversa, sospecho, porque el país, probablemente, estaría incendiado por una horda que estaría hablando de fraude. Ese fue, precisamente, el escenario de película de horror, que sin embargo no atemorizó a más de diez millones y medio de colombianos, que seguramente pensaron que era mejor ponerse colorado un rato para conservar la democracia y la libertad, que pálido para siempre.

Qué hubiera pasado si este sector de la ciudadanía hubiere ganado, forma parte de los futuribles, de lo que pudo haber sido y no fue. El hecho es que el pasado ya sucedió (y están abiertas las interpretaciones, los balances, las euforias y las lamentaciones). Solo el presente es real y el futuro es probable. De eso tenemos que ocuparnos.

Nuestro papel es enfrentar lo que hoy es el país y en él, las fuerzas que defienden la democracia y las libertades, bajo la premisa de que estas son irrenunciables en nuestro ideario. El presente y el futuro a corto, mediano y largo plazo dependen de ese axioma. Parece una verdad de Perogrullo, pero no lo es.

El punto es cómo enfrentarlo.

En cualquier caso, el triunfo del Pacto Histórico no fue histórico, sino precario, pero triunfo al fin y al cabo. Sus líderes lo saben y por eso harán todo lo posible para mostrarse incluyentes, convocando un acuerdo nacional que englobe, además del rebaño adicto a la corrupción -los que ya estaban y los que están llegando- a los oponentes más radicales y a los empresarios, mientras toman el control de instituciones claves como el congreso y las fuerzas armadas y de policía, consolidan las Cortes, llegan a los organismos de control, de manera que tengan una aplanadora para legislar y materializar sus proyectos, comenzando por los más “neutros” hasta los más radicales, que fueron, estos,  presentados en el discurso del triunfo.

Entre ellos, el más preocupante para mí, que he sido un estudioso de Mao Tsetung, aunque no se haya notado mucho, es el que escuche en el discurso de la victoria de Petro: se trata de una réplica casi literal de la teoría de la Nueva Democracia, según la cual, para llegar a la sociedad socialista, es necesario desarrollar las fuerzas productivas mediante el capitalismo, en un país con rezagos feudales y una economía atrasada y dependiente. La idea es acrecentar el capitalismo para luego superarlo mediante la socialización de los medios de producción. El problema es que todo ese proceso se hace bajo la dirección del partido de gobierno de clara orientación socialista. Es capitalismo planificado por el enemigo, con alcances limitados y puntuales, que solo sirvan al plan estratégico de la socialización. No es una propuesta socialdemócrata que impulse la libertad de empresa en una sociedad liberal, en la que se den lineamientos y se tomen medidas para proteger a los ciudadanos de los efectos oscuros del capitalismo salvaje, pero se respete y tenga como centro la iniciativa privada, sino una en la que esta se encuentra perfectamente maniatada a las decisiones de un gobierno central que la utiliza para luego eliminarla.

Pero además, de esa línea de fondo, preocupan asuntos como el energético, que afecta las finanzas de Ecopetrol y, en general, de la minería extractiva, que es el 35% del PIB, con la idea de no conferir nuevos contratos de exploración y ligar nuestro futuro gasífero y de petróleo a Venezuela. Solo Ecopetrol, que en estos días ha perdido un tercio de su valor, este año entrega 18 billones de pesos al estado para financiar programas sociales. Este golpe representa una pérdida colosal para los ahorradores de los fondos de pensiones, que son accionistas de esa empresa. Y qué decir del fin de la extracción del carbón, un cáncer mayor que la cocaína, en su decir, todo en medio de un mundo que reclama estas fuentes de energía, que tiene este país, que produce el 0.6% de las emisiones de carbono, pero quiere ¡liderar la lucha mundial contra el cambio climático acabando con la minería de cielo abierto en Colombia y la producción de petróleo y gas!, a pesar de que se están consiguiendo altos estándares de control de contaminación en su producción. Todos estamos de acuerdo en que hay que hacer una transición a energías limpias, pero esta debe ser gradual y aprovechando las oportunidades que el mercado mundial está ofreciendo.

La política tributaria preocupa. Todo parece indicar que su reforma no apunta a los cuatro mil más ricos, son también a la clase media, con una propuesta más radical que la duquista de Alberto Carrasquilla, que produjo una explosión social patrocinada por Petro.

Y qué decir, frente a la seguridad de la nación sobre la transformación de la policía, sacándola del ministerio de defensa y del cambio de doctrina de las fuerzas armadas. Seguro piensa Petro que, reestableciendo las relaciones con Venezuela, no hay amenaza extranjera y que a eso se suma la certeza que tiene de que negociará con las disidencias de las Farc y el ELN. Ya el país conoce el costo social y político que produjo la negociación con las Farc.  ¿Cuáles serán las concesiones que harán? ¿Cuánta impunidad, cuánta cuota del poder político? ¿Será la vía de entrada para una constituyente, que es el paso que han seguido Venezuela, Nicaragua y Chile?

¿Y qué pensar la “protesta social” de las primeras líneas? Ya Petro pidió a Duque liberarlos, ignorando y pasando por encima de la división de poderes. ¿Es una señal del copamiento de la institucionalidad? ¿Serán el germen de unas posibles milicias progubernamentales?

Estos y otros tópicos que no toco aquí son los que hay que tener en mente cuando de tener una política frente al gobierno de Petro se trata. Hay líneas rojas: No a la nueva democracia, sí a la libertad de empresa. No a la disminución de las otras libertades individuales, sí a las libertades civiles y políticas y al debido proceso, sin persecución política o judicial por ejercer la oposición y/o el disenso. No a la politización de instituciones como la policía y las Fuerzas Armadas. Desmonte de las primeras líneas. No a entregar la soberanía ni la constitución (no a una reforma constitucional) en las negociaciones con los grupos armados radicales y con el gobierno Venezolano. Respeto al ahorro pensional de los colombianos.

Soy partidario de hablar con Petro, para plantearle estos puntos rojos. Su respuesta es importante, pero más sus acciones a partir del 7 de agosto. De lo que diga y haga, depende lo que los demócratas tendrán que enfrentar y actuar en consecuencia.

Publicado en Columnistas Nacionales

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